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Tomás Di Franco, el rugbier al que se le detuvo 23 minutos el corazón: “Sentí una paz absoluta”
Jugador de Hindú, se desplomó en un partido; fue atendido por ocho médicos del club y experimentó una “muerte súbita abortada”; hoy se recupera con otra perspectiva de la vida
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Desde que se le paró el corazón hasta que volvió a latir pasaron 23 minutos. El tiempo es elástico. En ese momento pareció detenerse. La atmósfera de Hindú Club se cargó de angustia mientras los médicos intentaban reanimar a Tomás Di Franco en el medio de la cancha 1. “Muerte súbita abortada”. Ése fue el diagnóstico posterior. Durante ese lapso interminable, su vida estuvo en las manos de ocho médicos que le realizaron masajes cardíacos (reanimación cardiopulmonar, o RCP). “Ocho héroes”. Hasta que llegó la ambulancia, un tercer electroshock con el desfibrilador y la reacción del jugador. Su corazón volvió a funcionar. Todo el club volvió a respirar.
Dos meses y medio más tarde, a los 36 años, Tomi acepta ahora la charla con LA NACION. Y cuenta lo que experimentó en ese momento, cómo está recuperando de a poco su ritmo habitual y cuánto le cambió la forma de afrontar la vida. Como aquel 9 de marzo, es un sábado de rugby en Buenos Aires. El sol es el mismo pero ya no lastima con la intensidad de ese verano tardío. Esta vez, Tomás disfruta del partido como espectador. Aquello ocurrió durante un encuentro de pretemporada entre las divisiones intermedias de Hindú y Old Boys, de Uruguay, en Don Torcuato. Di Franco jugó de centro. Ese día se sentía raro, más cansado que lo habitual, como agobiado. Lo atribuyó al desgaste normal de la ardua pretemporada que estaban realizando.
“Tengo algunos flashes. Me acuerdo de ese vestuario, me acuerdo de la entrada en calor. Me costaba levantar las patas y correr, pero atribuía todo a la carga de la semana”, relata desde el borde del campo de juego. “Tuve la suerte de hacer un try después de una linda jugada colectiva de toda la cancha. Me acuerdo de que cuando caí en el in-goal no podía más. Iban 20 minutos del primer tiempo y estaba totalmente agotado. Después ya no recuerdo mucho más”.
Cuando regresaba a su posición para recibir la salida, caminando hacia atrás, cayó desvanecido de espalda. El médico de Hindú, el “Doc” Sergio Caivano, estaba en la cancha asistiendo a los jugadores con agua y enseguida advirtió la gravedad de lo sucedido, miró al costado de la cancha y pidió auxilio. Di Franco, que el año anterior había jugado en la preintermedia, había sido ascendido para esta temporada y estaba jugando en la intermedia. Eso hizo que hubiera más personas alrededor de la cancha, a la expectativa del partido de la primera. Una de ellas era la doctora Justina Badino, médica emergentóloga. Estaba en el bar comprándole un helado a su hija al lado del desfibrilador, y al ver que lo retiraban comprendió que había ocurrido algo grave y corrió para ayudar. Ordenó toda la situación y organizó la asistencia.
“En el minuto 15, más o menos, se me acercó y me habló. Me agarró la mano y me dijo «Tomi, si podés escucharme, apretame la mano». Yo respondí y le dijo al resto de los médicos «vamos, que Tomi está acá», y no pararon hasta traerme de vuelta. Había un silencio tremendo. Estaba mi mujer, Mica, en la cancha. Ella presenció todo. No la pasó nada bien”.
Todos los médicos que había en el club se acercaron a auxiliar. Además de Caivano y Badino, Conrado López Alonso (cumple la función para el plantel superior), Francisco Barragán, Matías Defelippe, Lucas Toro, Hernán Cvitanovic y Marcelo Ricciardi. “En su mayoría, amigos, conocidos, que habían jugado conmigo o tenían alguna afinidad. No fue fácil para ellos. Les agradezco a todos porque fue tremendo el nivel de RCP que me hicieron, el profesionalismo con que trabajaron en ese contexto. Nunca dejó de llegar sangre al cerebro y gracias a eso no tengo secuelas. Uno nunca está preparado para algo así”.
¿Qué sintió en ese momento? “Paz absoluta”, responde. “Cuando me desperté y volví al ruido, con la luz del sol que me pegaba en la cara, pensé: «No quiero ir a donde me están llevando. Quiero volver a donde estaba»“.
