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Michael Cheika, el cosmopolita entrenador de los Pumas, destaca la pasión y el entusiasmo de los argentinos pero deja una advertencia
“Tienen que creer que son mejores que lo que piensan”, dice sobre los rugbiers nacionales el australiano de 55 años, a cargo del seleccionado hasta el Mundial Francia 2023
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Hijo de padres inmigrantes libaneses, creció en Sydney jugando rugby league, el deporte de la clase obrera en Australia, pero se pasó al rugby de 15 en procura de cumplir su sueño de viajar por el mundo. Hoy es entrenador del seleccionado argentino; director de rugby de NEC Green Rockets, de Japón; entrenador del seleccionado de Líbano de rugby league (“sólo por amor”) y comentarista del Súper Rugby para la televisión australiana. Reside en Francia, pero además de en Australia vivió en Italia e Irlanda. Decir que cumplió el sueño es quedarse corto. Michael Cheika es un verdadero cosmopolita, un habitante del mundo. Eso disipa toda duda que pueda existir sobre su adaptación al puesto de entrenador de los Pumas. Credenciales le sobran, pero basta una charla de 40 minutos Tokio-Buenos Aires vía video para entender que los sellos en su pasaporte valen mucho más que las copas de sus vitrinas, que no son pocas: es campeón de Europa, del Súper Rugby y del Rugby Championship, y subcampeón mundial.
“Mi padre llegó a Australia desde Líbano en 1950, y mi madre, 10 años más tarde. No crecí en un típico entorno de rugby. Yo crecí jugando al rugby league, que tiene un trasfondo que viene de la cultura de la clase trabajadora, una mentalidad diferente. Dirigí en Italia, Irlanda, Francia, rugby league, Argentina... Todos aprendemos de maneras diferentes”, comienza diciendo el polifacético y flamante preparador de los Pumas, de 55 años. “Nuestra misión como entrenadores es formar a la gente que está alrededor. En resumen, son dos tareas: liderar al equipo y entrenarlo. Entrenar es lo mismo que enseñar; son los mismos principios. Muchos de los mejores entrenadores comenzaron siendo profesores en colegios. Lo que estoy tratando de hacer ahora es entender cómo es la enseñanza escolar en cada país. Acá, en Japón, la cultura educativa es muy distinta, por ejemplo. El otro costado, el del liderazgo, cambia según la mentalidad de cada cultura. La actitud, la confianza, el positivismo son distintos en cada país. El idioma es distinto. Cuando llegué a Francia, a veces las mismas palabras en el vestuario no tenían el mismo efecto que habían tenido en Irlanda. El sentido se perdía en la traducción. La cuestión es cómo ser efectivo en otro idioma. Juan Fernández Lobbe puede traducir lo que digo perfectamente, pero no sería cabal. Es tratar de que se sienta el mensaje. Tener muchas culturas ayuda”.
Cheika habla con fluidez inglés, francés e italiano y está incorporando el castellano y el árabe, dado su rol como entrenador del seleccionado de rugby league de Líbano. “No es un trabajo. Lo hago sólo por amor”, aclara. “El castellano está viniendo. Leo LA NACION y miro televisión con subtítulos. Las palabras van conectándose. El próximo paso es tomar clases”.
El primer encuentro entre Cheika y este diario fue en 2015, en Mendoza. El día previo al partido por el Rugby Championship estaba tomando un café plácidamente en la avenida Civit. “Es que yo no juego; a mí me toca la parte fácil. Cada uno tiene que hacer la parte que le toca. Hay que confiar en uno mismo, en los jugadores, en el staff de entrenadores, y dejar que las cosas sucedan”, dijo.
–¿Lo haría de nuevo ahora, al frente de los Pumas?
–Por supuesto. En Argentina los cafés son muy lindos. Me gusta salir, sentarme a tomar un “cortado” [en castellano], mirar la gente pasar. Cuando estuve en Buenos Aires hace algunas semanas fui a tomar un café a Recoleta. La gente me saludaba y me deseaba suerte; conversamos un poco en una mezcla de inglés y español. Fue lindo. El rugby es sólo un juego. Es un juego para la gente, para los fanáticos. Es lindo si uno puede jugarlo, pero son muy pocos los que juegan y son millones los que lo disfrutan.
