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Santiago Gómez Cora, el cerebro de la revolución de los Pumas 7s, y sus secretos: cómo trabaja y la certeza de que “el seven se gana en el aire”
El entrenador de 43 años fue un demoledor definidor en el rugby reducido, con 230 tries; hoy conduce a un grupo que se anima a pelear bien arriba cada torneo
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Santiago Gómez Cora alcanzó la altura de los grandes entrenadores del deporte argentino. Puede ubicárselo en el nivel de Julio Velasco, Sergio Vigil, Carlos “Chapa” Retegui o Sergio Hernández, para mencionar a algunos de los que piensan y ejecutan el deporte mucho más allá de los planes estratégicos del juego. Cada respuesta de Gómez Cora suele extenderse varios minutos –”hablo demasiado”, apuntará luego– y ese tiempo lo utiliza para exponer ideas, conceptos, conocimientos, datos, estudios; cero sanata.
Lleva nueve años –asumió el 2 de septiembre de 2013– al frente del seleccionado argentino de Seven, al que representó como jugador y capitán durante una década, hasta 2010. Estuvo presente en todos los hitos: la medalla de bronce olímpica del año pasado en Tokio, los tres oros en el Circuito (dos como jugador y el último como coach, en Vancouver, dos semanas atrás) y el subcampeonato mundial en 2009. Es el Doctor Seven –anotó 230 tries, marca que fue récord en el circuito mundial hasta hace cuatro temporadas–, pero su recorrido último es más amplio conceptualmente, al punto de que el ENARD lo ha convocado para que brinde charlas de liderazgo y planificación a deportistas, entrenadores y dirigentes.
Es una mañana fría y soleada, bien otoñal, en Casa Puma, en un codo de Maschwitz, arbolado, vestido de verde, silencioso. Los Pumas 7 acaban de concluir un entrenamiento de 40 minutos de altísima intensidad. Al otro día los esperará otro de una hora, aún más exigente. Santiago Gómez Cora saluda: “¿Viste lo que es nuestra oficina? Yo les digo a los jugadores, ‘sientan, respiren, agradezcan estar acá’, porque esto es maravilloso. Mirá los árboles, el césped”. Propone que la entrevista con LA NACION, que se extenderá hasta pasado el mediodía, sea ahí mismo, al aire libre, en la pequeña tribuna que se ubica al costado de la cancha.
–¿Cómo se fue desarrollando tu formación como entrenador?
–Al comienzo, en los primeros años, apuntaba sólo al juego. Me sirvió haber sido capitán en lo que tiene que ver con el liderazgo, pero en ese entonces tenía como principal objetivo en cómo atacar o defender, y en las estrategias del juego. Hasta que empecé a darme cuenta de que eso era insuficiente.
–¿Hubo un momento o una situación que te hizo cambiar esa idea o se fue dando durante ese proceso en el día a día con el equipo?
–Las dos cosas. Por ejemplo: en los Juegos Olímpicos de Río (2016) me quedé frustrado con una patada fallida en el partido con Gran Bretaña. No pude salir de esa frustración y no le pude dar nada al equipo para que revertiera la situación. Me quedé ahí. En los Juegos de Tokio (2021), cuando al comienzo del partido con Sudáfrica lo echan a Gastón (Revol), pude salir rápidamente de esa situación de frustración y enojo y les di herramientas a los jugadores para poder sacarlo adelante. Pero ojo, se dijo que en ese partido (el que significó el pase a las semifinales y a pelear por una medalla) fue clave mi arenga, pero lo que pasó fue que todo eso, más la medalla, llegó producto de todo un trabajo que veníamos haciendo desde hace años. A mí no me gusta cuando sólo se analiza un resultado sin ver lo que se hizo para llegar a él. Acá (y señala la cancha, algo que hará repetidamente a lo largo de la entrevista) pasamos horas y horas preparando cada partido, cada etapa. Te vuelvo a Tokio, porque hay cosas que no se ven o no se conocen. Lo que buscamos en el equipo es evitar las excusas. Sabíamos que la pelota iba a estar mojada, que la humedad iba a complicar más, y entonces entrenamos esa adversidad, porque la iban a tener todos, además. Claro que muchas veces hay cuestiones que uno no puede prever. Por ejemplo, un día que perdimos con Nueva Zelanda, tuvimos a 6 jugadores que estuvieron toda la noche con descompostura y ese día para ellos era especial por un homenaje, así que perdimos jugando mal.