Tomi reaccionó en la cancha y se despertó en la ambulancia que lo trasladaba al sanatorio Las Lomas de San Isidro. Lo primero que realizó fue hacerle un chiste de humor negro al Tucu López Alonso. Había muchas razones como para alegrarse, pero todavía no se acababa el mal trago. Di Franco reconstruyó su memoria de corto plazo a medida que le contaban todo lo que había ocurrido. Y también le decían lo que iba a suceder: debían colocarle un cardiodesfibrilador implantable (CDI), para lo cual era necesario inducirlo a un paro. Otra vez su corazón iba a detenerse. “Esa parte también fue bastante dura. Era una operación de alto riesgo y hacía que Mica tuviera que volver a despedirse por si algo no andaba bien. No fue nada grato. Al día siguiente me intervinieron y todo salió espectacular. El martes salí del sanatorio y empecé la rehabilitación”.
Lo que siguió fue una recuperación lenta pero satisfactoria. Al principio Tomás dormía gran parte del día. Iba a la esquina o recibía visitas, y se cansaba tanto que tenía que hacer una siesta de cuatro horas. “Parecía que había vuelto a nacer”, grafica. Se estresaba con facilidad y sus reflejos no funcionaban al 100%. La televisión estaba prohibida. El sustento de su mujer, Micaela Alachan, con quien se había casado en noviembre, fue fundamental.
“La que peor lo pasó fue ella. Estar al lado de la cancha, ser fuerte cuando estaba internado y también el post, cuando yo olvidaba algunas cosas y ella tenía que estar detrás de mí. Hasta que un día dije «vamos a salir de acá, vamos a levantarnos, vamos a volver a la rutina lo antes posible, que me hace bien»”, valora Tomás. “Quiero agradecer a Mica, que fue una guerrera en cuanto a cómo lo llevó adelante. A mis familiares, que justo estaban acá. Y a las ocho personas que fueron héroes en la cancha y no dudaron de asistirme. Agradecimiento eterno al club y a mis amigos por acompañarme en todo este tiempo, también”.
Hacer juegos de memoria lo ayudó a reponerse. También, escribir. “Empecé a escribir lo que me salía. Lo que el club es para mí, lo que fue en ese momento para mi familia, la contención que es para mi mujer. Lo importante que fue todo ese cariño que recibimos, lo que fue la semana, lo que me pasó”, explica. “La idea es seguir escribiendo y hacer un libro con muchas cosas que van surgiendo, como enseñanzas, perspectivas de ver para adelante. Uno termina replanteándose varias cosas y aprende mucho de esto. En cierta forma yo hice una siesta, me desperté y me contaron qué me pasó. Los que peor la pasaron fueron los más allegados: mis familiares, Mica, mis amigos, que vivieron todo desde el momento en que me desvanecí en la cancha y lo que vino después”.
Hoy Di Franco ya retomó su trabajo de comercial en Quilmes de manera presencial, hace ejercicios en el gimnasio y se sumó al staff de entrenadores de la intermedia. Tomás juega desde los 8 años en Hindú. Miembro de la camada ‘88, a los 36 era uno de los más veteranos del plantel superior. El accidente no hizo más que fortalecer el vínculo. “Hindú es un estilo de vida. Uno conoce muchísima buena gente, que termina siendo parte de uno. El club educa, contiene, da fuerza continuamente para superar cualquier momento hostil que uno esté pasando”, valora Tomi. “Para mí es una fuente de contención y de amor, no solamente para uno, también para la familia. Es pura entrega. Y se da natural, se da automático. Cuando me sucedió esto, lo que recibió mi familia fue impresionante. El club siempre tira para adelante. Motiva, lleva, empuja, da lugar. Estoy eternamente agradecido y donde piense el club que yo pueda dar una mano, voy a estar ahí. No sé si alguna vez voy a poder devolverle al club todo lo que me dio a mí y le dio a mi familia”.
El pasado no puede ser transformado, pero no tiene por qué condicionar el futuro. Lo que cambia es la perspectiva, la forma de afrontar al porvenir. “Mi planteo fue natural sobre las cosas que ya había hecho, las cosas que me gustan y a las que quizás no destino tanto tiempo, y las cosas que hago y no me gustan. El tiempo es finito y hoy uno está pero mañana tranquilamente puede no estar. Puede ser en cualquier momento. Mi cabeza empezó a laburar en cuanto a tomarme las cosas con menor preocupación, menor estrés, no volverme loco con detalles y priorizar las cosas importantes de la vida. Mica está ayudándome mucho en replantearnos hacia dónde apuntaremos. Es disfrutar al máximo cuando uno está acá y ver qué huella dejamos. Uno se toma un poco las cosas de otra manera y ve los pequeños problemas que se hace con algo insignificante. Me pasó esto por algo, y creo que tengo que sacarle el mayor fruto posible”.
El 9 de marzo, durante 23 minutos, el tiempo se detuvo. Después, él de a poco retomó su ritmo habitual. Desde entonces, sin embargo, las agujas del reloj ya no corren con la misma intensidad en la vida de Tomás Di Franco y la de todo Hindú Club.
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