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Murió el Yankee Braceras, símbolo de Alumni, docente de alma y ex integrante de los Pumas
Debutó en el seleccionado en 1971 y su primer gran partido fue en Cardiff ante Gales en 1976
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Jorge Braceras fue un docente del rugby. No sólo por ejercer la profesión de profesor de educación física, sino porque su principal rol en el rugby, además de haber sido un gran jugador, un Puma, se originó en la formación. El Yankee, como todos los conocían, también resultó clave en el despegue de su club, Alumni, donde brilló como hooker y donde practicó el voluntariado como entrenador y dirigente.
Braceras, Puma de la década de 1970, murió este miércoles luego de una larga enfermedad. El sábado iba a cumplir 78 años. En el seleccionado debutó en el Sudamericano de 1971, ante Brasil, pero su bautismo grande fue nada menos que en aquel test memorable ante Gales, en Cardiff, en 1976. También enfrentó ese año a los All Blacks, en Ferro, y en 1977, también en Caballito, a Francia. Ese mismo año estuvo en el grupo de los jugadores suspendidos por la UAR por haberse negado a participar de un Sudamericano en respaldo al capitán desplazado, Arturo Rodriguez Jurado.
Querido y respetado por todo el ambiente rugbístico, que lamenta su partida, el Yankee Braceras también tuvo un rol importante y docente –representado a la Argentina– en la ex International Rugby Board (hoy World Rugby) hasta más allá de mediados del 2000. Fue un defensor del juego y de su espíritu, además de un libro abierto en cuanto a la historia y sus reglamentos. Hablar con el Yankee era mucho más que un placer; significaba aprender de este deporte.
Braceras expandió el rugby por todos los colegios en los que trabajó como profesor de educación física: Belgrano Day School, St. Brendan’s, Juan XXIII y el Labardén de San Isidro. Desde St.Brendan’s llevó decenas de chicos a jugar a Alumni, mientras el Borgia Casanova y Pisani –el abuelo del capitán de CUBA– hicieron lo mismo desde el colegio San Agustín. A partir de ese trabajo de hormiga, pleno de corazón, Alumni fue construyendo bases para ser el gran club que es hoy. Braceras fue un baluarte de esa cruzada.
En el St.Brendan’s hizo un culto de las giras de rugby. No faltó a ninguna durante una década. También participó de una de fútbol. A alguna concurrió con Lola, su mujer. Dicen los que lo conocieron que ese era su momento favorito.
En Alumni construyó su familia. Sus tres hijos, Tomás, Juan y Martín, jugaron en el club. También lo hace Felipe, uno de sus 6 nietos, quien también se desempeña como de hooker y, dicen, tiene el estilo –fuerte en el scrum, hábil con las manos– de su abuelo. El Yankee jugó 20 años en la Primera y fue capitán de 1970 a 1973. Después del Negro Eduardo Poggi, integrante de la gira fundacional de 1965, resultó uno de los primeros Pumas consagrados del club de Tortuguitas.
Braceras fue un admirador del Veco Villegas, quien lo entrenó en los Pumas en 1976 y 1977. Compartía su filosofía del juego, sus opiniones y el fervor por el scrum. Sus compañeros de esos años del seleccionado le tenían un fraternal cariño. Uno de ellos, Eliseo “Chapa” Branca, lo despidió así en su muro de Facebook: “Yankee querido. Gracias por mostrarme el camino. Gracias por estar siempre al lado mío. Gracias por ser un gran compañero. Gracias. Gracias. Nos volveremos a ver. Te quiero mucho. Saludos al cielo”.