–El Circuito de Seven tiene particularidades difíciles de encontrar en otros deportes. Juegan a lo largo de la temporada en distintos países, husos horarios, climas y, además, con dos o tres partidos en el mismo día. ¿Cómo se planifica?
–Es una montaña rusa. Permanente. Nosotros en lo que va del año ya dimos una vez y media la vuelta al mundo. En la última etapa, jugamos en Singapur con 40 grados y 100 por ciento de humedad. Tardamos 40 horas en llegar y en clase turista, con las piernas casi en la cabeza. Jugamos y nos tomamos otro avión, ahí con el resto de las delegaciones, que tardó 16 horas en llegar a Vancouver, donde había nieve en las calles. Eso en sólo dos semanas. La planificación es integral, física, táctica, nutritiva, mental. Por ejemplo, todos, jugadores y staff, comemos lo mismo. Y cenamos siempre, donde estemos, a las 7 de la tarde. Aquí, generalmente nos entrenamos de acuerdo con los horarios que nos van a tocar. Y después, cuando llegamos a cada torneo, nos despertamos y salimos a veces a la madrugada para acomodar el sueño. Los días de partido llegamos a las 9 al estadio, por lo cual arrancamos a las 5 de la mañana.
–¿Y los días de partido? ¿Qué pasa mientras no juegan?
–Los jugadores descansan. Es como lo vieron en los videos de los Juegos. Se tiran en el suelo, escuchan música, poca luz, algunos se quedan con los celulares o con las computadoras. Ahí hay que manejar los estados de ánimo, porque perdiste un partido y rápido tenés que salir de la frustración porque enseguida toca jugar de nuevo. Yo les hablo poco, incluso en el entretiempo. Uno o dos conceptos. Muy de vez en cuando tres. Y si tengo alguna duda, no digo nada. Sólo entro en el vestuario para dar la charla técnica. Después, el vestuario es de ellos.
–¿Y vos dónde estás cuando ellos descansan?
–En un lugar aparte, con la computadora. No bien termina un partido, analizo lo que hicimos mientras mi asistente me va bajando el próximo rival. No paro nunca (risas). Mis herramientas fundamentales son el GPS, el dron y la computadora.
–Además de la tecnología, ¿qué fuiste incorporando en este tiempo?
–Yo estudié economía, así que uso muchas variables que las llevo al funcionamiento integral del equipo. Pero lo que más apliqué en los últimos años fue la neurociencia. Leí toda clase de libros, horas y horas leyendo.
–¿A alguien es especial? ¿Leíste o también hablaste?
–Tuve charlas en la UAR con Estanislao Bachrach, de quien ya había leído sus libros. Y también con Mariano Sigman, con el que tengo además una relación familiar. Estudié mucho el funcionamiento del cerebro, cómo se aplica al deporte y a la preparación de un equipo, y te diría que ha sido esencial en mi crecimiento como entrenador. Lo trabajo acá (vuelve a señalar el césped) todo el tiempo.
–¿Compartiste experiencias con entrenadores de otros deportes?
–Varias veces con “Archu” (Javier) Sanguinetti (Gómez Cora es fanático de Banfield) y me enriquecí con conceptos del fútbol. También tuve alguna charla con Velasco y con el Chapa Retegui.
–Después de los Juegos de Río me dijiste que tu búsqueda de modelo de jugador para el Seven apuntaba a un biotipo de 1.85 de altura. ¿Seguís ese parámetro?
