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Orzábal, sinónimo de rugby y de pasión
Arturo Orzábal tiene 73 años y hace unos meses que viene dándole batalla a un cáncer. El martes a la nochecita terminó su dura sesión de rayos y desde allí se fue a entrenar el scrum de Conejos Rugby Club, en medio del frío y del viento que reinan en la ciudad neuquina de Plottier. Orzábal jugó en los Pumas en 1974, en los dos tests en Ferro ante Francia, e integró junto a Osvaldo “Coco” Rocha y el “Alemán” Fernando Insúa la legendaria primera línea del San Isidro Club que dominó los primeros años de los setenta. Desde 1977 vive en el sur argentino y en todo este tiempo ha fundado clubes, entrenó equipos y seleccionados, y recorrió decenas de ciudades y pueblos divulgando la cultura de este juego. Misionando el rugby en esa parte del país donde las distancias y el clima lo tornan todo más complicado. “El rugby es dar”, reza.
Conejos, un club que 20 años atrás fundó Carlos Steimbreger con el propósito de acercar al deporte a chicos que vivían en los barrios más carenciados de Plottier, lleva todo este tiempo sin conseguir un terreno para armar su cancha, su vestuario y su quincho. Hay más de 200 personas que juegan al rugby y al hockey masculino y femenino, que ahora lo hacen en un terreno prestado por una iglesia evangelista. Un lugar donde el césped está ausente y en el cual las piedras de punta son señales peligrosas. “Somos un club en situación de calle”, retrata Orzábal. Y completa: “Este, el otro, el anterior, todos los gobiernos nos dicen que nos van a dar algo y después desaparecen. ¿Cómo puede ser que en todas estas tierras no haya un pedazo para un club donde se juegan los dos deportes que vienen de ganar una medalla olímpica?”.
En los últimos Juegos Olímpicos, jugadores y entrenadores de todos los deportes resaltaron la importancia de los clubes en la Argentina. Si siempre fueron lugares de contención, mucho más necesarios son con el impacto de encierros y soledades que trajo la pandemia. Pero casos como el de Conejos se encuentran en otros lados. En la Ciudad de Buenos Aires, Floresta Rugby Club va y viene de un lado al otro. Cuando más prioritarios son los espacios verdes y lugares de recreación como los clubes, las políticas privilegian en esos lugares negocios inmobiliarios de lujo.
Orzábal vive en Plottier desde hace 32 años. Conejos es su mojón actual dentro de la pasión que lleva por el rugby. Ha entrenado a casi todos los clubes de la Región y también al seleccionado, con el que logró el ascenso en el Argentino. La Unión del Alto Valle tuvo la sabia idea de homenajearlo en vida. El torneo 2021 se llama Arturo Orzábal. Él mismo participa como entrenador.
Estudiando en el colegio en San Isidro, un día vio en una exposición de diapositivas imágenes del sur argentino. Se enamoró. Se dijo que alguna vez quería vivir ahí. Cuando volvió de Francia, acordó con su mujer instalarse en El Bolsón. “Fui a una casa de deportes a pedir una pelota de rugby y el dueño me miró riéndose, como si le estuviera pidiendo algo imposible. Así que llamé al SIC y me mandaron una pelota. Así empezamos”.
En El Bolsón se encontró con Martín Blacksley, de CUBA y hermano de La Negra Guillermo Blacksley, también Puma en los 70. Pasándose la pelota en un terreno, se fue uniendo gente. Así nació el club Jabalíes. Luego, en Esquel fundó los Dogos. Más tarde entrenó a Marabunta, Independiente y Patagonía. Armó y participó de giras. Con el scrum a todas partes. Orzábal habla de enseñanzas y de alumnos.
Después de los tests con Francia en 1974, lo llamaron para jugar en el Club Universitario de París (PUC). Orzábal tenía un vínculo especial con ese país: su abuelo murió en tierra francesa. Se fue. Imaginen ese tiempo: Héctor “Pochola” Silva, capitán de los Pumas, había sido suspendido por la UAR dos años antes por participar de una publicidad cuyo cobro iba a donar a su club, Los Tilos, para la construcción de la pileta. Sólo mencionar el dinero –en el juego, claro– era una herejía en el rugby argentino. Aunque Orzábal sigue sosteniendo que en el PUC jugó de modo amateur, aquí lo crucificaron. Incluso en su club. Al año siguiente el seleccionado viajó a Francia y no lo convocaron. En Francia se recibió de catador de vinos y también jugó en el Stade Langonnais, en Langon.
Discípulo y admirador de Francisco “Catamarca” Ocampo y de Carlos “Veco” Villegas, se le iluminan las palabras cuando recuerda los 3 tries de scrum que el SIC le anotó a Oxford-Cambridge en Inglaterra y el de los Pumas a Francia. “Tuvimos el mejor scrum del mundo”, sentencia. “Cuando ahora veo al scrum argentino yendo para atrás me dan ganas de llorar. Pero cuando escucho que al primero en agarrar es al pilar derecho y no al izquierdo, y que al izquierdo no se le entrena el brazo para esa posición, entiendo por qué pasa lo que pasa”. Orzábal se postuló para ser entrenador nacional de scrum cuando la UAR lanzó la búsqueda hace unos años. “Pero a los viejos no nos tienen en cuenta”, se resigna.
Esta noche volverá a entrenar a Conejos. “Casi en la banquina estamos”, vuelve a graficar. Y seguirá dándole la batalla al cáncer. No quiere que le gane porque aspira a dos sueños: “Que Conejos consiga un terreno y poder ir a Francia a ver el Mundial en 2023″.
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