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Rugby. Rodrigo Cortés, un guerrero de la vida que afrontó la adversidad, se recibió de contador y predica con el ejemplo
La vida de Rodrigo Cortés viró en un instante cuando recién se había marchado el mediodía del sábado 17 de mayo de 2008. Tenía 24 años y en esa temporada había vuelto a jugar en su club, Curupaytí. Hasta allí, se iba turnando en el rugby con su hermano Gonzalo: cuando uno jugaba, el otro tenía que dedicarse al corralón familiar en Hurlingham. Ese día, en un partido de Intermedia ante San Marcos, Rodrigo, apertura, quedó involucrado en un ruck tras ser tackleado. Un rival quiso “limpiar” la formación y aplastó su cabeza contra el suelo. Claudio Ruiz, médico, estaba en el partido y entendió la gravedad. Rápidamente, dispuso trasladarlo para su atención al lugar más cercano, el Hospital Posadas, donde se comprobó que Rodrigo tenía fractura de las 4ª y 5ª vértebras cervicales. La operación de urgencia no le evitó la cuadriplejia, pero lo salvó de la muerte.
Hoy, Rodrigo está lanzado al mercado laboral con un emprendimiento propio: asesor financiero personal. Se recibió de contador en 2018 en la Universidad Católica de Salta, en la cual pudo cursar de modo virtual. Y gracias a Ezequiel López, también camada 84 de Curupaytí y amigo desde los 11 años, se vinculó al Programa de Inclusión Laboral Independiente (PILI), que llevan adelante Andrés Mackinlay y Mariano Durlach, ambos del club CUBA. Allí encontró las herramientas para comenzar con su nuevo trabajo. “Es muy útil, porque la sociedad no está concientizada en darle trabajo a alguien que está en una silla de ruedas”, dice en el transcurso de la charla para LA NACION.
Rodrigo forma parte de la FUAR, la Fundación que creó la UAR para asistir a los lesionados graves del rugby. “Ellos juegan un test-match todos los días”, dice el Gato Ricardo Handley, Puma del 65 y presidente de la FUAR. En estos días se viralizó un video que realizó la entidad mostrando un día en la vida de José “Coquito” Rocha, quien se lesionó en un scrum jugando para el SIC. Hijo del recordado “Coco” Rocha, ex hooker del SIC y de los Pumas, José emociona y da una lección de superación al mostrar cómo afronta los obstáculos que se le presentan a cada instante.
El caso de José Rocha y el trabajo de FUAR
Rodrigo Cortés, que forma parte de ese grupo de guerreros, cumplió 37 años el pasado 18 de septiembre. En la habitación de su casa, en la pared que está a la izquierda de su escritorio, hay un cuadro con la camiseta de los Pumas de Mario Ledesma, que lleva una dedicatoria del hoy entrenador del seleccionado. “Mario –también de Curupaytí– me vino a ver al poco tiempo del accidente. Estaba en Francia y no sólo me trajo la camiseta, sino también agua de Lourdes. Para mí es un fenómeno. Me regalaron en este tiempo un montón de camisetas, pero la única que mandé a enmarcar fue la de él”, relata, orgulloso. Recuerda también las visitas de Felipe Contepomi, de Juan de la Cruz Fernández Miranda y de Santiago Gómez Cora, actual coach de los Pumas Seven. Remarca, además, la ayuda de otro Puma que surgió de Curupaytí, Pedro Sporleder, quien le facilitó su estada en la recuperación que llevó adelante en Fleni.
Cuando ocurrió la lesión en 2008, el rugby se movilizó para ayudar a Rodrigo y a su familia. Hubo sorteos, donaciones y se organizó un multitudinario maratón por los Bosques de Palermo, que fue clave para reunir el dinero con el cual los Cortés pudieron mudarse a otra casa que se adaptara a las nuevas necesidades de Rodrigo. “Sin el apoyo que recibí de mi club y de todo el rugby, no hubiéramos podido salir adelante”, agrega para luego denunciar los incumplimientos que sigue sufriendo de la empresa de medicina prepaga a la que está asociado, que en ese momento se llamaba Valmed y hoy es Servin Life. “Hasta la silla de ruedas tuvimos que comprar nosotros”, remarca.
A Rodrigo, que pasó por el Posadas, la Clínica del Parque, el Hospital Muñiz y Fleni, le costó todo este tiempo. La unión de su familia fue fundamental. Su padre Roberto, su hermano Gonzalo y, especialmente, su madre Virgnia, que como él dice, se transformó en su enfermera. Hubo momentos en los que abandonó la rehabilitación y en los que la realidad lo venció. Incluso, estuvo 10 años sin volver a Curupaytí. “Y eso que vivo acá, a diez cuadras”, lanza con una mueca que es una mezcla de risa y resignación. “No podía entrar. Pasaba todos los días por la puerta, venían mis amigos a invitarme, y me negaba. Hasta que a fines de 2018 fui a ver un partido. Sentí felicidad y un gran alivio. En el club pasé momentos muy lindos, quizá los más lindos de mi vida. Ahora estoy esperando que vuelva la actividad para seguir yendo”, confía.
Empezó a aprender a pedir ayuda. “Nacho [por Ignacio Rizzi, fundador del precursor Rugby Amistad y motor para la llegada de la FUAR] siempre me llama para preguntarme qué necesito, si me puede dar una mano con el trabajo, y siempre le decía que no. Ahora estoy cambiando. Estoy bien”, remata Rodrigo, feliz además por la llegada hace un año de Agustín, su sobrino, hijo de Gonzalo.
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