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Sam Bartram: el arquero que pasó 15 minutos en el arco sin saber que el partido había terminado
Jugó toda su vida en el Charlton Athletic; el 25 de diciembre de 1937, en el encuentro contra el Chelsea, protagonizó el insólito episodio que lo marcó para siempre
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Era 25 de diciembre de 1937, el Día de Navidad, el mismo en el que Charlton Athletic y el Chelsea se iban a ver las caras otra vez en la cancha, o al menos eso era lo que se pretendía. Hacía tan solo unos minutos que el árbitro que dirigía el encuentro había dado comienzo al segundo tiempo del partido por la League One, de la tercera categoría del fútbol inglés, cuando una nube espesa comenzó a cubrir el Stamford Bridge y los jugadores apenas podían distinguirse entre las penumbras.
Durante el primer tiempo, un viento brumoso puso en duda la continuidad del partido, pero al cabo de los minutos el árbitro decidió retomarlo, aunque sin mucho éxito, ya que los futbolistas acusaron poca visión de la cancha. En un tira y afloje con los jugadores, los jueces de línea insistieron en continuar la jugada hasta que la situación fue insostenible.
Entre los once titulares del Charlton estaba el arquero estrella Samuel “Sam” Bartram, que en ese momento era uno de los más laureados de aquella liga. Su intachable trayectoria en el fútbol inglés pasó a la historia por una fotografía que recorrió el mundo entero a través de su libro, pero no fue sino con la masificación de las redes sociales que volvió a cobrar vida.
El arquero nacido en Harpenden, Hertfordshire, el 22 de enero de 1914, fue el protagonista “del partido de Navidad” de aquel año sin saber que su gesto se iba a convertir en una situación memorable. Si bien en ese momento fue la burla de sus compañeros en el vestuario, ahora es un hito histórico y un viaje al pasado que remonta también a un hecho ligado a la historia de ese país de Europa.
Un problema ambiental
En esa década, Inglaterra ya sufría un problema complejo que 15 años después se iba a cobrar la vida de 12.000 londinenses. El llamado “smog”, causado por el uso industrial y doméstico del carbón sin tratar, un problema constante y casi sin solución sobre el uso del combustible y aceite sin procesar por la industria del gas. Por esos años, las autoridades hacían recurrentes llamados a la sociedad a dejar de quemar carbón crudo. De hecho, una década antes se había tratado una ley para mejorar este flagelo.
La Revolución Industrial del siglo XIX exacerbó dramáticamente el problema que perduró a lo largo de los años y hasta mediados del siglo XX. El efecto de la contaminación no regulada en la salud pública y el medio ambiente estaba pasando factura en la ciudad. Los desechos contaminantes de las fábricas surgidas durante ese siglo provocaban una bruma que se posaba sobre la urbe y que en muchos casos se confundía con la neblina. Algunos nubarrones duraban hasta una semana, lo que imposibilitaba las tareas diarias de la sociedad.
Este fenómeno invadía los lugares públicos y aquella Navidad una nube negra cubrió en su totalidad el Stamford Bridge. “Poco después del saque inicial”, escribió el arquero en su autobiografía, “[La bruma] comenzó a espesarse rápidamente en el otro extremo de la cancha. Pasaba justo por encima de Vic Woodley, que estaba en la portería del Chelsea e iba moviéndose firmemente hacia mí”, narró.
Los futbolistas apenas podían distinguir en las penumbras las figuras humanas. A medida que pasaban los minutos, “la niebla” dentro del campo de juego se volvió cada vez más espesa y el árbitro no tuvo más remedio que tomar cartas en el asunto. “Detuvo el juego y luego, a medida que la visibilidad se hizo más clara, lo reinició. Estábamos ganando en este momento, atacábamos”, recordó el arquero, que a medida que pasaban los minutos veía cada vez menos compañeros y rivales.
Habían pasado apenas 15 minutos del segundo tiempo cuando los jueces decidieron que el encuentro no se iba a seguir disputando. La decisión del referee fue acatada por los futbolistas de ambos equipos y el público, que al escuchar el último silbido marcharon a sus hogares.
En soledad
Bartram había perdido por completo la visibilidad del campo de juego y también a sus propios compañeros, que habían desaparecido de sus respectivas posiciones. Ausente e incomunicado permaneció así por 15 largos minutos. Como buen guardameta, no abandonó su posición hasta que fue alertado por alguien más.
