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Una gaseosa, la apuesta que lo llevó a a debutar en un maratón
Julio Coronel nunca había corrido en calle. Sólo jugaba al fútbol, pero ante el desafío de un compañero se anotó en el primer Maratón Internacional de Mendoza y llegó en el último lugar. Hoy vive el atletismo como una pasión
“Señor, la carrera ya terminó. Suba al camión que está retirando las vallas y vuelva a casa”, le dijo uno de los banderilleros. Restaban 2000 metros para terminar los 42,195km del Maratón Internacional de Mendoza (MIM), pero Julio César Coronel había pasado largamente las 5 horas de carrera. Todos, absolutamente todos, querían irse a sus hogares.
Era el último, la premiación ya había pasado, casi todos se habían retirado del lugar, pero él sabía que sus amigos lo estaban esperando. Eso fue lo que lo mantuvo en pie.
Era 1999 y se disputaba la primera edición del Maratón de Mendoza, sólo un par de años antes de que tapara al país el "corralito" de Domingo Cavallo, todavía con el 1 a 1 entre el peso argentino y el dólar. El corredor mendocino, aún lejos de la meta, pensó que así como la convertibilidad hacía suponer la igualdad entre las monedas, a él con sus partidos de fútbol y entrenamiento en el gimnasio le alcanzaría para correr sin sufrir la distancia. Hoy en día no logra develar cuál de las dos mentiras era más grande.
La historia del mendocino de 53 años como deportista comienza en su infancia, lejos del atletismo. En Luján de Cuyo jugaba en las inferiores del club local, pero luego de que le robaran el único par de botines que tenía, se conformó con jugar en los picados de los torneos callejeros. Corría toda la cancha, era un “polifuncional”. Así fue como pasaron los años y despuntaba el vicio los domingos, o cuando lo llamasen para sumarse a un picadito.
Hasta que un día, medio en chiste, medio en serio, un compañero le apostó una gaseosa a que no terminaba una carrera que se hacía el domingo. Ni Julio ni su amigo entendían bien de qué se trataba, pero mucha gente comentaba sobre el evento. Era la primera edición del Maratón Internacional de Mendoza. ¿Qué tan difícil podía ser?“Era algo personal. No fue tanto el premio lo que me importaba, sino el demostrar que podía ganar la apuesta”, cuenta entre risas.
Lo cierto es que no se preparó, ni salió a hacer fondos y menos se cuidó la noche anterior. Salió a bailar el sábado a la noche, y casi de madrugada volvió a su casa. Ya era domingo y restaban un par de horas para la largada. El alcohol ingerido en el boliche lo obligaba a tomar agua y la botella de litro bajó en un abrir y cerrar de ojos. Como no quería correr con el estómago vacío, desayunó una fruta y un litro de leche.
Con un poco de sueño llegó a los Portones del Parque San Martín, lugar de la largada, y de inmediato se dejó llevar por el entusiasmo de los demás. Julio comenzó a deslumbrarse por el movimiento que había, y se paró, tal como si fuera corredor de elite, en la primera fila. Cristian Malgioglio, el ganador de la prueba y su actual entrenador y amigo, lo miró extrañado. No se conocían y el atleta temió tener competencia. “¿Y éste de dónde salió?”, se preguntó. Es que el grado de inconsciencia que tenía Coronel intimidaba a los demás. Y así fue, el novato corredor salió a correr como Kipchoge en el Breaking2… pero ese sprint le duró menos que la distancia que corre Usain Bolt. Ni siquiera aguantó el ritmo por 100 o 200 metros que debió empezar a caminar.
Ahí, con la lengua afuera, jadeando, se dio cuenta que 42 kilómetros serían un suplicio. “Me morí en el arranque. Caminaba, trotaba, volvía a caminar…lo único que me mantenía eran los gritos de la gente”, recuerda y asume que lo suyo fue un innecesario acto de arrojo. Hoy sabe que eso no se lo recomienda ni a su peor enemigo. Sabe que para correr un maratón debe entrenarse como corresponde.
Así fue como los kilómetros empezaron a pasar. De a poco, sin mucho ritmo, pero con la meta cada vez más cerca.
Una vida con un giro brusco
Después del maratón, todo cambió. Hoy Julio Coronel se entrena junto con jóvenes que se inician y les hace de liebres. “Lo más lindo es ayudarlos y que luego me ganen”, cuenta con orgullo. “Odiaba el atletismo. Yo disfrutaba de un deporte en equipo, pero me parecía muy tonto ver un evento en el que hubiera un solo ganador. Hoy lo veo como una forma de vida”, explica.
En su haber tiene 35 maratones corridas. Buenos Aires, Rosario, La Pampa, Santiago de Chile y las 18 ediciones de la Maratón Internacional de Mendoza, que le valió ser distinguido por Enrique Eiras, uno de los organizadores, con un premio por su asistencia perfecta.
Además, en 2014 representó a la Argentina en el Campeonato Mundial de Pista y Campo Senior realizado en Porto Alegre, con un cuarto puesto en los 5000 metros.
Con una victoria a comienzos de año en los 25k del Cristo Redentor, llegó en el puesto 11 de la general en el Aconcagua. “Tengo mayor facilidad en la montaña, pero me gusta más correr en calle”, se confiesa.
Un presente distinto
Julio Coronel tardó 3 horas 18 minutos y 27 segundos en los 42k de la edición 2017, lo que le valió el cuarto lugar en su categoría (de 51 a 55 años) y el puesto 54 en la general. Se entrena todos los días y el atletismo ahora es su forma de vida. Alejado del fútbol, su pasión es otra. Pero en 1999, de los 100 inscriptos, su colocación fue 93º, superando solamente a los siete casos que hubo de abandono. El primero, Malgioglio, recorrió el trayecto en 2h31m21s, mientras que Coronel demoró 5h41m20s. La llegada fue emocionante. Hasta el mismo ganador se quedó a esperarlo. “Cada vez que me decían que abandonara, pensaba en mi vida. Terminar los 42k me fortaleció a nivel humano, es algo que no lo cambio por nada”, dice.
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