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Santiago Werkalec: el rugbier rosarino que tomó el camino alternativo de Rumania con el sueño de llegar al Top 14 francés
Se formó en el Jockey Club de Rosario y encontró un lugar en una liga europea; “Lo veo como un lugar para crecer y mejorar”, señala, acerca del torneo rumano
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El mapa que guía los destinos del profesionalismo en la Argentina aparenta tener contornos bien definidos. Formarse en el club, perfeccionarse en la Academia de la región correspondiente, integrar algún seleccionado juvenil, pasar por una de las tres franquicias semiprofesionales que participan de la liga sudamericana, y de allí dar el salto a alguna de las ligas top de Europa. Son los casos más visibles, pero no los más frecuentes. La mayoría queda en el camino o debe recurrir a senderos más intrincados. Santiago Werkalec soñaba con dedicarse al rugby desde los 15 años, pero una seguidilla de lesiones alteró el plan que se había trazado. Lejos de resignarse, agotó todas las opciones hasta que encontró su destino en Rumania.
“Mi objetivo es hacer experiencia acá, pasar al National 1 de Francia [tercera división] y llegar al Top 14″, cuenta Santiago, jugador de 22 años formado en el Jockey de Rosario, en diálogo telefónico con LA NACION. Son las 10 de la noche en la capital rumana y Santiago acaba de llegar de la otra punta de la ciudad tras asistir a un partido de handball como parte de una actividad de team building con su equipo. Juega en el Dinamo Bucarest, el mismo club reconocido por su equipo de fútbol, entre otras muchas disciplinas. Vive, como el resto del equipo, en el propio club, no muy lejos del centro. “Cuando llegué tenía un poco de miedo, porque las imágenes que había visto por Google Maps eran de una ciudad gris, detenida en el tiempo. Esperaba lo peor, pero me sorprendió para bien. Me encontré con una ciudad todavía muy antigua, con muchos rastros del comunismo, pero también muy pintoresca, con muchos lugares muy lindos donde ir a pasear y comer”.
Rosarino de nacimiento, comenzó a jugar a los cinco años en el Jockey Club de Salta, donde vivió temporariamente por motivos laborales de su padre. Regresó a los 10 a su ciudad natal para continuar su formación en el Jockey de Rosario. Fue capitán de su camada en las divisiones juveniles y pasó por la Academia del Litoral. Dos operaciones de hombro y una de rodilla frenaron su ascenso cuando tuvo edad para jugar en seleccionados nacionales de M19 y M20, pero no resignó su sueño de dedicarse al rugby. Después de un par de temporadas en primera, empezó la homérica tarea de buscar club en Europa.
“Estaba a punto de jugar para Polonia el Seis Naciones B, pero no me salió la ciudadanía porque mi antepasado polaco era mi bisabuelo y tenía que ser de una generación posterior”, relata. “Empecé a mandar mensajes a todos los clubes y representantes, aunque sin ciudadanía europea hay muchas restricciones para jugar en las ligas principales, porque tienen cupos que generalmente reservan para fijianos o samoanos. Rebotaba en todos lados. Había dejado mi trabajo en una inmobiliaria cuando en marzo de este año me llega un mensaje de mi representante para ver si me interesaba ir a jugar a Rumania. ‘Si me das algo formal y que sea tangible, te escucho’. Me mandó el contrato, lo hice revisar con un abogado, estaba todo bien y dije que sí. Quería volcarme de lleno al rugby. El lunes a las 7 me llega el mensaje que al día siguiente a las 4 salía el avión de Ezeiza”.
La primera impresión de Bucarest fue mucho más grata de la esperada. Como en el cine, no tener expectativas altas evita frustraciones. “Hay destellos de comunismo por todos lados: muchos edificios estilo monoblock, pero que son muy modernos por dentro. El tren, el ómnibus y el subte funcionan perfecto”, cuenta Santiago. “Acá me recibieron muy bien. Cuando llegué ya había empezado la temporada. Los entrenamientos son a full, son recontra profesionales. Lo veo como un lugar para crecer y mejorar. En el Pladar me preparé mentalmente para ser jugador profesional. No serlo me frustró. Acá pude encontrar bienestar físico y mental”.
