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Ruidiaz
Un proyecto de crack con el corazón herido.
No lo podía entender, te juro que no lo podía entender..." Alejandro Ruidíaz, con resignación, trata de explicar en pocas palabras lo que a él le ha llevado años comprender. No evade el tema, pero trata de restarle importancia. "Es un problema similar al que tuvieron Juan Gilberto Funes y el nigeriano Kanú: una válvula en el corazón que permite el ingreso de sangre y que no funciona bien." Enseguida hace silencio. Su mirada se pierde sobre el mate que apenas unos minutos antes tomaba tranquilamente...
Destino de crack era el suyo. Con sólo 15 años disputó el mundial Sub 16 en China, junto con Fernando Redondo y el Turco Hugo Maradona. A los 17 debutó en la primera de Independiente, y hasta el propio Ricardo Bochini llegó a señalarlo como su sucesor. Participó en el Mundial juvenil de Arabia Saudita, en 1989, con Diego Simeone y Roberto Bonano. En el mismo año representó a la Argentina en los Juegos de Seúl. En 1989 se fue al Toshiba, de Japón. Todo era vertiginoso y sin pausa. En agosto de 1990, de regreso en Independiente, la suerte comenzó a ponerse en contra de él.
"Había ido al club a cobrar el sueldo y, cuando regresaba a la casa de mis viejos para darles la plata, choqué contra un camión. Estuve ocho horas inconsciente y veinte días internado. Sufrí el hundimiento de un parietal y los médicos decían que no podría volver a jugar. A los dos meses estaba otra vez dentro de una cancha enfrentando a River: hice un gol. Todavía tenía la cabeza rapada y se notaban los 20 puntos que me habían aplicado." El recuerdo le dibuja una leve sonrisa.
En diciembre de 1991 jugaría su último partido. En aquel momento una lesión en la rodilla lo mantuvo varios meses inactivo. Quedó libre de Independiente y, en septiembre de 1992, cuando tenía todo arreglado para jugar en River, ocurrió lo imprevisible. "Me estaban haciendo los estudios para saber cómo estaba de la lesión en la rodilla y me comentaron que habían encontrado un problema en el corazón.... Al otro día fui a entrenarme, y me dijeron que tenía que pasar primero por el club para arreglar mi contrato. Apenas llegué, me dijeron que no podía jugar más al fútbol."
Sólo su entereza, la misma que lo ayudó a superar aquel momento, le permite seguir hablando. "Fue terrible. Estuve dos meses encerrado llorando. No quería hablar ni ver a nadie. Nunca pensé en hacer ninguna locura, pero estuve muy mal... Yo por el fútbol tengo locura, me encanta. ¿Cómo podía ser que no me permitieran seguir jugando?" Tan fuerte es su amor por la pelota que desde ese día nunca más fue a ver un partido. "A los cinco meses tenía que ir a River a buscar unos estudios. Yo venía desde Avellaneda; a partir de Retiro y hasta que llegamos a Núñez no paré de llorar. Sentía una angustia terrible. Finalmente, seguí y con mi hijo entré en la cancha. Desde ese día, nunca más fui a un estadio. No sé qué podría pasar. Seguramente, no lo podría soportar." Para que todo esto terminara de convertirse en la peor de las pesadillas, le faltaba recibir un golpe más:el desprecio. "Independiente me debía seis meses de sueldo y nunca me los pagó. Yo pedí que me ayudaran, pero nadie me escuchó. Lo mismo me pasó con la AFA: jugué en todos los juveniles y cuando los necesité, me dieron vuelta la cara. Todavía tengo dos juicios contra ellos".
La gloria y el abismo le aparecían en la misma cara de una moneda y él sólo tenía 23 años. "Mi suegro tiene una fábrica de soda y siempre me invitaba. Comencé a ir de ratos. Al principio me sentía extraño". Ahora no reniega de su presente y explica la función en la sodería como si se tratara de una gambeta más. "A la mañana, tempranito, lo primero que hacemos es llenar los sifones. Después cargamos el camión y salimos a la calle a hacer el reparto. Una vez que estás en la calle, no sabés a qué hora volvés."
Ya no hay gritos de goles en su gargante, ni rivales tirados en el piso mientras él busca el arco rival. "Estaba acostumbrado a otra cosa. Las tribunas llenas, los viajes, los mejores hoteles. De pronto, todo eso terminó..." No todas las historias tienen finales felices. Ahora Alejandro Ruidíaz afronta la vida desde otro lado. Tiene sólo 29 años. La pelota es un lejano recuerdo...
"Todavía me siento futbolista"
Con todos mis ex compañeros tengo una buena relación. Cada tanto hablo con alguno por teléfono. Cuando nos encontramos en la calle nos quedamos recordando viejas anécdotas. Mi esposa enseguida se da cuenta de quiénes me conocen de mi época de futbolista. Ninguno me llama por mi nombre. Para ellos, yo soy el Muñeco", comenta Alejandro Ruidíaz.
"El más grande es el Bocha (Bochini) -continúa-. Siempre me ayudó y me aconsejó cuando jugábamos y hasta el día de hoy me llama por teléfono. Es un grande. Con los Morales también nos hablamos. Jairo y Matute siempre se acuerdan de mí. Con el Dany (Garnero) a veces nos vemos. A mí me pone muy contento que a ellos les vaya bien. El Moncho Monzón me invitó para trabajar con él en una escuelita de fútbol. Me gustaría ser técnico, aunque no sé si tengo carácter para eso. El tiempo dirá. Todavía me siento futbolista."
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