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Soderling sigue sin regalar sonrisas, pero logró salir de la oscuridad
Fue hace un puñado de años, en Djursholm, en la periferia de Estocolmo. Robin Soderling se encontraba en la habitación de su residencia, sentado en la punta de cama, frente a la TV. Transcurría septiembre y la pantalla lanzaba imágenes del US Open. Se trataba de otro día melancólico del sueco, en el que intentaba hallar explicaciones sobre la enfermedad –mononucleosis– que interrumpió abruptamente su explosiva carrera deportiva. Olivia, de dos años, entró en la pieza y vio lo que estaba haciendo su padre. "Me dijo que quería ver los dibujitos de ‘Dora, la exploradora’. Era muy chica y no tenía ni idea que yo había estado corriendo con una raqueta en la mano como aquellos jugadores que aparecían en televisión. Entonces, le dije: ‘Ok, veamos a Dora’. Y cambié de canal". La anécdota salió de la boca de ese hombre de casi dos metros y latigazos de drive que el último día de mayo de 2009, sobre las seis de la tarde en París y bajo un cielo atiborrado de nubes plomizas, fue el responsable de una de las mayores sorpresas de la historia del tenis. Hace una década, el jugador nacido en Tibro, un pueblito de no más de once mil habitantes y con una añeja tradición en la fabricación de muebles, derrumbó al rey de Roland Garros, Rafael Nadal. Soderling tenía 25 años, era 25º y un mes antes, en los 8vos de final de Roma, había sido sacudido precisamente por el español (6-1 y 6-0). Además, jamás había ido más allá de la tercera ronda de un Grand Slam. Sin embargo, en ese partido por la cuarta rueda del segundo grande de la temporada, Nadal no fue Nadal. El mallorquín, por entonces número 1 del circuito, llevaba 31 victorias consecutivas y cuatro títulos (sin derrotas) en el Bois de Boulogne. Pero el récord allí se detuvo. El 6-2, 6-7 (2-7), 6-4 y 7-6 (7-2) en favor de Soderling, luego de tres horas y media de tensión, movió los cimientos del court central, el Philippe Chatrier. "No me preocupé por él, traté de ser agresivo y me aseguré de no darle tiempo y de presionarlo. Todos pensaban que yo iba a perder, entonces fui el único que necesitó pensar que podía ganar", explicó Soderling, que después de vencer a Rafa, haría lo mismo con el ruso Nikolay Davydenko y el chileno Fernando González, pero perdería la final frente a Roger Federer (la única Copa de los Mosqueteros del suizo). Con el tiempo se sabría que Nadal acarreaba tendinitis en las rodillas; de hecho, a las pocas semanas no defendió el título en Wimbledon. Igual, nada empequeñecería el enorme éxito del escandinavo.
Nadal y Soderling ya no tenían buena relación antes del partido en París. En realidad, el sueco era popular en los vestuarios y los pasillos de los torneos por ser agrio y descortés. Ponía un escudo frente a todos. Y con el mallorquín había protagonizado un momento espinoso durante la tercera ronda de Wimbledon 2007: en la cancha central, se disponían a jugar el quinto set, pero antes de que Nadal sacara, Soderling le dio la espalda e imitó exageradamente el famoso ritual del español, acomodándose el calzoncillo. Las carcajadas del público en el All England incomodaron a Rafa, que terminaría imponiéndose por 7-5. Soderling saludó en la red al por entonces Nº 2, pero sin mirarlo, y los dardos dialécticos siguieron en los vestuario. El nórdico diría que se había cansado de esperar que su rival se excediera del tiempo reglamentario para servir. Y Nadal aseveró que el sueco era un "sujeto extraño" y que no era "querido" entre los jugadores. "Mirando hacía atrás, tal vez he sido un poco estúpido en hacer lo de la ropa interior. Pero fue un partido muy largo, agotador (...) Es probable que no haya sido siempre el chico que saludaba y que hablaba con todo el mundo. Pero no porque quisiera ser grosero. Siempre he sido una persona diferente en la cancha, siempre estaba enfocado. Yo estaba en mi burbuja", reveló Soderling, hace unos días, en GloboEsporte.com.
Aquella hazaña en Roland Garros lo potenció. Ganó siete títulos más (hasta allí tenía tres), incluido el Masters 1000 de París-Bercy 2010. Ese mismo año volvió a la final del Abierto de Francia, pero cayó con Nadal en la definición (venció a Federer en los cuartos de final). Además, en noviembre, alcanzó su mejor posición histórica: 4º. En 2011 empezó a sufrir algo de fatiga, pero siguió compitiendo. En julio, siendo 5º del tour, obtuvo el ATP de Bastad. En la 1a rueda abrumó al tandilense Diego Junqueira (era 101º), por 6-0 y 6-1, en 47m. "Me dio vergüenza. Fue una paliza. En medio del partido le decía a mi entrenador, que era Wally Grinovero, que me sacara de ahí. Encima, el único game que le gané fue porque quebré; no gané nunca un saque propio. Después del partido me quedé dos horas en el vestuario para que no me viera nadie. Con el correr de la semana le terminó ganando a Berdych y a Ferrer muy fácil, entonces me fui sintiendo mejor. Tenía un poderío impresionante, todos los tiros, pegaba bien de derecha y de revés a toda velocidad. Era un jugadorazo. Yo no lo conocía mucho, pero era muy frío, no hablaba con nadie, hacía la suya. Daba la sensación de que era poco amable porque no saluda mucho, con suerte te miraba, pero con todos era igual. Quizás con los suyos se abría. Pocas veces lo veías reírse, era parco", rememora Junqueira, ante LA NACION.
En vez volar hacia su casa en Estocolmo, Soderling prefirió conducir los 550 kilómetros de distancia. Pero en el trayecto empezó a perder la vista y la audición, su esposa debió tomar el volante. De un momento a otro, todo cambió. Y lo hizo en forma dramática. "Entré en un agujero negro y no recuerdo mucho de lo que pasó en los seis meses siguientes", confesó, tiempo después. La mononucleosis, un virus que se transmite por la saliva o la sangre (también sufrido por Federer, en forma leve), lo desplomó. El tiempo fue pasando y a Soderling le fue imposible evolucionar favorablemente como para recuperar fuerzas para el alto rendimiento. Cada vez que se sintió mejor exigió su cuerpo, pero de inmediato volvió a retroceder. Aquel de Bastad terminó siendo su último torneo y, en diciembre de 2015 oficializó su retiro.
"Luché mucho para recuperarme por completo. Fueron los años más difíciles de mi vida. Pese a tener que retirarme, estoy feliz de sentirme saludable en este momento", contó. Sin posibilidades de jugar, trabajó como director del torneo de Estocolmo y como coach del sueco Elias Ymer (115º). Aunque su principal atención está en la empresa ("RS") de pelotas y encordados que creó en 2013. Hoy, con 34 años, confiesa que sigue sin sonreír demasiado; solo cuando la pequeña Olivia, entre capítulo y capítulo de ‘Dora, la exploradora’, lo hace divertirse.
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