Hood To Coast: la carrera de las 199 millas, según Magdalena Pusso

Pensé que estaba un sueño. Nada me podía demostrar que lo que estaba viviendo era real. Era exactamente lo mismo tener los ojos abiertos o cerrados. Estaba corriendo por el medio de la montaña, a la luz de la luna, completamente sola, en medio de Oregon. Nadie me iba a marcar el camino, nadie me iba a estar esperando en el medio del recorrido con agua y nadie iba a estar acompañándome. Estaba muy lejos de mi zona de confort, lejos de las carreras de calle que estoy acostumbrada, lejos de mi entrenamientos en Palermo donde a lo sumo hay un puente de inclinación y donde el espacio verde no es comparable con el lugar donde yo estaba. Todo esto me enamoró. El desafío, el cambio, el complemento perfecto de una carrera de calle y una de aventura. Correr conectada con la naturaleza pero por un camino ya sea de cemento o tierra o ripio. Correr con una lucha constante entre mis piernas desgastadas y mi cabeza que quería seguir e incluso ir más rápido. Correr consciente de lo que estaba viviendo y la oportunidad única que tenía de estar ahí. Disfrutando paso a paso de la experiencia, de la vista única, disfrutando la vida... en zapatillas.

La carrera se basa en completar 199 millas, desde el Monte Hood hasta la costa de Portland. Se corre de a grupos de 8 a 12 participantes, y hay 36 legs o etapas, cada corredor debe hacer 3 de ellas. Para esta aventura, para esta nueva aventura, Nike convocó a 24 corredores de Asia y América formando 2 grupos de corredores. Cada etapa es muy diferente con la siguiente o con la anterior y es un desafío para cada corredor. Aunque la dificultad está establecida, al fin del día esto es subjetivo, porque muchos factores influyen personalmente a cada uno.

Lo especial de esta carrera es que cada corredor debe completar 3 tramos, así en total el equipo hace 320 km, aproximadamente cada integrante del equipo le tocan de 26 a 30 kms. Son tres tramos en diferentes horarios: pasé de correr al mediodía, a la noche más imponente y a la madrugada viendo el amanecer. Son tres momentos muy diferentes, son tres revanchas, tres oportunidades para disfrutar de una oportunidad única que te brinda tres oportunidades para hacerte más fuerte y tres oportunidades para ver hasta dónde las piernas y la cabeza son capaces de llegar. Darte cuenta que no hay límites para nosotros. Cada etapa que pasaba te cruzabas con menos corredores, teníamos menos "road killers" (así se llama a los corredores que sobrepasás) y ahí entraba en juego la fuerza mental.

No sólo cada tramo que corría fue un sueño, una experiencia inolvidable, sino también las otras 26 horas que no estaba corriendo pero sí conviviendo en una minivan o combi con el equipo, gente de todas partes del mundo que veía por primera vez pero que sentía que los conocía desde siempre. Compartimos el famoso entrenamiento invisible, desde el apoyo moral, los consejos, la motivación a la elongación, la alimentación y el descanso. Cada frase, cada consejo de mi equipo para mí valía oro. Era una enseñanza, una ventaja que me iba a ayudar a ser mejor en cada tramo (leg).

Fue muy gratificante ver a tus compañeros llegar con una gran sonrisa en la cara, más vivos y más fuertes. Que te ayuden a ganarle a tus miedos recordándote lo que te está tocando vivir y que el objetivo más importante es disfrutar cada paso.

No sólo tuve el privilegio de cumplir mi sueño sino que el de cualquier persona que le guste el contacto con la naturaleza y el sentimiento de libertad absoluta. Soy una afortunada. Me encontré conmigo misma haciendo lo que más me gusta. Todavía no sé si fue un sueño. Sólo se que algo en mí cambió. Para siempre.

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