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Viaje al corazón del horror: Fukushima, la casa de los Pumas, ocho años después del tsunami
HIRONO, Japón.- Al costado del camino se suceden imágenes inquietantes. Parece que el tsunami hubiese sido ayer. Un supermercado con el frente devastado pero la vidriera intacta. Una serie de máquinas expendedoras llenas de productos inutilizables. Enormes bolsas con desechos radiactivos se acumulan en terrenos que antiguamente eran plantaciones de arroz. Hay una casa rodeada de autos a los que la maleza casi les llega al techo. Nos cuentan que allí funcionó un centro de refugiados y muchos llegaron en sus autos. Fueron evacuados en ómnibus y nunca pudieron volver a buscar sus vehículos. Y allí quedaron.
El tsunami que devastó esta región el 11 de marzo de 2011 fue sólo el preludio de una larga penuria que ocho años más tarde persiste y, pese los sentidos esfuerzos del pueblo japonés, tardará todavía más en subsanar. El derrame que se produjo en la planta de energía nuclear de Daiichi, el más grande desde Chernobyl, obligó a una evacuación masiva y todavía hay 11.005 personas que no pueden regresar a sus hogares.
"No es algo que hayamos superado. Esto no se terminó". Tomohisa Goto es empleado del J-Village, donde se alojaron los Pumas hasta este miércoles para prepararse para el Mundial de rugby de Japón 2019, y estaba allí en el momento del terremoto. Fue el más grande en la historia de Japón y produjo un tsunami con olas de hasta 40 metros, que devastaron la zona de Sendai, 120km más al norte, dejando un saldo de 13.135 muertos. "Recuerdo el fuerte sacudón, el apagón. Confiaba en que en dos o tres días se iba a restablecer todo porque acá los daños no fueron tan graves. Pero de golpe nos enteramos que había habido un derrame en la planta nuclear y que el J-Village iba a ser utilizado de base para la restauración de la zona. Tardamos cinco años en volver".
Tomohisa, de 52 años, es coordinador de huéspedes del J-Village y recuerda bien cuando allí estuvo el seleccionado argentino de fútbol durante el Mundial 2002. "Batistuta, Crespo, Sorín… eran todas estrellas". Es de Iwaki, todavía más al sur, que no tuvo consecuencias, pero compañeros suyos que eran de Namie o Futaba perdieron familiares y no pudieron volver a sus casas.
Esas localidades son totalmente restringidas. La camioneta que tranposrta a LA NACION hasta el lugar pasa primero por Tomioka y va hacia Okuma. A medida que nos acercamos a la zona crítica, el paisaje se vuelve cada vez más inquietante. Insisten en que no nos podemos bajar, ni siquiera abrir las ventanillas; está prohibido ir caminando o en bicicleta. En ese momento, la radiación es de 4 microsiervert adentro del vehículo y de 12 en la calle. En la estación de trenes de Hirono o en J-Village nunca vimos el medidor más allá del 0,1. Al este se puede ver la parte superior de unas grúas rojas: es la planta nuclear.
Yoshihiro Takada oficia de guía durante un tramo de la excursión. En un momento pasamos por enfrente de su casa. Todavía es suya, aunque está abandonada. Cuesta imaginar qué pasa por su cabeza en ese momento, pero no se inmuta. Un rato más tarde, el relato de lo que vivió ese día es conmovedor. "En esa época trabajaba en una empresa privada sobre la orilla. Sentí el sacudón y vi de frente el tsunami. Vi cómo los pueblos desaparecían por el tsunami. Sentí mucha impotencia de no poder ayudar a nadie. Tardé una hora y media en volver a casa caminando. No había luz ni agua. Vivía con mi madre, mi mujer y mis dos hijos, pero no había nadie. Tomé la moto y empecé a recorrer las casas de evacuados una por una. Por suerte encontré a todos bien. Les repartimos un pan y una vela a cada uno. Recuerdo bien la luz de las velas. A la noche todavía se sentía el terremoto, había sacudones. A las 6 de la mañana del día siguiente escuché que por la calle pasaban unos patrulleros que anunciaban algo por altavoz, que no entendía. Me extrañó ver que llevaban barbijos. Salí a la calle para oír mejor: decían que no abriéramos las ventanas. Presentí que tenía algo que ver con la planta nuclear. Les dije a mi mujer y a mis hijos que juntaran las cosas indispensables. Mi mujer trabajaba en el Ayuntamiento así que nos pudimos evacuar juntos. Después de ese día no volvimos más a casa."
