Sin bin: historia y castigo del primer partido de rugby femenino en la Argentina
Cómo se gestó ese match y las consecuencias que padecieron las protagonistas
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El primer partido de rugby en la Argentina se jugó en 1873. Durante 112 años, el deporte solamente fue practicado por hombres.
El 23 de noviembre de 1985, un equipo de Gimnasia y Esgrima de Ituzaingó y otro con jugadoras con la camiseta de Alumni, disputaron el primer partido de rugby femenino de la historia en el país.
La expresión inglesa sin bin (banco de expulsados), se utiliza para aquellos jugadores que reciben una tarjeta amarilla por inconducta. La sanción los obliga a salir de la cancha durante diez minutos.
Las mujeres que se animaron a jugar al rugby por primera vez no pudieron volver a la actividad durante 15 años.
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Gabriela Sánchez, desde Valencia, en España, habla con Pablo Di Liscia, que está en Ituzaingó, en una videollamada que parece no tener sentido. No se conocen. Ella, a más de 10.000 kilómetros, se sumó a último momento a la reunión de manera virtual y todavía no entiende demasiado lo que está pasando. Hasta que le aclaran el panorama: “Yo era uno de los entrenadores del equipo contra el que jugaste ese día”, revela su interlocutor con una sonrisa. La reacción es instintiva: “¡Me jodés!”, grita sin poder creerlo. Estuvieron en el mismo lugar el 23 de noviembre de 1985, como adversarios, en el primer partido de rugby femenino de la historia de nuestro país, entre GEI y Alumni. Ahora, 39 años después, vuelven a coincidir en una producción del diario LA NACION, a modo de homenaje a las pioneras en un deporte que les planteó mucha resistencia.
Hay otras jugadoras presentes: Mónica Mottura (aunque nadie le dice así, es Mottu) y su hermana Patricia. Las hermanas Paula y Juliana Ruffo (hijas de quién fuera el entrenador de Gimnasia y Esgrima de Ituzaingó en ese duelo), Nora Nuño y Patricia Calligo.
Aún hoy las Yaguaretés, la selección argentina femenina, saben que tienen que pelear y esforzarse por ganarse un lugar y obtener algo de reconocimiento a su trabajo. Incluso cuando hace un par de meses lograron su primera medalla en el Sevens Challenger. Pero tienen otro soporte y apoyo de la UAR, por supuesto. Hay que trasladarse a la sociedad de 1985 para entender el contexto completo de lo que significó aquel partido para éstas mujeres.
“Para la época fue muy osado. El rugby siempre fue muy machista. Recién salíamos de la dictadura militar, así que fue una proeza lo que hicimos”, empieza Mottu.
Rodolfo Pichi Ruffo, que murió hace dos años, fue el que escuchó el pedido de algunas chicas del club, que se preguntaban por qué ellas no podían jugar al rugby. Su presencia en GEI es tan valiosa que la cancha principal lleva su nombre, y hasta una moderna cámara de altura automática que compró el equipo, para analizar los partidos, fue bautizada como “el ojo de Pichi”.
Su hija Juliana también se introduce en la reacción que generó aquel match en el entorno cotidiano. “A los chicos del club no les gustó mucho, pero mi papá era de ahí, así que fue… ‘bueno, las aceptamos’. Yo iba a un colegio de monjas y muchas de mis compañeras jugaron rugby. Nunca se me ocurrió preguntarles a las monjas qué les parecía que jugáramos al rugby, porque todo les parecía mal. Ya los hombres les parecían mal, así que supongo que el rugby también. Para la gente era raro, obviamente”.
“No estaba bien visto. El rugby no era para mujeres. Eso es lo que yo sentía –rememora Paula Ruffo-. En mi caso, como para todas las cosas de mi vida, cuando hay un ‘No’, voy de cabeza. Entonces la pregunta para mi papá era: ¿por qué nosotras no jugamos al rugby? Veíamos jugar a los hombres. Nosotras estábamos desplazadas. Cuando vimos que una revista publicó que había un equipo que se estaba entrenando (el de Alumni), decidimos empezar”.