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Michael Cheika en Argentina: una noche cerca de sus raíces del Líbano y lejos de los dulces
Michael Cheika tiene debilidad por los dulces, pero no prueba uno desde comienzos de año. Se trata de la promesa que hizo para que los Pumas salgan campeones del mundo. Es jueves a la noche y una porción del Líbano celebra una cena íntima en un rincón de la Recoleta, en el Club Libanés. Rodeado de gente de rugby del club Los Cedros –de la colonia libanesa en el país-, Cheika comparte sus orígenes acompañado también por dos de sus más estrechos colaboradores en el seleccionado, el neozelandés David Kidwell, el entrenador de defensa, y la nueva incorporación al staff, el también australiano Bradley Harrington, el preparador físico que lleva más de una década trabajando con Cheika y que ahora se suma al objetivo máximo: llegar hasta el último día del torneo que arrancará en Francia dentro de dos meses y 24 días. Los tres creen, y lo dicen enfáticamente, que esto es posible.
Los padres de Cheika nacieron en Zgharta, una ciudad en el norte del Líbano. Joe, su padre, llegó a Australia en 1950. Al salir del aeropuerto de Sydney, se subió a un taxi y cuando el chofer le preguntó adónde iba, le contestó: “No sé”. ¿”De dónde viene?”, le replicó el taxista. “Del Líbano”, respondió Joe Cheika. “Entonces lo voy a llevar a un lugar”, dijo el taxista y puso en marcha el auto hasta dejarlo en la iglesia de San Marón, el santo patrono de los católicos maronitas, el credo que sigue una gran parte de los libaneses. Cercano a esa iglesia está Randwick, donde Michael Cheika empezó a jugar al rugby.
Los Adem, Sarquis y Bestani, unas de las familias libanesas más tradicionales en el país y en el rugby de los Cedros, se convencieron de que tenían que agasajar a Cheika cuando vieron que este entrenó, sin dinero de por medio y honrando a sus antepasados, al seleccionado de rugby league del Líbano, que en noviembre de 2022 participó del Mundial que se jugó en Inglaterra. La tarea de encontrar al entrenador de los Pumas quedó en manos de Melina Luquez, secretaria de actas del Club Libanés. Luego de varios intercambios de mails, algunos en inglés, otros en la mezcla de español que intenta Cheika, lograron pactar el encuentro, a las 20 en punto en el primer piso del petit-hotel que está a metros de la Unión de Rugby de Buenos Aires (UAR) y del que fue durante décadas sede de la UAR.
Cheika se sintió en su casa esa noche. A un lado se sentó el embajador del Líbano en la Argentina, Johnny Ibrahim, y del otro, el presidente del Club Libanés en Buenos Aires, Juan Saliba. El australiano, de 56 años, ama la Argentina. No sólo por la cultura rugbística y por la pasión que encuentra en los Pumas. Ve a Buenos Aires parecida a Beirut en cuanto al ruido, el movimiento y la noche.
Cuando los platos preparados por el chef Ali Wehbi empiezan a circular, Cheika disfruta de la comida que, dice, le recuerda a su madre, Carol, que llegó a Sydney desde el Líbano en 1962. El banquete incluye Hummus (puré de garbanzos), Batinjin (puré de berenjena), Kebbeh frito, Falafel y Tabuleh (ensalada de perejil y tomate a la libanesa). Todo regado con vino blanco y tinto.
Alejandro y Alberto Adem, y Fernando Migliardi, presidente del club Los Cedros, lo comprometieron a Cheika a que a la vuelta del Rugby Championship vaya a dar una charla para los jugadores de ese club. Los Cedros tuvo que recomponerse después de la fuerte deserción que sufrió cuando se fundó Vicentinos y hoy aloja a chicos de todo el municipio de Malvinas Argentinas, en un trabajo que lleva adelante junto a Leonardo Nardini, ex intendente y actual ministro de infraestructura y servicios públicos de la provincia de Buenos Aires. El club ya se llevó una camiseta firmada por el entrenador de los Pumas, quien, a su vez, prometió traer a su vuelta de Australia una del seleccionado de rugby league del Líbano.
A Cheika, Kidwell y Harrington los une, además del rugby y los Pumas, una nueva pasión: Boca Juniors. Estos dos últimos conocieron la Bombonera invitados por el Puma Matías Moroni, mientras que Kidwell repitió la experiencia el último sábado junto a los Adem. El neozelandés, natural de Christchurch, amigo de Scott Robertson –próximo entrenador de los All Blacks- y ex jugador de rugby league, mueve ampulosamente los brazos para definir lo que vivió en la Bombonera. No puede creer que la gente grite y salte durante todo el partido; le mandó videos en vivo a su mujer, que quedó en Nueva Zelanda.
La pasión argentina es algo que conmueve a Kidwell: “No tenía experiencia en el rugby unión, y cuando Michael me llamó, me puse a ver videos de los Pumas y al notar la pasión con la que juegan, ni lo dudé”. Debutó como entrenador en el rugby unión en julio pasado en el test ante Escocia, en Jujuy. “Me costó adaptarme. Un jugador de rugby league mete entre 40 y 50 tackles por partido, el doble que uno de rugby union”.
Cheika cuenta que el rugby league es más popular en el Líbano porque representa más a la clase trabajadora. De todos modos dice que el Union, el de XV, también tiene su cultura y que el año próximo tendrá un test ante Francia. El Líbano fue colonia de Francia, que recién retiró sus tropas a fines de 1946.
Harrington, en tanto, ya tiene en su valija el gorrito de lana de Boca. También quedó atrapado por la pasión del fútbol. Estuvo trabajando con Cheika en el Leinster irlandés, en el Waratahs australiano y en los Wallabies. Ambos son los únicos que tienen títulos en el Norte y en el Sur. Con Leinster ganaron la Copa de Europa, cuando jugaba Felipe Contepomi, y con Waraths, el Super Rugby. Con los Wallabies se adjudicaron el Rugby Championship 2015 y ese mismo año llegaron a la final del Mundial de Inglaterra, donde cayeron ante los All Blacks. En las semifinales vencieron a los Pumas. Harrington es una importante incorporación al seleccionado argentino. Lleva 15 años trabajando con atletas de alto rendimiento, no sólo en la parte física, sino mental.
Los tres extranjeros del staff de los Pumas viven juntos en un departamento de alquiler temporario que está ubicado, casualmente, en la cuadra de la embajada del Líbano, sobre la avenida del Libertador.
Tras el plato principal –arroz caliente oriental- que Cheika esquivó (“ya no doy más”) y los brindis, Saliba le entregó de regalo un precioso mate que en el borde de plata tiene grabado su nombre. Cheika también adquirió aquí la costumbre del mate. Migliardi, en tanto, le obsequió un cuadro con el banderín de Los Cedros. El cedro es el árbol símbolo del Líbano, que incluso forma parte de su bandera. Cheika, feliz, firmó camisetas, agradeció la hospitalidad que recibió, se sacó fotos y destacó el honor de haber compartido ese momento con gente de su tierra natal.
Al llegar el postre, un exquisito Mhalabieh, un budín de leche con agua de Azahar, arándanos y crema chantilly, Cheika se excusó. Había que esquivar los dulces para seguir con la promesa.
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