“Cada vez veía menos y menos a los jugadores”, dijo Bartram en su autobiografía, donde rescata una buena parte de su vida deportiva en el club de sus amores. Se quedó en la misma posición durante un cuarto de hora sin saber que el partido había terminado. Pensaba que por el fenómeno que cubrió la ciudad había perdido la visión de sus compañeros a quienes todavía hacía en la mitad de la cancha atacando al rival.
Era su visión, decía, la que no era capaz de distinguir a los 21 futbolistas, el árbitro y los jueces de línea. Tampoco llegaba la pelota a su zona, pero no lo vio extraño porque confiaba en el dominio del balón que había tenido el equipo en el primer tiempo.
Los primeros minutos del segundo tiempo no fueron fáciles: ninguno de los defensores se acercó a su posición, pero esto no era motivo de sospecha. “Estaba seguro de que dominábamos el partido, pero me parecía obvio que no habíamos hecho un gol, porque mis compañeros hubieran vuelto a sus posiciones de defensa y yo habría visto a alguno de ellos”, agregó, indignado entre sus memorias.
Entre los recuerdos contrariados de aquella extraña Navidad también estaba el silencio sepulcral de la tribuna, que apenas unos minutos antes, cuando la luz del sol aún alumbraba la cancha, habían inmutado los rincones del estadio. “Tampoco se escucharon gritos de festejo”, señaló. El público, en efecto, ya se había retirado de las tribunas y marchado a su casa, al igual que lo hicieron sus compañeros.
Si bien fueron solo 15 minutos, en medio de un partido de fútbol ese tiempo puede parecer una eternidad casi irrecuperable. En medio de la espesa neblina pudo distinguir una figura humana a paso sigiloso acercándose hacia él.
El aviso
Era el guardia de seguridad haciendo su habitual recorrido por el estadio para corroborar que no quedara nadie dentro de las instalaciones. Sorprendido por lo que estaba viendo, le avisó que el partido ya había terminado, que todos se habían marchado a sus casas, incluso, sus amigos. “Hace quince minutos que pararon el partido. La gente se fue a su casa y tus compañeros están en el vestuario duchándose. ¡El estadio está totalmente vacío!”, escuchó decir al sereno, que apenas podía dar crédito a lo que estaba sucediendo.
Indignado y casi al borde de la bronca se fue al vestuario donde estaban sus compañeros duchándose a paso lento y esperándolo. Fue recibido entre las risas y las bromas por lo que había pasado. La insólita situación pasó a ser “el chiste de vestuario” de muchos futbolistas a lo largo de las décadas. Con el tiempo también se convirtió en un relato popular: primero lo hizo en su propio libro donde recorre por sus memorias, y hoy, en las redes sociales, un medio que el arquero jamás hubiese imaginado protagonizar 84 años después de aquella tarde para el olvido.
Si bien en Twitter circuló la imagen de Jack Kelsey, otro arquero del fútbol inglés que jugó en el Arsenal, ambos futbolistas pasaron por una situación semejante, producto del problema ambiental que sufría Inglaterra en esos años. Pero los amigos de Kelsey fueron más condescendientes y no se lo olvidaron en el arco.
Su vida deportiva y el final
Bartram jugó entre el 1934-1956 en el Charlton Athletic un total de 623 partidos. De hecho, es considerado uno de sus ídolos. Dos años antes de retirarse del club marcó un récord de la Liga de fútbol inglesa: fue ese el momento en el que llegó a las 500 apariciones.
En 2005 fue inaugurada una estatua suya en las afueras del estadio en honor a su entrega al club. También disputó tres partidos con la selección de su país en medio de la Guerra Mundial. Después de alejarse de su vida como futbolista, pasó a dirigir Ciudad de York, un club que actualmente compite en la National League North y, finalmente, fue gerente del Luton Town, en Bedfordshire.
Lo que pasó no solo expone un hecho puntual de un “simple olvido” que pudo tener su equipo con él, sino también una realidad que atraviesan los arqueros. La vida en soledad en entre los tres palos esconde un mensaje que va más allá de todo y es que no hay nadie más entregado que un arquero en el terreno de juego.
Bartram murió en 1981, a los 67 años, en una finca a donde se había mudado apenas seis años antes de su retiro. El paso del tiempo, sin embargo, fue en la dirección contraria a aquella anécdota en la neblina: nadie jamás pudo olvidarse de él.
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