La palista de 43 años es abanderada argentina en los Panamericanos y busca su décima medalla en sus sextos Juegos
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SANTIAGO DE CHILE.- “Y si en Lima 2019 decía que era ‘la abuela’… ahora tenemos que hablar de la ‘momia´. Sabrina Ameghino estalla de risa porque está feliz: a los 43 años participará de sus sextos Juegos Panamericanos, todo un récord para esta palista que hizo historia al convertirse en la primera argentina en la historia en ganar una medalla de oro en canotaje a nivel panamericano. Además, es la máxima medallista en este certamen junto con el exciclista Walter Pérez (9). Es una tromba hecha mujer. “En realidad sigo siendo la abuela, la diferencia de edad no cambió respecto del resto, solo que ellos están más jóvenes”, bromea la oriunda de Ensenada, que este viernes desfilará como la abanderada de la delegación nacional junto al rugbier Marcos Moneta, en el Estadio Nacional de esta ciudad.
-¿Cambió tu motivación de los anteriores Panamericanos a estos que están por comenzar?
-Sí, porque esta vez ya me sentía afuera del equipo. En el selectivo de marzo me fue mal y quedé fuera de todo proyecto este año; no estuve con el equipo senior y obviamente no pertenecía tampoco al Sub 23, así que quedé al margen de todo lo relacionado con los concentrados. Tuve que trabajar sola en casa, pero con el apoyo de la familia, mi preparador físico Sebastián Paz y mi entrenador de la selección, Nicolás Cobelli, que son los que están incondicionalmente, me invitaron a no bajar los brazos. Me decían ‘¡Dale, qué te cuesta!, ¡Si lo ya lo hiciste tanto tiempo, inténtalo!’ Me vi un poquito empujada y presionada por ellos, pero bien, así que decidí que lo intentaría en el control interno y gracias a Dios les hice caso. Salió a las mil maravillas.
-Hay mucho de mental para salir adelante en este deporte, ¿no?
-El canotaje es 80 % cabeza y 20 % físico. De un tiempo a esta parte siento que el bocho dice ‘Dale, flaca, dejá de hinchar’. Estoy teniendo lesiones que no solía tener, es una cuestión de desgaste emocional. Estaba medio con la pala colgada en la pared y surgió esto. Ahora la estoy disfrutando de la mejor manera posible.
-En Lima habías sido campeona en el K1 200, pero es una distancia que ya deja de correrse…
-Que no exista más la distancia del K200 no es que me perjudica, pero el cambio al K500 es durísimo. Ya no tenía la voluntad y el nivel que hay que tener para participar de una carrera de 500 metros, porque se trabaja diferente y más duro. Es mucho consumo y además las nenas me llevan 20 años de juventud...
-Es paradójico, porque tenés cuatro años más respecto de Lima 2019 y te animaste a una distancia en la que vas a correr más del doble, si bien sabés bien de qué se tratan los 500.
-Y además el K4 exige una intensidad muy grande; te deja muy cargada físicamente y hay que saber administrar la energía lo mejor posible. Pero nada… vengo dando pelea y tratando de apoyar, porque encima en el bote me sentaron atrás de todo, que es donde hay que hacer fuerza. Así que bueno, ¡ahí estoy dando lo mejor!
-¿Tu experiencia te da derecho a elegir una posición específica en el bote?
-No, se arma así técnicamente. La que va adelante es alguien que rema muy bien y es muy sensible a los cambios de ritmo; tiene que saber cuándo fluctuar para no perder al resto atrás o ser capaz de ampliar la remada. La segunda es como la caja de cambios, quien debe seguir las variaciones que hace la de adelante. Si no la sigue, chau, se desarmó el bote por completo. Y después, la tercera y la cuarta somos las que apoyamos la embarcación acompañando al grupo de adelante. Estuve subida en todos los botes K4 que consiguieron bronces. Tengo la experiencia y sé cómo correrlo, pero no lo disfruto.
-¿Qué te dejaría en paz deportivamente cuando te vayas de estos Juegos Panamericanos?
