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Siguen sin tomarlo en serio
"Sentimos impotencia. La violencia en el fútbol no tiene que ver con locales y visitantes. Pasa porque somos violentos." Lo dijo Sebastián Saja ayer, un poco después de que los incidentes cortaran el desarrollo de Godoy Cruz-Racing. Saja hablaba de la cuestión de fondo, la cultural, que tomaría mucho tiempo y trabajo corregir. Mientras no se produzca ese cambio de idiosincrasia que no se sabe quién ni cuándo ni cómo tendrá a bien empezar a fomentar, algo se impone hacer. Pero el "mientras tanto", hoy, corre paralelo con la circunstancia de una campaña electoral general, lo menos propicio y confiable para atacar con sinceridad este tipo de problemáticas.
Lo que pasó ayer en Mendoza llamó a recordar con sorna el anuncio de esta semana -sería refrendado en estos días- sobre el inminente y progresivo regreso del público visitante a las canchas. En un ambiente que desde hace más de dos años naturalizó esa ausencia, tan ilustrativa del estado de cosas, se entiende que recuperarlos representa un capital político considerable. En un tiempo en el que los anuncios electoralistas proliferan con toda impunidad, la iniciativa del candidato Daniel Scioli es, cuanto menos, sospechosa; da la casualidad de que las condiciones que no se dieron durante tanto tiempo estarían dándose ahora. Como sospechoso es y será cualquier problema que ocurra en un estadio en este tiempo, incluyendo el de ayer -más allá del mar de fondo en la barra brava de Godoy Cruz y de las circunstancias políticas/policiales/deportivas en Mendoza-, por su poder como herramienta de extorsión. Y es necio sostener que es "un minúsculo grupo de violentos" el causante del problema, como señaló Mauricio Macri: cualquiera sabe que se trata de una red monstruosa, con vinculaciones en altos niveles e, incluso, sostenida graciosamente por buena parte de lo que se conoce como "los hinchas genuinos", que por un folklore penoso le facilitan un contexto favorable.
Desde unas cuantas voces -incluyendo este espacio- se planteó alguna vez que a la sociedad también le cabe aportar lo suyo para empezar a atacar la situación. Por ejemplo, dejando masivamente de ir a la cancha. Es cierto que suena a utopía: desde siempre se consienten atropellos en el manejo de lo público sin una reacción social de castigo, así que sería cuanto menos dudoso que esté dado el ambiente para una iniciativa colectiva que conspire contra una tradición popular propia, intocable. Aun así, siempre será una opción para forzar al estado a que verdaderamente se haga cargo del problema. A ningún candidato, a ningún partido, a ningún gobierno le saldría gratis un panorama de canchas continuamente vacías. Tocados en su bolsillo sensible, aquel en el que suponen guardar cautivos los votos, probablemente empezarían a tomarse el asunto en serio.
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