Aquel conflicto y la renuncia por el Mono Rodríguez Jurado
La década de 1970 caracterizó al rugby doméstico por su ebullición, casi en copia con lo que ocurría en el país. Por un lado, la militancia política de cientos de jugadores de decenas de clubes que luego provocó que muchos de ellos fueran asesinados o desaparecidos. Por el otro, múltiples conflictos y peleas en clubes, seleccionados y en la Unión Argentina de Rugby (UAR). También fue una etapa revolucionaria en el juego, con la irrupción del San Isidro Club (SIC), amplio dominador de los campeonatos –ganó los de 1970/1973 y 1977/1980–, a partir de una formación que resultó emblemática –el scrum, con su empuje coordinado, llamado también “la bajadita”– y un equipo repleto de figuras. Dentro de todo ese paquete se produjo una situación inédita: en el final de los 70 hubo dos seleccionados. Uno, el oficial, los Pumas. El otro, el rebelde, los “Cimarrones”, originado por un grupo de jugadores que fueron suspendidos por la UAR para representar a los Pumas. ¿Cómo se llegó a esa situación? Producto de los enredos, las intransigencias y las peleas que signaron a esa época.
En 1976, los Pumas tuvieron una recordada actuación ante Gales, en Cardiff, durante una gira por las Islas Británicas. Aquella derrota en la última pelota (20-19, con un penal de Phil Bennett) es todavía valorada como uno de los grandes hitos del seleccionado. Los entrenadores eran Carlos “Veco” Villegas y Emilio Perasso, y el capitán, Arturo Rodríguez Jurado. Los tres del SIC. El manager, Carlos Contepomi, padre del actual entrenador de los Pumas. Al año siguiente, bajo ese mismo esquema, los argentinos empataron en 18 ante Francia, en un durísimo test jugado el 2 de julio en el estadio de Ferro. Tras esa serie es cuando se empieza a resquebrajar todo.
Se aproximaba el Sudamericano, que se iba a disputar en Tucumán. Como para los tests con Francia Rodríguez Jurado estaba lesionado, la UAR había elegido el 8 de junio como capitán a Hugo Porta y como subcapitán, a Ricardo Mastai, de CUBA. Pero una vez recuperado Rodríguez Jurado, Villegas, Perasso y Contepomi, como miembros del subcomité de selección, ratificaron al back del SIC. La UAR, en cambio, rechazó esa nominación. En consecuencia, los entrenadores y el manager renunciaron el 19 de octubre. La punta del hilo.
Las versiones sobre la decisión de la UAR son varias. Algunas indicaban que se trataba de un tiro por elevación a los entrenadores, resistidos por una parte del rugby que no aceptaba la preponderancia del SIC ni el sistema que utilizaba para el scrum. El foco estaba puesto en el Veco, especialmente. El frente opositor se componía de una parte de los Pumas del 65, compañeros de Rodríguez Jurado en aquella gesta, y a clubes como CUBA. También se decía que la dirigencia de la UAR no aceptaba la fama de Rodríguez Jurado más allá del rugby. Galán, comparado por su parecido físico al actor Charles Bronson, siempre rodeado de mujeres bellas en revistas de la farándula y, además, líder nato, de fuerte carácter y extraordinario jugador, al ambiente pacato del rugby no lo entusiasmaba la figura de Arturo como capitán del seleccionado.
Como Porta estaba en Francia invitado para jugar en el “Resto del Mundo”, la UAR designó capitán a Mastai para el Sudamericano de Tucumán. Y de entrenador a Luis Gradín, también Puma del 65 como Rodríguez Jurado. El sábado 22 de octubre, pocos días antes del viaje, diez jugadores designados para ese torneo renunciaron a participar, en solidaridad con su capitán original. Ellos fueron Ricardo de Vedia, Mario Carluccio, José Constante, Jorge “Yankee” Braceras, Ricardo Castagna, Eliseo Branca, Horacio Mazzini, Jorge Navesi y Daniel Baetti, además, claro, de Rodríguez Jurado.
