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"Si quieren les doy una mano": la curiosa historia del arquero al que le faltaba un brazo
Era el inicio del siglo XX y en el incipiente fútbol argentino había un jugador, el único habilitado a tocar la pelota con las dos manos en su área que no podía hacerlo." Si puedo dar una mano estaré feliz, dos ya saben que no puedo", dijo Winston Coe a los dirigentes del Club Athletic Barracas el 12 de agosto de 1906. Faltaban pocos días para iniciar el torneo de la liga de fútbol y el club aún no tenía arquero.
Probablemente, aquella frase no hubiese generado el desconcierto de la dirigencia si las condiciones físicas de Coe hubieran sido las mismas que las del resto del plantel, a él le faltaba el brazo izquierdo. Pero su bondad se puso de manifiesto al ver que el club del cual era socio fundador se había quedado sin el número 1.
Semanas antes de iniciar el torneo, las autoridades de Barracas recorrieron todo los rincones del interior de la provincia de Buenos Aires para buscar al sustituto de José Laforia Baruca. Laforia, a pesar de su baja estatura, era por entonces considerado el mejor arquero de la liga nacional. Consciente de su talento había decidido dejar el club para jugar en el mejor equipo de la era británica futbolística en la Argentina.
Y como por entonces no existían los contratos legales solo los acuerdos de palabra en el amateurismo marrón del incipiente fútbol argentino, Laforia agarró sus guantes y se marchó. Pasó al Alumni, el club que se había convertido en la insignia de la liga local y que era de Alexander Watson Hutton, el primer presidente de la Argentine Association Football League.
Los futbolistas más destacados del siglo pasado querían pertenecer a ese equipo no solo por su estilo y técnica de juego, sino por el prestigio de pertenecer a un club que había acumulado cerca de una decena de campeonatos en su haber. Con esa ilusión Laforia dejó solo el arco del Barracas y apagó las esperanzas del club de ganar una copa, pero le dio la posibilidad a Coe de inmortalizarlo por un hecho singular.
Los dirigentes y fundadores de Barracas intentaron probar a todo el plantel en el arco en busca de su salvador, pero el resultado fue infructuoso y ninguno de los 10 fue capaz de atajar el tiro más suave. Corrieron la voz entre instituciones deportivas y viajeros amigos del British English que desembarcaron en el puerto de Buenos Aires por esas fechas, pero nadie tenía la viveza y talento de Laforia.
Coe, el personaje que ni siquiera en su más profunda ensoñación hubiesen imaginado dijo una frase que los dejó perplejos: "Si puedo dar una mano estaré feliz de hacerlo. Dos, sabés que no puedo, pero si uno puede, con mucho gusto", balbuceó a los socios y fundadores de la institución.
Aunque resultara curioso que le faltara un brazo al único de los 11 jugadores que puede tocar la pelota con las dos manos, la idea no parecía del todo descabellada para los dirigentes. Faltaban pocos días para el primer partido de la liga y no había quien se pusiera los guantes… o el guante.
Coe normalmente jugaba de lateral derecho, una posición que no le exigía tanto esfuerzo físico y podía cubrirla sin problemas. Se dice que su fortaleza era mental y por eso se convirtió desde el principio en un jugador destacado dentro del equipo.
Finalmente, Coe salió a la cancha con todo el plantel y el guante puesto. Según los diarios de la época, cuando ingresaron los jugadores al campo de juego se entremezclaban los murmullos y ovaciones por aquella escena que nunca jamás se hubiesen imaginado. "El manco va a atajar", decían desde la tribuna.
Del otro lado de la media cancha estaba el plantel de Estudiantes de Buenos Aires, un equipo sólido y con buen ritmo de juego, que también rindió una suerte de tributo al arquero que más tarde se iba a atrever a atajar un par de remates. El encuentro terminó 2 a 1 a favor de Estudiantes, pero Coe se había convertido en la figura del partido.
"Muchísimos shots atajó el manco Coe, por lo cual se hizo célebre, pues no es poca virtud desempeñar este puesto en que precisamente se hace uso de las manos, cuando no se posee una. Su modo de parar la pelota, la seguridad y la confianza con la que procede son dignas de elogio", publicó el diario La Prensa, al día siguiente del encuentro.
En aquel entonces, el plantel estaba integrado por HT Ratcliff, J. Fox, EP Duggan, A. Addecott, RD Baker, CE Dickinson, H. Creaven, JW Baldock, W. Malm, WA Coe, GN Dickinson, FW Wibberley, GL Mc Ferline, según el diario La Prensa.
Los siguientes partidos del Barracas fueron el 26 de agosto de 1906 frente al Reformer Athletic Club, un modesto equipo formado por trabajadores de una fábrica de frigoríficos. Se dice que para entonces solo ocho jugadores del Barracas se presentaron al pase de lista y, así, durante el viaje, entre el asombro y el silencio general, el joven Coe se adelantó a ocupar su lugar entre los dos palos. Ese partido terminó 11 a 0 a favor del Reformer. Pero lejos de hacer hincapié en la escandalosa derrota, los diarios se centraron principalmente en la pésima actuación del árbitro.
El 2 de junio de ese mismo año se enfrentaron al Alumni, el equipo de Watson Hutton, ese día cayeron 5 a 0, una derrota digna dado que era considerado el mejor equipo de la época. Y una vez más, la crónica del partido se enfocó en el papel del arquero: "Este mérito se agranda en Coe dado su deficiencia física", citó entonces La Prensa.
El Coe manco había atajado numerosos tiros al arco y se convirtió inmediatamente en un ídolo del fútbol amateur. "No es una virtud pequeña jugar un papel que implica el uso específico de las manos cuando solo tenés una. Su forma de bloquear el balón, la seguridad y la confianza mostradas son dignas de elogio", lo describieron los medios.
Después de ese encuentro Coe regresó a su posición habitual y no abandonó al equipo hasta el final del campeonato en el que terminaron últimos en la tabla. Ese torneo fue el final para Barracas, ya que el club se desmanteló en 1907, después de cinco años de permanecer en primera división.
Se dice que Coe era descendiente de John Halstead Coe, un funcionario norteamericano que sirvió con el almirante Guillermo Brown y que luchó por la independencia del país. El joven futbolista trabajó como dependiente en un almacén inglés cerca del puerto de Buenos Aires y se lo consideraba valiente, decidido y muy vivaz, como lo demostró en la frase que pasó a la historia. Con los años no se volvió a saber nada de él, excepto que siguió con su trabajo regular y tampoco se supo cómo perdió el brazo izquierdo.
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