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Muerte en el rugby: por qué la UAR hace silencio sobre Lucas Pierazzoli y qué dice Rodrigo Cortés, un accidentado que quedó cuadripléjico
Tanto la entidad como su fundación, que asiste a accidentados en el deporte, evitan expresarse; “el trabajo debería ser sobre las personas, no sobre el juego”, afirma el ex apertura de Curupaytí.
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La sonora muerte de Lucas Pierazzoli por un golpe en un partido de rugby contrasta con el casi total silencio que adoptó la Unión Argentina de Rugby (UAR) sobre el tema. La entidad expresó el domingo en Twitter sus condolencias, en las que dijo acompañar a los allegados del segundo línea de Hurling. Pero eso es todo lo que tiene para decir por el momento. Ante una consulta de LA NACION, un vocero de UAR se excusó en que la institución no hablará por el momento del tema por “respeto” a los seres queridos de Pierazzoli.
El fallecimiento del forward, desencadenado tras un golpe en un ruck en un partido contra Sitas que le causó dos fracturas cervicales y un edema cerebral, conduce a una pregunta que ya fue hecha otras veces: ¿se trata de un problema de seguridad del juego? Es decir, ¿hay algo por hacer para reducir drásticamente el riesgo físico del rugby?
Recordamos a Lucas del mismo modo que lo hicieron quienes tuvieron la fortuna de conocerlo: como un amante del rugby que disfrutaba del deporte cada día, reconocido dentro y fuera del campo de juego, tanto por sus compañeros como sus ocasionales adversarios deportivos.
— Unión Argentina de Rugby (@unionargentina) October 4, 2021
Rodrigo Cortés tiene algo por señalar al respecto. Era apertura de Curupaytí, el clásico oponente de Hurling, en el occidental partido de Hurlingham, del conurbano bonaerense. En mayo de 2008, a sus 24 años, quedó atrapado en un ruck. Fue el jugador tackleado. Un rival, integrante de San Marcos, aplastó su cabeza contra el piso y le quebró las vértebras 4 y 5, cervicales. Como a Pierazzoli, a Cortés lo llevaron al cercano hospital Posadas. Tuvo más suerte: zafó de la muerte, pero quedó cuadripléjico.
Hoy tiene 38 años y sigue en una silla de ruedas. Tiene la fortuna de trabajar –es asesor financiero personal–, casi un lujo en la Argentina para alguien que no domina buena parte de su cuerpo. Pero ese giro brusco que dio su vida aún le duele. No le fue fácil a Rodrigo volver al club; tardó mucho. Y hoy, desde su experiencia, puede opinar con autoridad qué se debería hacer tras un nuevo episodio grave en el rugby, que así jugado se llevó otras vidas (Juan Cruz Migliore en 2008, Jerónimo Bello en 2019 luego de su percance de 2016) y afectó severamente la salud de unos cuantos deportistas: la Fundación Unión Argentina de Rugby (FUAR) cuenta 35 víctimas graves de lesiones. Por algún motivo, tampoco FUAR quiso manifestarse sobre el caso Pierazzoli.
–Rodrigo, a raíz de lo que te pasó, ¿cómo reaccionaron las instituciones relacionadas con el deporte?
–En mi caso no tengo nada que reprocharles. Rápidamente, tanto las autoridades de URBA como las de UAR se pusieron a disposición de mí y de mi familia. Lo mismo que las autoridades de los clubes. Ese apoyo fue muy valioso para sostener a mi familia en el momento de desesperación y a mí en el momento de encarar una recuperación. Y al día de hoy todavía están presentes. Pensá que nuestras vidas cambiaron en una jugada de un simple partido de rugby.
–¿Tu desgracia podía ser evitada con algún cambio de reglamento?
–Por mi caso no cambió nada en lo reglamentario. Lo mío fue más un mal accionar de un rival, fuera de reglamento, que algo relacionado con la manera de jugar y a las reglas.
–¿Y lo que sucedió con Pierazzoli?
–Por lo que pude ver en videos, lo que le pasó a Lucas Pierazzoli fue fortuito, una jugada muy desgraciada, producto del juego. La vehemencia del choque de cabezas fue lo que le produjo el edema y después, en el ruck, se le produjeron las fracturas. En este caso no hay nada que se pueda cambiar. Hubo mucha mala suerte.
–¿Qué se debería cambiar en el rugby para que estas cosas no pasaran?
–Esto pasa por la evolución misma del deporte. Hoy en día los pibes se entrenan más, se fortalecen y juegan con cada vez más vehemencia. Las instituciones que rigen al rugby deberían trabajar para recuperar la caballerosidad y los valores del juego. El trabajo debería ser sobre las personas, no sobre el juego. Es fundamental volver a las fuentes para recuperar sensibilidad.
–¿Esta manera de jugar y la falta de caballerosidad tienen vínculo con el avance del pseudo profesionalismo en URBA?
–Las lesiones siempre existieron en el rugby. Pero en los últimos años se volvieron más recurrentes. Están a la vista las diferencias de preparación que existen entre los clubes más poderosos y los más chicos. Antes todo era más parejo; un equipo ganaba más por virtudes técnicas que físicas. Ahora mucho tiene que ver lo físico. Al ser mayor la exigencia competitiva, es mayor la preparación.
–Después de lo vivido, ¿te reprochaste algo?
–Durante 11 años no volví al club. Estuve totalmente aislado del deporte; sentía bronca y mucho dolor. Me costó mucho retomar ese ambiente de rugby que se respira cuando hay partidos. Por suerte, con el tiempo fui recuperando el contacto con mis compañeros de camada y, de a poco, me involucré nuevamente. Fue muy complicado.
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