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Cuando cambiar es la regla: Columbia Race Corrientes 2016 en primera persona
30km de una carrera muy variada, con cambios de terrenos y dificultades. Un circuito para cerrar el año y pensar en los cambios
Sombra. ¡Por fin! Veo a la derecha algunos árboles y me acerco. Miro el GPS. Ya pasé la mitad de la carrera. Es 11 de diciembre, el sol brilla y el calor pesa en Corrientes. Por suerte llovió en la semana. Los locales celebran que esta fresquito, pero mi porteñez no piensa igual. Van 10 de los 30km de la Columbia Race Corrientes, ya tomé un litro de agua y recién me empiezo a acomodar.
Eran las 8 cuando estaba en la línea de largada. Con la sola expectativa de sumar esos km, de disfrutar mi última carrera del año, y a consciencia de que no había entrenado como me gusta. Los balances del año se mezclaban bajo el arco: en un lugar nuevo, repasando logros, aciertos y errores. Después de un año difícil: desordenado; de sacudones fuertes, de mil sentimientos, de km - de muchos- pero desordenados también. Un año de sismos, ante los que no hubo más opción que ponerle “sonrisa” a las balas y seguir.
Los primeros km de la carrera fueron en arena, sobre un terreno desparejo, que no tenía desnivel pero hacía sentir cada músculo. Yo avanzaba, tratando de acomodar mi cabeza y la pesadez que me generaba el calor. El cuerpo no me respondía como quería y tenía que respetar eso para seguir y disfrutar la carrera.
Antes de largar, Gonza, un amigo correntino, me había comentado que el circuito atravesaba muchos arroyos y eso ayudaba a refrescarse. Mientras la arena seguía, mi gorra no alcanzaba para calmar el sol. Pero después del km 15, empezaron a aparecer, no solo los arroyos, sino un montón de terrenos distintos que volvieron el circuito muy divertido. Hubo partes de campo traviesa donde soltarse y correr un poco más. Hubo partes de selva correntina, donde el verde me envolvía literalmente. No me habían mentido, había arroyos y charcos por doquier. El terreno cambió drásticamente: se llenó de raíces, árboles, y muchas ramas a la altura de la cabeza. Las zapatillas se embarraban y se limpiaban constantemente. Era un parque de diversiones, donde corríamos y estábamos obligados a jugar al ritmo de la naturaleza.
La dificultad de la carrera no estaba en la altimetría. Pero sí estaba en los cambios, en un terreno muy desparejo y variado. El barro acompañaba y se hacía protagonista. Los pies se movían para todos lados, y era difícil anticiparse. Esto me obligaba a ir atenta, con el cuerpo relajado pero listo para responder. El terreno lo pedía. Había que seguir su propio ritmo: soltar el cuerpo, acompañar sus movimientos, no pensarlo mucho y fluir. Me reía, con algún que otro resbalón, y pensaba que era una carrera que pedía bailar, liberarse un poco y, sí, bailar. Como pasa en la vida, cuando los cambios vienen, cuando el terreno te marca el ritmo; cuando no podes aferrarte al plan porque no sabes - porque nadie sabe- lo que viene en el próximo paso.
Y así corría; entre paisajes que cambiaban, con arena, con barro, con agua. Y mientras cantaba en mi cabeza, y me reía de lo que iba pasando. Ni siquiera porque fuera gracioso, solo más bien por las ganas de reírme. Porque disfruto y estaba disfrutando correr, ese perderme en la naturaleza (figurativa y no realmente claro), sin celular, sin preocupaciones, corriendo y solo conectándome con eso. Corría sola, pero me fui cruzando con mucha gente y charlando, compartiendo historias o alguna broma que hacía todo más divertido.
Continuaba en carrera y el circuito no perdía sorpresa. Al salir de tanta selva, nos encontramos con barrancas para subir y bajar, lugares en los que incluso necesitamos sogas para trepar mejor. El sol seguía brillando, y toda esa sombra de la selva quedó atrás. Por suerte, cada aproximadamente unos 5km, había puestos de asistencia que eran reales oasis con bolsitas de agua. En todos, aproveche a hidratarme y mojarme la cabeza.
Para el final del circuito, el terreno sumó un último cambio: un tramo de coastering, más tranquilo en dificultad técnica pero con un sol que se hacía sentir. Estaba llegando, y llegaba contenta. Porque sin importar el tiempo o cual fuera el puesto, había disfrutado mucho esos kilómetros.
Columbia Race Corrientes, y el 2016 que también iba terminando, se trataron de cambios. Cambios que me llevaban, cambios que elegí, cambios con vértigo, con temor, con incertidumbre. A veces con cuidado, otras como pude; con alegrías y necesitando fluir. La risa, esa que nace sola cuando la pasas bien, también me ayudó a relajarme y liberar tensiones. Porque la vida, y las carreras, siempre tienen alguna sorpresa. Pero hoy, pienso que no se trata en si de lo que tenés o lo que estás haciendo, sino de la persona que fuiste, de quien sos y en quien te vas convirtiendo mientras pasan esos cambios.
Por Yasmín Jalil, corredora amateur
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