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Pablo Ureta: "La montaña es mi forma de meditar"
El santafesino y cordobés por adopción de 37 años encontró en las carreras de montaña su forma de conectar con la naturaleza, y con el mismo; ganó 5 veces El Cruce Columbia, y va por el sexto triunfo, otra vez, en compañía de Daniel Simbrón; la montaña como filosofía de vida
Baja de la montaña a grandes zancadas, se divierte eligiendo donde aterriza cada pie, a una velocidad endemoniada. Tendrá unos 13 o 14 años, no debería ser un pasatiempo tan peligroso para un chico de su edad, si no fuese por lo que lleva sobre sus hombros.
Con esa mezcla adrenalínica de miedo y diversión, su hermana Lizzie parece siempre a punto de caerse, tiene tres años y grita como loca, apretando sus piernitas contra el cuello de Pablo Ureta. Abajo del cerro, Martha, la madre de ambos, les grita con una mezcla de enojo y resignación, sabe que está en su habitad, la montaña.
No se equivocaba Martha, la montaña le sienta bien a Pablo. Lo demostró ganando 5 veces una de las carreras más importantes de Sudamérica, El Cruce Columbia. A pesar de haber nacido en la planicie de Rafaela, Santa Fe, cuando tenía 2 años, la familia Ureta se muda Huerta Grande, un pueblo cordobés, cercano a La Falda, que de grande solo tiene el nombre. Allí Pablo crece enamorado de la naturaleza, y su forma de disfrutarla es a toda velocidad. "Nada me divertía más que lanzarme montaña abajo esquivando obstáculos".
Sus primeras competencias fueron en triatlón, deporte que aún lo apasiona, luego también se destacó en las carreras combinadas de aventura. Estas, furor a finales de los noventa, dieron lugar a las competencias de trail, menos costosas y exigentes. Pablo había terminado la secundaria salió a recorrer el mundo, quería estudiar en una carrera que no lo fijara a ningún lugar, probó primero en Estados Unidos, luego pasó por España, pero terminó en Suiza –de donde volvería como licenciado en administración de empresas, un post-grado en management y cinco idiomas en su curriculum-. Recién llegado, se inscribió en una carrera de montaña. Pero no serían como las de Argentina. Allá los recorridos son en subida, siempre. Largó un 21k donde ascendió 2.300 metros. Podría haber sido una dificultad, pero fue un hallazgo. Ganó en juveniles, superando a atletas que en el llano le ganaban fácil. "Descubrí que mientras más duro", recuerda él, "más competitivo era".
Su entrenador le había sido claro: tenía en sus piernas, un futuro como atleta profesional. "Pero nunca estuve dispuesto a sacrificar mi estilo de vida por una rutina de entrenamiento". El estilo que él defiende, es viajar por el mundo, programando las carreras con menos de un mes de anticipación. "Si bien soy relajado, a la hora de competir, no soy estúpido". Administra tanto las horas de sueño, como los arroyos que habrá en el recorrido y la cantidad de agua que necesita llevar para hidratarse bien sin acarrear sobrepeso. "Los amateurs creen que solo corremos fuerte pero hay que pensar, siempre".
¿Qué consejos le da a los principiantes? "Que no corran tras cada nueva tecnología, he visto gente en pánico antes de largar, porque no les toma señal el GPS. Los que logran escuchar, sentir, al cuerpo, sacan una gran ventaja con el resto", comenta.
En unos días estará participando por novena vez de El Cruce. No sólo lo ganó 5 veces en dupla, una sola vez estuvo afuera del podio y quedó cuarto. Sus últimas dos victorias fueron junto a Daniel Simbrón, (ganador del Cruce Tandilia, Jabotí, y representante argentino en el mundial de trail). Para él, es el mejor corredor del país. "Aprendí mucho con él, sobre todo a ser paciente", reconoce Ureta. "Antes quería ganar la carrera desde el primer kilómetro, destruir a los contrarios". Le mostró otras tácticas "A atacar en diferentes lugres". Admira de su compañero, como trasladó su nivel en calle –tiene 2h18m44s en maratón y dos títulos nacionales en la especialidad- a las carreras de montaña. "En ese aspecto, ha sido el más inteligente".
La filosofía del corredor de montaña es mucho más pura
"El Cruce me enamoró desde mi debut, en el 2004, cuando la ganamos con Cameron Widoff". En esa edición, la primera etapa se había presentado como 25 km, pero terminaron siendo 62. Igualmente ganaron la etapa, pero les quedó una buena anécdota "Cameron había salido sólo con un gel, y yo con un bocadito de higo". Convencido de que el romanticismo de esta competición, es su origen como carrera de duplas, nota un cambio. "El foco, desde hace dos años, pasó a los individuales". Cree que el mayor nivel está allí, y no quiere quedar afuera. "Seguramente sea mi último Cruce en pareja."
Reconoce que los corredores europeos que participan tienen nivel muy superior al de los locales. "Pero vienen en pretemporada, y en esta época del año, son vulnerables".
-¿Te parece que, aparte de los europeos o la elite local, puede dar la sorpresa algún desconocido?
-No, los candidatos están marcados antes de largar porque la carrera no se gana corriendo, sino en los campamentos.
-¿En los campamentos?
-Si, los conocimientos de recuperación y planificación que tiene la elite. Como descansar, comer hidratarse, encarar la próxima etapa, generan, con los amateurs, una brecha enorme.
-¿Competís contra atletas dopados?
-No hay plata en juego, ganás la carrera más importante del mundo (el Ultra Trail Mont Blanc) y te dan una placa. Por otro lado la filosofía del corredor de montaña es mucho más pura. No es ciclismo, donde hay una cultura diferente del doping. Aunque a veces alguno cae, en todos lados hay tramposos.
Ya lleva veintidós años compitiendo contra los mejores. "Mi fórmula es que hago todo, menos una rutina. Nunca me aburro, tengo las mismas ganas que cuando empecé." Pero va más allá de las carreras o las medallas. "La montaña es mi forma de meditar. Si estoy bajoneado o complicado con el laburo, corro hasta lo más alto: desde ahí lo veo todo diferente." Con 37 años, no ve el final del camino.
"Mientras el corazón siga latiendo y la pasión siga intacta, voy a correr hasta que me muera".
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