Más felices que veloces

"Más felices que veloces", me dice Soledad Polli, autora intelectual de varias de esas frases que sirven para contestar a la repetida pregunta sobre por qué corremos, y a esa altura de la carrera su cara confirma la primera parte, pero sus piernas empiezan a desmentir la segunda.

Vamos hacia el kilómetro 17 de los 21 que completan el Nike #WomenVictoryTour, justo a los pies del estadio Monumental, por Figueroa Alcorta, y hace poco más de dos que me sumé a su marcha, haciendo uso de mi privilegiada condición de Pacer.

Más que pacers, nos habían explicado la noche anterior los anfitriones, íbamos a ser acompañantes. "Motivators", según traduje. Y cuando la vi venir a Sole (entre el km 14 y el 15), no dudé en cortar camino para acompañarla hasta el final, junto con Juan Pablo Calviño. Su ritmo había caído por encima de los 5 minutos y sólo era cuestión de recuperar el paso, algo que con su experiencia no sería nada difícil.

Ya me había tocado correr entre mayoría de mujeres (exactamente con 9.999 y Marita Peralta, nada menos, en los 5K de McDonalds) y ya había experimentado, entonces, esa energía diferente que transmiten. Aquella chica que antes del 10 aceptó de buena gana el consejo para combatir el dolor de los brazos adormecidos o la otra que agradeció el truco de apretar el vasito de Gatorade para poder tomarlo sin detener la marcha. Para muchas de ellas, el 75% de las inscriptas, nada menos, aquella era la primera Media Maratón.

No para Sole, claro, que pasados los 18K murmuró una frase con copyright de Luis Migueles, que ahora no recuerdo pero que en el medio, seguro, tenía la palabra "resistencia". Ya marchábamos por debajo de los 5 minutos y si algo le faltaba era que el propio Luis, a la vera del camino, angostado a la altura del 19, le dijera como quien le habla al oído: "A la señora, a la señora tenés que pasar", mientras le marcaba con la pera a la mujer que iba delante.

Ya tenía esa idea en la cabeza, Sole, cuando a los dos nos llegó el sonido de los tambores, que animaban la llegada, justo al otro lado de Figueroa Alcorta, pero dos kilómetros por delante, con el retome incluido. Fue entonces que lanzó la otra frase, maravillosa: "Se escuchan los tambores, son los de nuestra tribu", dijo, ya con la respiración alineada y con el objetivo entre ceja y ceja.

Linda tribu la de los runners. Linda. Te hace levantar un domingo a las cinco de la mañana para ir a correr, aunque el pronóstico diga que no van a hacer más de 5 grados y los agoreros anuncien lluvia. Que te hace levantar aunque te duela el gemelo, total, sólo vas a acompañar. Que te hace largar, después, total sos "pacer/motivator" y podés volver cuando quieras. Que te hace olvidar del dolor, en un momento, y que te gratifica, enseguida, con el trote acelerado al lado de una amiga que piensa lo mismo que vos de muchas cosas.

Y entonces, te dejás llevar. Y ves como Soledad acelera, hacia la meta. Y pasa a la señora, primero. Y a una cuantas chicas, después. Y escuchás que tu compañero de ruta, Calvi, dice: "Dejala, es de ella. Es su carrera". Y su carrera termina en una hora y cuarenta y pocos minutos, acelerando en una recta final que más de veinte minutos antes recibió a las hermanas Florencia y Mariana Borelli, y a Sofía Luna, y a esa yanqui encantadora (por Rachel Ascher, segunda en la general) que corre como si el viento la llevara. La, las, recibe Marita Peralta, como una más, aunque en pocos días estará corriendo la maratón en los Juegos Olímpicos.

La recibe a Sole, igual; a todas las Migueletas, amigas del Migueles Team; y también a las que vienen dos horas más atrás. Las recibe igual. La maravilla de esto que te hace feliz, durante el tiempo que dura la carrera. Y antes y después.

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