–Este año se lo vio como comentarista de los partidos del Súper Rugby en Australia. ¿Sigue en ese rol?
–Voy a estar de nuevo para los playoffs. Voy a tener la oportunidad de criticar a Pablo Matera. Aunque no mucho; está jugando muy bien. Es una experiencia diferente. Trato de transmitir a la gente el punto de vista de un entrenador o un jugador. En Australia el rugby está bajo mucha presión porque está perdiendo audiencia. Entonces, cuanto más interesante sea la transmisión para el espectador, mejor para el rugby. Es algo que nunca había hecho; estoy disfrutándolo. Cuando terminé el colegio quería ser periodista. Pero el primer trabajo que me dieron fue como auxiliar: tenía que servir el café y esas cosas. Así que no duré más de tres o cuatro días.
–¿Cómo empezó su relación con el rugby?
–Yo crecí en el barrio Coogee. Mi casa estaba a 500 metros de la playa y a 300 del club Randwick. Siempre iba a ver partidos con mi hermano mayor. Lo que yo quería era viajar. No teníamos mucha plata, así que hablé con mi hermano, vimos que el rugby daba la posibilidad de hacer giras y nos unimos al club. Enseguida me gustó la atmósfera. Había una fuerte identificación con el club, todos se sentían parte. Muchos de los jugadores de esa época después nos convertimos en entrenadores, como Eddie Jones, Ewan McKenzie y Bob Dwyer. Todavía soy un amante del rugby league, pero el rugby [de 15] me dio mucho.
–¿Fue profesor, como muchos de los entrenadores de su generación?
–Me anoté en la universidad para ser profesor, pero el día en que tenía que empezar las clases no fui. No podía soportar otros tres o cuatro años estudiando. Pude jugar en Europa y, si bien el rugby todavía no era profesional, me las ingeniaba para vivir. Jugué en Castres, de Francia; después, tres años en Italia y tres de vuelta en Australia. En el ‘96 el profesionalismo estaba comenzando, pero yo quería hacer algo diferente. Un diseñador de moda necesitaba alguien que hablara varios idiomas; me pareció interesante y empecé a trabajar con él. Luego, con un compañero del colegio creé una compañía de diseño de indumentaria. Eso me permitió tener una vida al margen del rugby. De esa forma, cuando me involucraba en el rugby, no lo hacía al 100%. No lo hacía por la plata o para pagar una hipoteca. Eso me permitía mantenerme fiel a mis principios. Creo que es una gran fórmula para el éxito. Cuando asumí compromisos más importantes como entrenador, eso resultó contraproducente. Ser siempre independiente me permitió tomar mejores decisiones.
Meses más tarde, durante el Mundial de Inglaterra, Pumas y Wallabies volverían a encontrarse en una semifinal. Luego de sortear la etapa de grupos, a los australianos se les había asignado como lugar de alojamiento Pennyhill, el centro de entrenamiento del seleccionado inglés. La infraestructura era inmejorable, pero Cheika la rechazó porque no había nada cerca para hacer. Ni bares, ni cines, ni canchas de golf.
–¿Hay una sobresaturación de rugby en los jugadores argentinos?