– Sí, totalmente. Yo suelo comparar mucho el seven con el tenis. Vos podés tener un muy buen revés o una muy buena volea, pero si no tenés un buen saque no podés competir. El seven se define en el aire. Es probable que no te gane con siete Monetas, pero sí con siete Osadczuk. Obviamente, jugadores como Moneta te definen partidos y son fundamentales, pero antes tenés que ganar la salida. Y nosotros tenemos al mejor pateador, como Gastón (Revol) y a uno de los mejores saltadores, como Tute (Osadczuk). Después, por supuesto, tenés que desarrollar las demás aptitudes, como la velocidad.
–Una vez le pregunté a Agustín Pichot cómo visualizaba el futuro del rugby y me contestó que a través del Seven y de las mujeres.
–¡Qué tipo el enano! ¿En serio te dijo eso? ¿Cuándo fue?
–Después de Río 2016.
–Sin Agustín no podríamos haber hecho todo lo que se hizo en la UAR. Él fue el motor del Seven y también en la World Rugby. Yo lo que veo es que después de los Juegos de Tokio y del impacto que tuvieron, la World Rugby le quiere dar cada vez más impulso al Seven, pero cuidando que no se le caiga el XV. Lo cierto es que el interés crece, los sponsors también y ni hablar la televisión. La gente que no es del rugby ve en el Seven tries, corridas, tackles, destrezas y si bien hay golpes, no es como el XV. Además, es mucho más corto y entretenido. Por algo están viendo de promover un rugby de 12. Me parece que el Seven y el XV deben convivir y potenciarse.
–¿Tenés relación en el XV con los Pumas?
–La empezamos a tener con Mario (por Ledesma). Él nos aportó mucho en lo que tiene que ver con la planificación y la preparación en el alto nivel profesional. Venía siempre a vernos y juntos armábamos los tiempos de los jugadores para pasar al XV, como sucedió después de Tokio. Con Mario había un trabajo integral, que también incluía a los otros seleccionados. No sé cómo será ahora.
–Entre el 9 y el 11 de septiembre se juega el Mundial en Ciudad del Cabo. ¿Cuáles son las expectativas?
–No es una prioridad. Ojo, lo queremos ganar, más bien, pero mi trabajo es de acuerdo con los ciclos olímpicos, a cuatro años. Nuestro objetivo está puesto en los Juegos de París 2024. El Mundial es una fecha más del circuito y como en el de San Francisco (2018; los Pumas terminaron quintos) instauraron el sistema de nocaut, perdés un partido y ya quedaste fuera de la pelea por el título. En Río convoqué del XV a Moroni y a Imhoff y pese a algunas críticas, si se da la misma situación lo volvería a hacer. Pero para Tokio ya había ampliado la base, así que nos manejamos con el plantel que venía trabajando, y para Francia espero que esa base sea todavía más amplia.
–Marchan segundos en el Circuito, a 6 puntos del líder, Sudáfrica. Vienen de lograr el tercer puesto en los Juegos Olímpicos. ¿Están ya para pelear ahí arriba?
–Me da vértigo pensarlo, pero lo cierto es que hace rato que venimos trabajando para eso. Los jugadores están muy comprometidos. Vos viste lo que son los entrenamientos. Nadie afloja nada. Yo los hago enojar, les cobro mal, les termino antes para que se queden con ganas al día siguiente. Vamos trabajando acá (otra vez señala el césped) todos los estados de ánimo.
–¿Percibís que hay un reconocimiento importante para el equipo y para vos?
–Sí, sobre todo después de los Juegos Olímpicos, pero a mí no me gusta colgarme nada, me gusta despojarme. Doy la ropa, los premios. Después que volvimos de Vancouver, mi hijo (Milo, 9 años) me pidió las medallas. Imaginate, estoy lleno de orgullo. Es más, no le gustaba el rugby y ahora empezó a jugar.
–¿En Lomas?
