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World 12s, negocio, rugby desnaturalizado y trato desigual
World Rugby celebró ayer que llegó a la mitad del camino que resta para el comienzo de la Copa del Mundo Francia 2023, justo en una semana en la cual quedó evidenciada, una vez más, la crisis de crecimiento que se profundizó con la pandemia. Mientras por un lado volvieron a circular informes médicos sobre las graves secuelas cerebrales que se puede sufrir en el nivel más alto de la competencia profesional, por el otro se presentó un proyecto, World 12s, que procura más ingresos económicos y más audiencias, pero que desnaturaliza buena parte de este juego, formando equipos de sólo 12 jugadores y con reglas distintas a las actuales.
El formato que eligió la nueva empresa World 12s Limited, por desarrollar a partir de 2022, es de un torneo de tres semanas en Inglaterra con ocho franquicias que contratarán cada una a 24 jugadores de un draw que contendrá a los 192 mejores del mundo. Serán 12 rugbiers por equipo –6 backs y 6 forwards– en la cancha y partidos de dos tiempos de 15 minutos, con un solo reseteo de scrum y una consigna clara según la presentación del martes: “ruck&run”. Lo más parecido al rugby league.
El jefe de World 12s es Ian Ritchie, un abogado inglés que conoce a la perfección el negocio del deporte. Empezó en el tenis y fue durante años el responsable número 1 de Wimbledon. Después fue el CEO de la Unión Inglesa de Rugby (RFU) y más tarde ocupó el mismo lugar en la Premiership, la liga de rugby profesional de ese país.
Todavía es incierto el futuro de este proyecto que fue anunciado sorpresivamente y que augura una inyección financiera de 250 millones de libras esterlinas. No parece de sencilla solución, aunque entre los difusores estén dos entrenadores campeones del mundo, el neozelandés Steve Hansen y el sudafricano Jake White. A mediados de la década de los noventas, cuando el rugby todavía se declaraba amateur, el millonario australiano Kerry Packer –también mecenas en el polo– empezó a armar un torneo profesional –el embrión del Súper Rugby– con los mejores jugadores de Nueva Zelanda, Australia y Sudáfrica. Cuando la entonces International Rugby Board vio que el negocio se le iba de las manos, abrió la era profesional en septiembre de 1995.
Esta semana, también, la BBC publicó un estudio que realizó la Universidad de Gales del Sur luego de seguir durante una temporada a un equipo profesional, del cual no se reveló el nombre. Las conclusiones parciales son dramáticas: se observó en los jugadores una disminución en el flujo sanguíneo al cerebro y en la función cognitiva (dificultades para memorizar, formular ideas y razonar). Por estas cuestiones hay más de 200 ex jugadores que han iniciado juicios a World Rugby, a la RFU y a la Unión de Gales.
Un calendario agobiante (entre clubes y selecciones, los jugadores casi no tienen descanso), un nivel de rugby que requiere cada vez más entrenamientos y esfuerzos, y un reglamento que auspicia que se cambie prácticamente a medio equipo en los últimos 20 minutos, impactando negativamente en los que siguen jugando desde el comienzo, provocan un rugby que beneficia y entusiasma a pocos.
Tampoco ayuda la diferencia de criterios a la hora de las sanciones en la cancha y fuera de ella. El fin de semana anterior, el integrante de All Blacks Jordie Barrett saltó a embolsar una pelota y, al mismo tiempo, estiró una pierna con la que impactó, con la suela del botín, en la cara de un australiano. El árbitro le mostró la tarjeta roja. Pero este miércoles el comité disciplinario de la Sanzaar no lo sancionó, y Barrett está disponible para jugar el domingo contra los Pumas. Se ha visto cómo en situaciones similares o incluso menores, argentinos y rugbiers de otros equipos recibieron suspensiones de varias semanas. No parece igual el trato. El actor estadounidense Omar Little, que murió el lunes y se hizo célebre por la serie The wire, dijo alguna vez sobre la justicia de su país: “Eres inocente hasta que se demuestre que eres pobre”. Se aplica en el mundo y en cualquier actividad.
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