-Me iría tranquila con una medalla que no sea de bronce. Pero si es de bronce la voy a abrazar como si fuera de oro. No puedo decir que estamos ‘cansadas’ del bronce, porque la verdad es que nos cuesta un huevo más grande que el de un avestruz. Es muy difícil estar en un podio para las mujeres a nivel panamericano y lo conseguimos en Santo Domingo 2003. Después, volvimos a ser bronce recién en Toronto 2015 y Lima 2019. La idea es tratar de mantenernos ahí y no bajar del podio. Después, si podemos mejorarlo sería mágico, pero el rival es muy respetable. Claramente no estamos al nivel de las canadienses, aunque intentaremos acercarnos los más posible a esa punta para esperanzarse de seguir mejorando y acortar la brecha.
-Cómo ves al deporte argentino?
-Cien veces mejor. Al deporte en general se lo ha difundido muchísimo, no solamente al canotaje. Es un cambio abismal a partir de la creación del Enard, donde hacen lo que pueden con lo que tienen. Tenemos que entender que no somos ni Alemania ni Hungría. Pasamos de no tener nada a contar con estructuras. Antes era impensado que trajeran una flota nueva de botes y ahora llegó una tercera. En Santiago estamos con lo mejor en cuanto a material, siempre intentamos mantenernos actualizados y el respaldo está. Lógicamente siempre falta algo: por dónde lo mires, en algún lado siempre habrá un agujero, pero me gusta ver las cosas desde un lado positivo. Antes se comía arroz todos los días porque no había para el presupuesto de la comida y ahora estamos comiendo con un plan nutricional que se respeta a rajatablas. Es otra cosa. Ya en Lima 2019, la comida era alucinante.
-¿Cómo te movilizó la designación como abanderada?
-Me puse a llorar “un poco bastante” cuando me distinguieron como la abanderada. Me llamó Walter Pérez para decirme que habían propuesto mi nombre en la Comisión de Atletas. Se tomó de manera positiva y tuve como el 90 % de los votos. Me sentí más halagada por quiénes me votaron que por el hecho de llevar la bandera.
-Igual no es una sorpresa, a juzgar por tu historial en el deporte regional.
-Es que yo nunca lo veo desde mis antecedentes deportivos, aunque los amigos de mi hija Vera me dicen: ‘Ponés Sabrina Ameghino y aparecés en Wikipedia’. Sí, está bárbaro, pero yo veo deportistas mucho más grandes que se lo merecen más. Y desde este lugar que me toca, me parece una guasada. Por ejemplo, Marcos Moneta ya es campeón olímpico de la Juventud, medalla de bronce en unos Juegos Olímpicos y yo solo tengo una participación olímpica, en Río. Vos lo ponés en la balanza deportivamente hablando y tiene mucho más valor lo que hizo este pibe con 23 años, más allá de que las realidades de ambos deportes y las épocas sean diferentes, porque él arrancó con un deporte ya lanzado. Por eso digo que a nivel deportivo, hay gente que lo merece más o igual que yo. Pero me sentí sumamente halagada y lo voy a disfrutar a morir porque es increíble.
-¿Y cómo fue ese momento en que te avisaron?
-Estaba remando en el medio del río, en Ensenada, dándoles clase a los alumnos. Menos mal que tenía anteojos negros porque… Se preocupaban y me decían: ‘¡Qué te pasa, Sabrina!’. Porque además no podía contarlo. Fue muy emotivo en muchos sentidos, lo considero un supermimo al alma y Walter me dijo: ‘Vas a tener la oportunidad de superar al ‘más mejor’, que soy yo’, porque estamos igualados en nueve medallas. Salvando el chiste interno, el loco es campeón olímpico, está comparándose conmigo y…. no flaco, ¡estás allá arriba! Honestamente, para mí es un montón.
-¿Habrá unos séptimos Juegos Panamericanos?
-No lo sé. Siempre digo ‘Hasta acá llegué’ y después fijate, ya van seis. Fue refrescante volver a sentirme bien y estar a la altura de la situación. Estaba muy para atrás, tuve que recuperar fuerza, trabajar el gimnasio… Hice un laburo muy duro, pero se consiguió. Si no hubiese sido por mi familia y mi novio… Imaginate el humor, no eran solo brillitos y amor. No quiero sentir el dolor de hacer fierros cinco veces a la semana, de salir a remar y tener la cintura hecha pedazos. Deja de ser algo placentero y pasa a ser medio una tortura. Ahora todo cuesta, pero mientras lo esté disfrutando me prometí continuar.
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