Hoy Takada es director ejecutivo de la Corporación Pública para el Desarrollo del Ayuntamiento de Okuma, una de las dos ciudades que compartían la superficie de la planta de Daiichi. Con apoyo del gobierno nacional, toda la región está enfocada en la reconstrucción. La desolación de los inmuebles contrasta con el dinamismo de la ruta 6. Es como un cuerpo en descomposición al que todavía le corre sangre por sus venas. Un camión tras otro trasladan enormes bolsas negras, como de goma. Contienen tierra contaminada, desechos tóxicos con alto grado de radiación. Si bien la tierra es procesada para reducir la radiación, es imposible eliminarla por completo. Las excavadoras trabajan a destajo. Las bolsas se apiñan al costado del camino. No hay lugar donde llevarlas, nadie quiere hacerse cargo. Esa tierra puede tardar siglos en curarse. Ni hablar de la cantidad abismal de agua contaminada que vertió al Pacífico (la planta estaba al borde del Océano).
Sobre la playa impresiona ver unos paredones de hormigón que la afean, pero cumplen la función de contener o al menos reducir los daños de algún futuro tsunami. También aparecen unos pinos que todavía tienen forma de árbol de navidad, pero cuando crezcan también servirán como protección.
"Ese terreno ya fue recuperado y ahí se va a volver a sembrar arroz", cuenta con orgullo Takada señalando un baldío sobre la ruta. "En aquél ya hay sembradas frutillas." Una parte del recorrido incluye la visita a un centro de monitoreo de los 16km2 de basureros radiactivos que hay en la zona. Los japoneses eligen mirar para adelante y no en achacar sobre los culpables.
Si bien fue el terremoto el que desencadenó el desastre nuclear, un estudio determinó que la falla en el sistema de seguridad del reactor que desencadenó el derrame era evitable. Tres ejecutivos de TEPCO (Toko Electric Power Company), la compañía que operaba la planta, se declararon culpables de negligencia profesional causante de lesiones y muerte.
En septiembre de 2018 se declaró la primera víctima del accidente nuclear cuando un operario falleció de cáncer causado por la radiación. Como con las bombas atómicas, es imposible medir el real efecto de la radiación en la población, ya que puede extenderse por muchos años.
A pesar de la prohibición siquiera de bajar las ventanillas, durante todo el trayecto (que duró cuatro horas) se veía a gente trabajando a la intemperie, algunos con trajes tipo astronauta, pero otros protegidos sin más nada que un barbijo.
Koji Watanabe había estado trabajando con los Pumas en J-Village e hizo de traductor para nosotros. Vivió 15 años en la Argentina, jugó en las inferiores de San Lorenzo y en la reserva de Almagro hasta que regresó a su tierra natal. Contesta con su mirada incrédula cuando se le pregunta si esos barbijos sirven para algo.
La radiación que se considera tolerable para el ser humano es de 50 milisieverts por año. En función de esa cifra es que se determina si una zona tiene restricción total o parcial. A lo largo del camino cruzamos cuatro carteles indicadores del nivel de radiación, que se ubican sobre la ruta como si fueran señales de tránsito luminosas. 1,985 microsieverts, 1,794… Son cifras bajas, pero suficiente para considerarse una zona amarilla (restricción parcial: no se puede habitar, pero sí transitar), y más elevadas que las de Hirono o el J-Village, cuyos medidores siempre marcaban por debajo de 1. En cambio, más cerca de la planta todavía es zona roja y hace falta autorización especial para pasar. Es un alivio no haberla conseguido.
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