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Todo corazón. Una enfermedad le impidió jugar un Mundial por los Pumas, pero Lucas Ponce se desquita y vuelve a la acción grande a los 30
El forward era un buen candidato a protagonizar Inglaterra 2015 y a ser el cuarto segunda línea del seleccionado cuando le detectaron una miocardiopatía hipertrófica; controló el riesgo, incursionó en el rugby australiano y este sábado actuará en la preintermedia de CUBA.
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Lucas Ponce grafica así la situación que le tocó vivir en el verano de 2015: “Venía por una autopista a 150 kilómetros por hora, por el carril rápido, con el mejor auto y, de repente, me pusieron el freno de mano”. En aquel momento, siendo Puma, era candidato a viajar al Mundial de Inglaterra y a integrarse al lote profesional para jugar con Jaguares el Súper Rugby, pero un análisis de rutina certificó que padecía miocardiopatía hipertrófica –engrosamiento del corazón–, diagnóstico que, de un día para el otro, lo hizo alejarse del rugby. Hasta hace dos sábados, cuando después de múltiples controles y consultas, y tras aprobar el apto médico, volvió a las canchas con la camiseta de CUBA, su club.
Pasado mañana, cuando retorne el campeonato de la URBA luego de más de un año y medio de inactividad por la pandemia, también volverá oficialmente Lucas Ponce. Estará en la segunda línea de la preintermedia, ante San Luis, en Villa de Mayo, el mismo escenario en el cual empezó a correr detrás de una pelota ovalada cuando era un niño.
“En todo este tiempo no tomé ninguna medicación. Fui cuidándome de acuerdo con lo que me decía mi médico y con controles cada seis meses. ¿Qué fue lo que cambió? Que en aquel entonces, con el físico que tenía y con la carga que le ponía para el rugby profesional, el corazón no aguantaba. Ahora, que tengo otro físico, que bajé un montón de kilos y de masa muscular, estoy en condiciones de jugar de modo amateur. No es que volví porque se me ocurrió o porque sólo me lo dijo mi cardiólogo, sino que hay estudios publicados que me permiten jugar a este nivel. No en otro más exigente, que, por otro lado, ni me planteo”, cuenta Ponce en una charla para LA NACION.
La vuelta se produjo en un amistoso frente a Regatas, en Bella Vista. Ponce recuerda ese vestuario como el primero de su vida como jugador de rugby. Unos minutos antes de entrar a la cancha, el capitán de la Intermedia de CUBA, Marcos Loza, le pidió que él hiciera la arenga. “¡Me puse a gritar como loco! Ni sé lo que dije, pero los chicos que no me conocían habrán pensado que estaba trastornado”, recuerda entre risas. Los entrenadores, Agustín Güemes y Joaquín Hardoy, lo sacaron a los 60 minutos. “No entendía, porque estaba para seguir, pero cuando les pregunté me dijeron que era porque me iban a poner en la primera. Entonces, fui a los entrenadores y les dije que no, que no estaba todavía preparado para un ritmo más fuerte, el día en que volvía, y después de tomar frío entre un partido y otro”, confía, y vuelve al ejemplo del comienzo: “Antes fue el freno de mano de golpe, ahora vamos a ir acelerando de a poco”.
“Pilos” Ponce, nacido el 3 de septiembre de 1990, tuvo dos años inolvidables antes del estudio que lo alejó de las canchas en todo este tiempo. En 2013 fue titular en la conquista de la URBA que logró CUBA después de 43 años. En 2014, también por CUBA, ganó el Nacional de Clubes de la UAR. En esa temporada debutó en los Pumas en tests contra Uruguay y Chile, y en noviembre jugó en la ventana europea –aunque entrando desde el banco– los partidos frente a Escocia, Italia y Francia. En este último, el seleccionado alcanzó un enorme triunfo en París. A la vuelta, Rolando Martin, su entrenador en los Pumitas en el Mundial M20 de 2010, lo llamó para jugar en Buenos Aires el último partido del Campeonato Argentino. Fue una tarde de más de 40 grados en Lawn Tennis. Enumera: “Me puse a hacer el cálculo: desde ese día, estuve más de 2400 días, 343 semanas, sin jugar”.
No es el primer caso de un Puma que tiene que dejar de jugar por un problema cardíaco. Los más resonantes son los de Alejandro Allub –en Nueva Zelanda– y Martín Gaitán –en Gales–, que sufrieron episodios durante tests que casi les costaron la vida. Pero a diferencia de ellos, Ponce jamás tuvo un síntoma ni dolor alguno. Lo que sí descubrió después, cuando toda su familia se hizo estudios, fue que la afección responde a una cuestión genética: su padre también la padece.
“El Negro [Gaitán] fue el que más me contuvo, aquél con el que más hablé, porque por esto él también se quedó afuera de un Mundial [Francia 2007]. Incluso, me invitó a los entrenamientos, a los partidos y a las cenas, pero dejé de ir porque sentí que estaba descolocado, en otra frecuencia, que no le hacía bien a nadie”, comenta. “Sentí un gran desorden todo ese año. Me ayudaron mucho el que era psicólogo de la UAR, Fernando Saccone, y el de CUBA, Juanjo Grande. Y después de muchas consultas, di con el cardiólogo indicado: Roberto Peidró [ex deportista y director del Instituto de Ciencias del Deporte de la Universidad Favaloro], que es clave en todo este proceso”, agrega.
Al poco tiempo de ese brusco cambio de escenario –de armar un futuro como rugbier profesional a poder jugar sólo al golf–, Ponce conoció a Belén Furtado, que hoy es su esposa. Se recibió de licenciado en Gestión Ambiental y se especializó en energía solar fotovoltaica. Al rugby lo siguió como entrenador: en la M19 y la primera de CUBA y en el seleccionado de Buenos Aires, con el cual salió campeón. Cumplió otro sueño: recibió el Cap de CUBA. En 2018, él y Belén se fueron a trabajar a Melbourne, Australia. Y allí empezó a gestarse la idea de volver a jugar al rugby.
“Belu fue a averiguar a un club –West Brunswick– para jugar al fútbol, pero resulta que era uno de fútbol australiano [se juega con una pelota ovalada, con los pies y con las manos]. Le comentó a la gente de ahí que yo había jugado al rugby y ellos les dijeron: “Traelo a jugar con nosotros”. Lo llamé a Peidró y él me dio el okey, porque se trataba de una actividad amateur, liviana e incluso mixta, con hombres y mujeres. Así que jugué toda esa temporada”, relata.
La pareja se instaló luego en Sydney, donde Lucas entrenó a un club de rugby también amateur, y en agosto de 2019 ambos regresaron a la Argentina. La idea de volver a jugar ya estaba en la mente de quien, sin dudas, habría sido el cuarto segunda línea que tanto necesitaron los Pumas en estos años. A mediados de 2020 le confirmaron que estaba en condiciones de empezar el camino del regreso.
“Estoy nervioso esta semana porque ahora viene el juego por los porotos. Voy a ir de poco, porque tengo que acostumbrarme de nuevo a cómo poner la cabeza en el tackle, a cómo apoyar los pies para no lastimarme. Pero estoy feliz”, remata. Lucas Ponce ahora viene por una calle tranquila y en primera. Despacio. Volviendo.
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