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Mundial de rugby: Inglaterra y Sudáfrica resumen el estilo de moda, con el sistema por sobre las habilidades
Inglaterra y Sudáfrica suman cinco presencias en finales mundialistas. Y un solo try. La conquista de Jason Robinson para el seleccionado de la Rosa ante Australia en 2003 es la única anotación por esta vía en los 360 minutos que acumulan entre ambos.
Una de las incógnitas que se habían planteado en estas páginas en la previa al Mundial de Japón 2019 inquiría sobre qué estilo de rugby se impondría. Sea Inglaterra o sea Sudáfrica el que este sábado levante la Webb Ellis Cup, el dominio de las defensas, el rigor físico, la eficiencia en las formaciones fijas y la eficacia en las oportunidades de ataque ya ganó. Los dos tienen estilos similares y más allá de la incuestionable ductilidad de sus backs y la peligrosidad de sus juegos de ataque, está a la vista que prefieren explotar otros aspectos de su juego. Es la exaltación del sistema por sobre la capacidad de desequilibrio individual.
Muy lejos parece haber quedado el deslumbrante 34-17 de Nueva Zelanda ante Australia en la final de Inglaterra 2015 en Twickenham, el partido decisivo con más puntos y más tries en la historia de la competencia. El Mundial pasado resultó una verdadera explosión ofensiva, con un promedio de 5,28 tries por partido a partir de cuartos de final, superando los 2,00 de Nueva Zelanda 2011 y los 2,85 de Francia 2007.
Harán falta 11 tries en la final del sábado, a las 6 de la mañana argentina en el International Stadium Yokohama, para igualar la marca de cuatro años atrás. En función de los antecedentes de ingleses y sudafricanos en finales y de lo que mostraron hasta aquí, una proeza que parece muy lejana.
La única vez que dirimieron el título entre sí, Sudáfrica ganó 15-6 un partido sin tries. La otra conquista sudafricana, en 1995, fue 15-12 ante Nueva Zelanda en tiempo suplementario, también sin tries. En la restante final de Inglaterra, derrota 12-6 ante Australia en 1991, tampoco hubo tries de los ingleses.
Los equipos que se destacan por el juego de ataque quedaron rápidamente eliminados. A Australia solo le alcanzó para asustar a Gales e Inglaterra, pero las dos veces cayó de forma inapelable. Francia lo ejecutó por momentos, pero al final pesó más la juventud y falta de rodaje del plantel y fue eliminado por el mayor temple de Gales. Los Pumas nunca pudieron desarrollarlo, excepto cuando ya no había nada en juego, en el último partido ante Estados Unidos. Japón resultó el equipo más revolucionario en materia ofensiva, con un rugby dinámico y heterodoxo, pero a la hora de la verdad sucumbió ante la potencia de los Springboks.
Nueva Zelanda queda al margen de este análisis por la sencilla razón de que llena todos los casilleros. Su capacidad ofensiva es incontestable, pero también sabe adaptarse, si el rival o el partido así lo requieren, a un juego más cerrado. Solo que en las semifinales ocurrió que, empujados a ese terreno, Inglaterra se desenvolvió mejor.
La pregunta de quién jugará mejor el sábado queda reducida a quién ejecutará mejor el sistema de juego. En este contexto, gana el que se equivoca menos y aprovecha mejor esos errores. El desequilibrio individual parece patrimonio de los años 80. Ya no se premia la habilidad sino las destrezas, es decir, la capacidad de ejecutar gestos técnicos con eficacia, que se nutren de la repetición antes que de la creatividad. Parámetros como la posesión y el territorio son relativos.
Inglaterra tiene una pequeña gran ventaja: lleva cuatro años preparándose para este momento. Eddie Jones asumió tras el fracaso de 2015, impulsó un regreso a los fundamentos del rugby inglés y llega al momento indicado en un pico de rendimiento. Sudáfrica, en cambio, lleva solo dos años bajo la tutela de Rassie Erasmus. Claro que su premisa también fue recuperar la esencia de su juego y hoy cobra los dividendos de esa apuesta.
Y si los dos se afirman sobre la defensa, allí es difícil encontrar superioridad de un lado o del otro. Lo primero que hizo Erasmus al asumir fue convocar al especialista Jacques Nienaber para hacerse cargo de esa faceta del juego, mientras que Jones cambió de lugarteniente a mitad de camino y en 2018 sumó al staff a Jonh Mitchell.
Inglaterra tiene un punto a favor más: tanto Jones como Mitchell conocen de cerca el rugby sudafricano. El australiano fue asistente de Jake White en la conquista de 2007 y el neozelandés dirigió a los Bulls de Pretoria en los Súper Rugby de 2017 y 2018.
Tanto Inglaterra como Sudáfrica priorizan avanzar en el terreno con el uso de la fuerza de los forwards, antes que alguna artimaña de los backs, cuya función queda reducida a aprovechar los espacios que generan los delanteros de tanto insistir. Es un juego de centímetros. Inglaterra tiene a los hermanos Billy y Mako Vunipola, a Kyle Sinckler y Manu Tuilagi como ball carriers, no para romper la defensa, sino para penetrarla y generar inercia. Sudáfrica confía en Eben Etzebeth, Duane Vermeulen, Malcolm Marx y Damian de Allende para el mismo fin. La utilización del pie para jugar en campo rival es condición suprema; Handré Pollard, George Ford, Faf de Klerk y Ben Youngs son especialistas en la materia. En las formaciones fijas, Sudáfrica es el mejor del Mundial en el line-out (98,65%); en tanto, Inglaterra es el 7° (92,21%), y en el scrum ambos están terceros (94%).
World Rugby hizo una gran apuesta en llevar el Mundial a Japón, una vidriera para ganar nuevos mercados. El éxito de asistencia local, afluencia de extranjeros y la organización redondearon un gran certamen. Dentro de la cancha, los grandes espectáculos quedaron en carácter de excepcional. Queda un partido para revertir la tendencia, nada menos que el más importante, la gran final. Todo está en manos de Inglaterra y Sudáfrica.
El primer juez francés en una final
Jérome Garces se convertirá en el primer francés en dirigir un desenlace mundialista, cuando el sábado tenga a su cargo el de Japón 2019, Inglaterra vs. Sudáfrica, en Yokohama. "Me siento honrado por ser designado árbitro de la final del Mundial. Es un sueño como referí, pero este es un deporte de equipo, y como somos un equipo de cuatro, estaré con mis asistentes para hacer lo mejor para los protagonistas", dijo.
Garces estará secundado por su compatriota Romain Poite y el neozelandés Ben O’Keeffe como jueces asistentes y por el neozelandés Ben Skeen como TMO, el único no inglés ni sudafricano entre los cuatro disponibles. El inglés Wayne Barnes, el mejor árbitro del certamen, se quedó con el premio consuelo de controlar el choque por el tercer puesto, entre Nueva Zelanda y Gales, el viernes a las 6, en Tokio.
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