–No, yo estoy viviendo por Nordelta, así que empezó en San Andrés.
–Como Moneta. ¿Ya lo tiene como ídolo?
–(Carcajadas) Sí, y ya le trajo el otro día toda la ropita.
–Decías que das todas tus cosas. Ese es un concepto que incorporaste en el equipo: dar.
–Sí, e insisto siempre. Nosotros aprendimos a dar en nuestros clubes. Y debemos seguir ese legado. Nos propusimos dar lo que sea: una camiseta, el mejor buzo, los mejores botines, dinero. Damos por el de al lado, por la familia, por los amigos, por los que quedaron en el camino. Porque a veces sólo pensamos en llevarnos, y no es por ahí. También insisto mucho con este lugar. Quiero que vengan equipos, colegios, gente, que no sea sólo un lugar para nosotros, los privilegiados, que además cobramos. Esto (vuelve a señalar, ahora a toda la Casa Puma) es de nuestros clubes, sin ellos no lo podríamos tener, así que debe ser un lugar abierto. Me peleo bastante por lograrlo.
Gómez Cora en sus tiempos de jugador
–¿Cuáles son tus planes para el futuro?
–Seguir como entrenador de este equipo hasta los Juegos de París. Después, me gustaría entrenar en otro país, intentar el desafío de construir otro equipo, y también me entusiasma ser manager deportivo de alguna institución o equipo, donde pueda volcar todo lo que fui aprendiendo en este tiempo. Una fantasía sería recorrer el Circuito de Seven, pero como turista.
–¿Tuviste ofrecimientos para dirigir en otros países?
–Sí, pero los rechacé fundamentalmente porque no quería estar lejos de mi hijo. Más adelante no lo descartaría. Me gustaría llevar a otros ámbitos esa premisa que llevo acá: pasión, laburo y convencimiento.
Cómo lo analiza un ex compañero
Francisco “Cubano” Bosch fue compañero en los Pumas 7 de Santiago Gómez Cora. Juntos integraron el equipo que consiguió el primer oro en el Circuito, en Los Angeles 2004. El ex back de Hindú puede dar fe de lo que era como jugador el actual entrenador del seleccionado argentino: “Santi era un animal. Hacer 230 tries es algo impresionante. Vos sabías que él era capaz de meter tres tries por partido. Jugaba muy bien con el pié y era un excelente definidor. Moneta es parecido, pero quizá más completo, con mejores destrezas”.
Como jugador, Gómez Cora ganó en el Circuito dos oros, cuatro platas y doce bronces. Fue el capitán, además, en el subcampeonato mundial de 2009, en Dubai. Como entrenador logró un oro, cuatro platas, cuatro bronces, además del bronce en los Juegos de Tokio.
Criado como toda su familia en Lomas Athletic, uno de los clubes fundadores de la UAR, Gómez Cora, al contrario de la mayoría de sus compañeros de seven en su época de jugador, no jugó en el XV del seleccionado argentino. En aquellos tiempos, el seven era una plataforma para el XV. Desde que el rugby volvió a los Juegos Olímpicos, esa premisa se cambió y los seleccionados prepararon a los jugadores sólo para esa especialidad. No se verá en el seven a un neozelandés o a un sudafricano que después vayan a los All Blacks o los Springboks.
La primera preparación a conciencia de un seleccionado de seven fue con Hernán Rouco Oliva como entrenador. “De todas maneras, nos juntábamos el día que viajábamos. A lo sumo hacíamos un entrenamiento el día anterior. Había una lista de 30 o 40 que estábamos seleccionados, pero te enterabas una semana antes si viajabas o no”, recuerda Bosch, quien en la final de 2009 le apoyó un espectacular try a Nueva Zelanda.
“Santi era desequilibrante. Lo que nunca imaginé era que se iba a convertir en entrenador, ya que no era un fanático del juego como algunos otros”, agrega Bosch sobre quien hoy, a sus 43 años, es una leyenda del rugby de siete jugadores.
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