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En primera persona: vencer al sol, o al menos intentarlo
Una carrera por relevos contra la naturaleza que reúne a corredores de todo el mundo y de todo nivel en Chamonix, Francia
Correr no es solamente correr. Es entender que se puede. Es vencer la falta de ganas. Es levantarse sabiendo que el día va a tener un desafío que, muchas veces, va a ser complicado pero que se buscará, de todas las maneras posibles, superar. Es pensar en el cuerpo como una herramienta que permite experimentar sensaciones que no se viven en la vida cotidiana. Es anhelar poder llevar esas vivencias a todos los ámbitos de la vida. Y, a veces, eso sucede.
“De vez en cuando la vida, te besa en la boca...”, canta Joan Manuel Serrat en una de sus canciones más conocidas. Y el 21 de junio de 2016, el Nano se subió a mi mochila y recordó minuto a minuto que el beso, aunque fuera sólo por ese día, era para mí. Casi sin querer, casi sin buscarlo, sin siquiera saber que existía una competencia tan distinta, llegó un llamado para ser parte de Beat The Sun, una carrera con un formato muy particular: equipos de todas partes del mundo, con seis integrantes cada uno (tres corredores experimentados y tres amateurs), debían dar la vuelta al mítico Mont Blanc, atravesando Francia, Suiza e Italia. ¿El desafío? Largar a la hora que el sol salía, 5.44, y llegar antes de que el astro se ocultara nuevamente, 21.25. El concepto era vencer al sol el día más largo del año para los europeos y el comienzo del verano para ese hemisferio. Los 150km que abarcaba el recorrido estaban divididos en 13 tramos con importantes desniveles y cada corredor debía completar dos, excepto por uno de los expertos que tenía tres.
Meses atrás, el dueño de la empresa para la que trabajaba, comentó que existía esta competencia y me animó a que me inscribiera. Desconfiada ante las posibilidades de ser elegida, lo hice. Pasaron los días y llegó un aviso: tenía que juntar votos para poder ser, finalmente, seleccionada. Más de 30.000 personas de todo el mundo habían aplicado y en la preselección de 50 estaba incluida. Íbamos a ser 24. Ya era demasiado.
Y como correr también tiene estas cosas, gracias a amigos que pidieron a otros amigos y estos a otros y a otros, la cadena de favores permitió juntar los votos necesarios para ser seleccionada para viajar a Francia y vivir la experiencia más hermosa e inexplicable que, hasta el momento, me dio correr.
Ante la llegada de una carrera importante algo sucede internamente. Se mueven los estantes. Se trastocan las piezas de lo que, hasta ese instante, parecía estable y aparecen cientos de cuestionamientos. Y ahí entra a jugar otro desafío: superar los escollos, salir airosa de la situación y crecer. Y esta no fue la excepción.
A diferencia del resto de los seleccionados, al no conocer la existencia de esta prueba, no había entrenando específicamente para correr en montaña. Sí tenía distancia acumulada porque la meta de cada año es un maratón. Si se pueden dos, mejor. Desde el primero que corrí, es la distancia que elijo por lo que conlleva entrenarla y por el placer de cruzar la meta. Porque desde que empecé a entrenar maratón pude vincularme con mi cuerpo más allá del físico. Porque eso fue lo que generó las fuerzas para pelear contra los trastornos de alimentación que desde la pre adolescencia atormentan mi cabeza.
Beat The Sun brindó a decenas de corredores amateurs, la posibilidad de conocer a atletas históricos, con récords mundiales y nacionales en maratón, como el inagotable Ryan Hall o la mítica Deena Kastor, al dueño del récord mundial de 100k en pista, el señor Jonas Buud, a expertos corredores de trail como la dulce Megan Kimmel o el amigable y gracioso Iazaldir Feitoza. Y no solamente conocerlos, sino vivir una semana previa a la competencia entrenando y escuchando cómo comenzaron a correr, cómo fue su infancia, por qué eligen participar de estas experiencias e, incluso, realizando preguntas curiosas como por qué o desde cuándo corremos los que lo hacemos solamente por placer o cómo es nuestro día a día en un país que no conocen. Y, por si fuera poco, en el marco de los Alpes franceses y con una considerable exigencia deportiva. Cada entrenamiento previo fue de no menos de 2 horas de duración, entre 13 y 15k y con desniveles positivos de 1000 metros promedio. Ya para iniciar la experiencia, el primer estímulo fue subir a ver uno de los glaciares del Mont Blanc, Mer de Glace, y consistió en 6k con 900 metros de ascenso, casi un kilómetro vertical sólo para el desayuno.