Santiago reside en el hotel del club, donde convive con los atletas de otras disciplinas: vóley, handball, básquet, waterpolo, entre varios otros. “Por un lado está bueno porque siempre estás rodeado de gente. Me hice muy amigo del preparador físico del equipo de voley, Nicolás Ruiz, que es de La Plata. Hay un jugador de voley cubano y otro español con quienes nos hicimos amigos. Por el otro lado, a veces querés estudiar y el de la pieza de al lado está escuchando música y no te deja”. Cuando tiene tiempo libre, afirma, lo destina al estudio: está a punto de recibirse de contador en la Universidad Siglo XXI, que cursa a distancia.
Para cuando se reciba, ya tiene dónde volcar sus conocimientos. Junto con su compañero de equipo TS Kisting, apertura de Namibia que jugó el Mundial 2019 (el que tackleó a TJ Perenara en lo que terminó siendo el mejor try del certamen), creó una academia de rugby para jóvenes al estilo de los Pladares de la Argentina. “Conjugamos todo lo que aprendí de estar varios años en una estructura similar en la Argentina y sus conocimientos de rugby. Ya tenemos tres chicos de 15 años. Es algo que va a crecer, porque acá es todo remunerado y no se trabaja en la formación de juveniles”.
En Dinamo Bucarest, que es el equipo de la policía, además de Kisting hay otro namibio, 10 sudafricanos, un fijiano, un georgiano y un tongano, además de rumanos que en su mayoría son integrantes del seleccionado nacional. En el clásico rival, el Steaua, el equipo del ejército, hay otros tres argentinos: Matías Vidal, Matías Frutos y Tomás Ferreyra, también santafesinos.
El entrenador es el samoano Sosene Anesi, ex jugador de los Chiefs de Waikato, que incluso llegó a jugar un partido para los All Blacks. “La tiene clara. Por suerte pregona un rugby abierto y dinámico, porque acá el rugby es muy físico, de contacto duro; un rugby lento y posicional”.
Los orígenes del rugby en Rumania, cuenta Huw Richards en su biblia A Game for Hooligans, datan de la primera década del siglo XX y le deben su herencia a los rumanos que regresaban a su país tras cursar estudios en Francia. La ligazón con el rugby francés, de raíces igualmente latinas, se prolonga hasta hoy, aunque más diluido que en los inicios del profesionalismo, cuando los mejores jugadores del seleccionado militaban en el Top 14. Lo que se mantiene inalterable es el vínculo político. Esta relación llevó a Rumania a ser el máximo exponente del rugby europeo fuera del Seis Naciones durante muchos años, al punto que disputó los primeros ocho mundiales. La racha se cortó en Japón 2019, cuando fue eliminado en la cancha por España y luego por World Rugby en los escritorios debido a la inclusión de un jugador francés no habilitado en su alineación. Volvió en 2023, favorecido por una sanción similar contra el seleccionado español.
La decadencia en los últimos 20 años no impidió que Rumania tuviera un incipiente desarrollo profesional, solventado mayormente con aporte estatal. Werkalec cuenta que la liga consta de seis equipos, de los cuales cuatro son 100% profesionales y competitivos. La actividad transcurre de marzo a diciembre y se divide en dos certámenes (liga y copa), con varias pausas.
“El nivel de los salarios del rugby de Rumania es similar a los de Fédéral 1, la cuarta división de Francia”, explica Santiago. “Hay jugadores que les fue bien en el Mundial, tuvieron ofertas de otros países y no se fueron. Muchos extranjeros vienen acá para retirarse. Un jugador experimentado anda por los 4000 euros; un chico de mi edad puede ganar 2500. Y si no querés, no gastás nada”.
En la próxima ventana de noviembre, el Arcul de Triumf National Stadium, exclusivo para el rugby, donde los Pumas jugaron en 2021, será sede de un cuadrangular entre el seleccionado local, Tonga, Uruguay y Canadá. “El seleccionado tiene muchos seguidores. Cuando se juegan los clásicos, la cancha se llena y hay una atmósfera increíble”, relata Werkalec. “En un partido normal no va mucha gente, no se respira mucho rugby”.
Su próximo objetivo es conseguir la ciudadanía polaca, lo que le abriría las puertas para jugar en otros países donde el rugby es más competitivo. “El camino que quiero hacer es, primero, crecer un año más acá, y después ir a Francia, empezar por el National 1, escalar al ProD2 y de ahí al Top 14″, se ilusiona. Las lesiones no pudieron frustrar su sueño de ser profesional, sólo torcieron sensiblemente su punto de partida hacia un destino insospechado como Rumania. Adonde pueda desembocar, depende de él.
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