En la edición de la revista El Gráfico del 8 de noviembre de 1977, la pluma del rugby por excelencia, Hugo Mackern, que firmaba bajo el seudónimo de Free-Lance, escribió en un editorial: “En primer lugar entendemos que el Consejo ha cometido un error al rechazar la designación de Rodríguez Jurado como capitán, ya que la razón invocada para justificarla carece de entidad suficiente para ello… Debemos acotar, por nuestra parte, que hace poco más de un año, a propuesta de la misma Comisión de Selección, el Consejo Directivo, con una composición algo distinta de la actual, designó a Rodríguez Jurado como capitán para la gira a Gales, y quien esto escribe puede dar testimonio personal de que, pese a que una infortunada lesión le impidió capitanear al equipo en la cancha después del primer partido, siguió desempeñando los otros deberes del cargo –que en una gira no son pocos– con dedicación, eficacia y dignidad”.
En el último párrafo de esa nota, Free-Lance, sostuvo: “Desearíamos fervientemente nunca haber tenido que escribir, sentimos el deber de hacer un llamado a la cordura, a la reflexión y a la concordia. El más perjudicado con este conflicto es el rugby, el deporte que todos decimos querer y cuyo espíritu invocamos a cada momento. Sería terrible que a la división que ya existe desde 1970 en el rugby a nivel directivo, se sumara ahora una división o un resentimiento entre los jugadores. Es hora de olvidar los celos y ambiciones personales”. No ocurrió lo que pedía Free-Lance desde el periodismo y sí pasó lo que presagiaba que podía suceder.
En un cuento que tituló “Entre amigos y traidores”, “Tacho” De Vedia relató, cambiando los nombres, lo que pasó especialmente en ese vestuario un viernes de octubre, cuando después de meditar y votar la decisión de no viajar a Tucumán, un dirigente de la UAR –a quien más tarde, en la editorial de El Gráfico de 20 de diciembre, Free-Lance identificó como Constantino Riganti, entonces vicepresidente de la UAR– les había manifestado a los jugadores que, tratándose de un deporte amateur, nadie estaba obligado a jugar si no quería. Sin embargo, días más tarde, cada uno de esos 10 jugadores recibió en su casa un telegrama en el que se les comunicaba que estaban suspendidos por 5 años por negarse a jugar en el seleccionado.
“Pancho (por Casado), el utilero, había repartido las camisetas que habríamos de usar en el torneo (el Sudamericano). Yo tenía la mía entre mis brazos, la apretaba más fuerte que a mi novia, era un sueño. Los jugadores estábamos en el patio del club, con los bolsos nuevos para la gira que empezaba. De repente salió Pancho a los gritos: “¡Muchachos parece que hay quilombo! Me tienen que devolver la ropa. ¡Renunciaron los entrenadores! Tengo orden de que me devuelvan la ropa hasta saber cómo sigue esto”. Devolví la camiseta compungido, con un nudo en la garganta. Me hubiera gustado mostrársela a mi viejo. Hubiera estado orgulloso. Los tipos barrieron con todo. El seleccionado fue el botín de guerra”, escribió De Vedia en su cuento, resumiendo lo caótico que significó aquel fin de año de 1977.
A varios de los jóvenes jugadores de ese momento –Branca, Baetti, De Vedia– la sanción les cortaba la carrera en los Pumas, mientras que a otros directamente se las cerraba. El seleccionado, con Gradín de entrenador, Mastai de capitán, algunos que no apoyaron la idea de no viajar y otros debutantes, ganó ese Sudamericano en Tucumán, al que El Gráfico, también en la pluma de Free-Lance, calificó con el título “Cuando jugar es un suplicio”, a propósito del calor y la improvisación de parte de la UAR. “Marcos Iachetti cayó sin recibir golpe alguno y debió ser llevado a un hospital, donde los médicos diagnosticaron una aguda deshidratación. Además, el capitán argentino, Mastai, perdió casi seis kilos de peso al jugar los tres últimos partidos en tres noches sucesivas. Eso no es deporte”.