Chamonix, de por sí, es un pueblo de ensueño, colmado de deportistas. Incluso en verano. Basta caminar 30 metros para cruzar a alguien haciendo mountain bike, alpinismo, corriendo, preparando sus mochilas para hacer parapente, por nombrar apenas un par de opciones. La gran mayoría de los fines de semana hay competencias de trail running, de alpinismo, de ciclismo. Y en invierno, el pueblo explota y se llena de esquiadores. Todo está preparado para hacer deportes. Las tiendas son exclusivas para la montaña. Accesorios, ropa, zapatillas, trajes, alimentos, todo pensado para que quien visite Chamonix no se vaya sin probar, al menos, alguna actividad.
El río que atraviesa el centro del pueblo se convierte en la banda sonora que acompaña a los turistas que recorren, una y otra vez, las pocas pero coloridas cuadras repletas de comercios. Y también es fiel compañero de los corredores que utilizan la senda paralela al río para hacer sus trabajos regenerativos o de velocidad. Allí fuimos con el marplatense Manuel Méndez, el corredor experto que viajó desde la Argentina y con quien compartimos el equipo The Americas I.
Beat The Sun no fue una carrera más. Beat The Sun propuso un desafío, levantó la vara de las expectativas propias y ajenas y permitió aprender que se puede superar un “NO”; que no siempre los compañeros de un equipo van a estar de acuerdo y, aún así, se puede intentar dar lo mejor; que se corre más contra uno que contra otros, que el universo es mucho más grande que todo lo que pasa en nuestra mente, que la naturaleza es quien impone las reglas en la montaña, que la humildad es el mejor atributo de los grandes atletas y, sobre todo, que quienes se conocen corriendo, difícilmente dejen de ser amigos.
The Americas I no logró cruzar la línea de llegada antes de que se pusiera el sol. Pero llegó y lo hizo de la mano de The Americas II, el otro equipo que representaba al continente. Megan Kimmel y Deena Kastor, encargadas de completar los últimos 7 kilómetros de carrera, 200 metros antes de llegar, tomaron las manos de sus compañeros amateurs y, llevándolos a ritmo de pasada de 400m, cruzaron la meta mientras cientos de personas arengaban con los cencerros típicos de la zona que los familiares de los campesinos utilizan para alentar durante las competencias de ski de invierno.
Más 50 historias se cruzaron en Francia. Más de 50 personas pudieron compartir charlas, entrenamientos, paseos, tristezas y muchas más alegrías. Sudafricanos, polacos, holandeses, estadounidenses, argentinos, españoles, brasileños, ingleses, suizos, franceses, japoneses, neozelandeses y keniatas, son sólo algunas de las nacionalidades que fueron parte de esta experiencia única y compartieron durante una semana sus costumbres, se hicieron entender con gestos, sonrisas, lágrimas y abrazos. Desde Megan Kimmel con sus consejos para que no nos desesperemos y disfrutemos de la montaña, hasta Deena Kastor contándonos, mientras aguardábamos que nos llevaran al siguiente tramo que teníamos que correr, que su hermana le mandaba mensajes contándole lo mal que se portaba su perro o respondiendo, ante el comentario “¡Qué linda mochila Deena!”, algo tan natural como “Sí, nos las dieron cuando fuimos a los Juegos Olímpicos. Está impecable.”, mientras la mirábamos perplejos.
Beat The Sun simbolizó la convivencia de dos universos, el elite y el amateur, unidos por un mismo fin: correr. Correr para disfrutar. Correr para sanar. Correr para sufrir. Correr para superar el sufrimiento. Correr para aprender que las cosas importantes de la vida van más allá de una marca o un trofeo. En definitiva, correr para ser feliz. Porque de eso se trata la vida.
Florencia Pollola
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