En 1978 hubo un nuevo golpe de timón en los Pumas. Ya no siguieron Gradín y Mastai como entrenador y capitán, respectivamente, sino que volvió uno de los conductores del 65, Angel Guastella, quien ratificó a Porta como líder. Convocó a Héctor “Pochola” Silva, que había cumplido una suspensión de comienzos de los 70, y para la gira por Gran Bretaña e Italia armó un plantel repleto de juveniles. Con ese recambio arrancó una nueva era en el seleccionado. Fue el tiempo de Marcelo Loffreda, Rafael Madero, Gabriel Travaglini –hoy presidente de la UAR–, Tomás Petersen, Alfredo Soares Gache, Marcelo Campo, los hermanos Iachetti, Alejandro Cubelli. La mayoría de ellos siguió como Pumas hasta finales de los 80. Ese equipo logró en octubre un histórico empate en 13 ante Inglaterra, en Twickenham.
Mientras, Raúl Sanz y Tito Fernández, que no figuraban entre los suspendidos ya que el primero en ese momento cursaba una suspensión por haber sido expulsado en un partido del campeonato, en tanto que el otro estaba de gira con Deportiva Francesa, lo convencieron a Rodríguez Jurado para armar una especie de seleccionado paralelo con todos los suspendidos y los que los habían apoyado, que se habían comprometido en no retornar a ningún seleccionado hasta que se haya levantado la última sanción. Arturo fue el capitán de ese equipo, al que llamó los Cimarrones, por esa raza de perros leal y rebelde. Mario Carluccio, arquitecto, diseñó la camiseta a rayas horizontales.
Los Cimarrones fueron invitados a jugar a varias provincias y en todos los partidos ganaron por goleada. No sólo eso: la gente se acercó a verlos como si fueran los Pumas. Estaban los jóvenes (Baetti, Castagna, Branca) y los grandes que todavía tenían calidad para jugar en los Pumas (Fernández, Insúa, Sanz, Constante, Braceras). Vale recordar que hasta 1995, la UAR estaba representada –y concentrada– por Buenos Aires. O sea, el seleccionado de Buenos Aires era también el de la UAR, por lo cual los jugadores de los clubes porteños que estaban suspendidos tampoco podían jugar el Campeonato Argentino, algo que sí podían hacer los rosarinos y mendocinos, por caso.
La fama de los Cimarrones era un dolor de cabeza para la dirigencia y también generó –como había pronosticado Free-Lance– grietas dentro de los clubes y entre los jugadores. En su cuento, De Vedia hace referencia al malestar que le generó que cuatro jugadores del SIC –Soares Gache, Madero, Loffreda y Petersen– hubieran ido con el seleccionado cuando él estaba suspendido por haber defendido, precisamente, al capitán y a los entrenadores del SIC. Uno de esos Pumas del 78 alguna vez me confió que ellos fueron a hablar con Rodríguez Jurado para ver qué posición adoptaban y que fue el mismo “Trompa” quien les dijo: “Vayan”.
Aquel conflicto del 77 motivó que Fernández se fuera de Deportiva Francesa (recaló en Hindú), Branca de Curupaytí (al CASI) y Sanz de Regatas Bella Vista (a Biei, previa fundación de Bella Vista Rugby).
A fines de 1979, el entonces presidente de la UAR, Domingo Beraciartúa, decidió plantearle al Consejo que era hora de levantar la sanción. La propuesta fue aprobada y los 10 jugadores fueron habilitados para jugar en la temporada de 1980. Daniel Baetti y Eliseo Branca retornaron a los Pumas en los tests ante Fiji, en Ferro, mientras que otros fueron convocados para el seleccionado de Buenos Aires que enfrentó a Inglaterra, también en Caballito, pero en 1981.
Ya en tiempos profesionales hubo otros cismas similares en los Pumas, pero sin la misma respuesta de los jugadores. Por caso, Juan Fernández Lobbe y Agustín Creevy fueron desplazados de la capitanía por los entrenadores, aunque con aprobación de la dirigencia, mientras que la UAR directamente le quitó la capitanía a Pablo Matera en 2020.
Pero nunca más se dio el hecho de tener dos seleccionados paralelos: el oficial, el de los Pumas, y el rebelde, el de los Cimarrones.
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