–Hay que tener un balance. Me encanta el entusiasmo que tienen por jugar. Dan ganas de saltar a la cancha. En mis últimos dos años con el equipo, contagiaban el entusiasmo. A veces quieren que todo salga demasiado bien, y el rugby nunca es perfecto. Hay que tener la habilidad de convivir con las imperfecciones, de atravesar situaciones incómodas. Saber cuándo es el momento de estar metido en el rugby y cuándo el de relajarse. Lo que viví cuando estuve con el equipo es que disfrutan mucho la compañía de los demás. Siempre se reunían en grupos grandes que iban cambiando, siempre cuidándose unos a otros. Era mi primera vez involucrado en un equipo sin estar a cargo, y realmente disfruté la atmósfera. Tenemos que confiar el uno en el otro, cada uno haciendo su trabajo. Estamos en una posición particular: todos los jugadores siguen el calendario del norte en el rugby de clubes y el del sur en el seleccionado. A Sudáfrica le pasa parecido, pero tiene mayor control de sus jugadores y puede darles descanso. Hay que hacer muchas cosas fuera del protocolo: la camaradería, la administración de la energía son importantes. No es fácil. Todos quieren jugar en los Pumas. Voy a disfrutar el desafío y tengo un buen plan para esta situación. Desde hace un tiempo estoy trabajando en mejorar. Atravesé distintas experiencias, me desafié a mí mismo.
–Su ciclo durará hasta el Mundial y de entrada usted dejó en claro que Francia 2023 era el objetivo. Pero no hay muchos partidos hasta entonces, y es probable que no pueda contar con la totalidad de los jugadores en todos los partidos. ¿Se puede llegar bien al torneo?
–Nadie escribió una tesis de cuál es el mejor camino para llegar al Mundial. Lo importante es alcanzar el máximo rendimiento en el momento preciso. El margen es pequeño; es verdad. Debemos entender el escenario y actuar en consecuencia. Vamos a trabajar en el plan de juego, en nuestros principios, en por qué jugamos. Ya empezamos a hablar de cómo queremos vernos en septiembre de 2023. No va a ser nada parecido a lo que veamos en julio de 2022 [test matches en la Argentina]. Tenemos que confiar en el trabajo que hagamos, en los jugadores, y seguir el plan.
–¿Ya habló con sus dirigidos?
–Después de anunciar el staff, hablamos con los jugadores que teníamos en el radar. Más que hablar nosotros, lo que quisimos fue escucharlos: cómo estaban en sus clubes, cuánto habían jugado, sus vacaciones, sus familias. Los dividimos en tres grupos. Con algunos ya hablamos dos veces. También hablé varias con Julián [Montoya, el capitán]. Pero no entramos en muchos detalles. En este momento, no quiero confundirlos. Todavía tienen compromisos importantes en sus clubes y lo ideal es que jueguen lo mejor posible allí y lleguen en la mejor forma a los Pumas.
En 2018, Wallabies y Pumas se enfrentaron otra vez, por el Rugby Championship. En el descanso los argentinos ganaban por 31-7 y la televisión mostró a un efusivo Cheika gritándoles a sus jugadores en el vestuario, mostrándoles el escudo de la camiseta. Los australianos ganaron por un 45-34 elocuente de sus reconocidas dotes de motivador.
–¿Va a necesitar aplicar esas dotes para revertir la situación de los Pumas?
–No creo que deba trabajar en la motivación de los jugadores. Siempre están motivados. Hay cosas por aprender, como enfocar bien la energía. Tienen que creer que son mejores que lo que piensan. Muchos se ponen límites. Quizás tengan razón, pero nunca lo sabrán si se autolimitan. Por ejemplo, yo soy un outsider y sé lo que es venir a jugar a la Argentina. No es fácil. Es incómodo. No estoy seguro de que los argentinos siempre se den cuenta de eso. Cuánto mejor puede ser un jugador si cree en sí mismo, si cree que todo es posible. Una cosa es desear, otra es creer.
–Siempre resaltó la pasión de los argentinos. Pero la personalidad de ellos tiene algunas contras, como la indisciplina...
–Depende del contexto. Para mí, la pasión es el componente principal de la resiliencia. Ayuda a volver a ponerse de pie. Si canalizamos bien la pasión, si la enfocamos en el objetivo, es buena. Los argentinos tienen esa pasión. Uno no puede cambiar quién es. Uno es lo que es. Otra cosa es crecer como persona, involucrarse en un equipo. Es importante entender que lo primero es el equipo. Pero nunca bajar la intensidad de la pasión. Si se la canaliza bien, el resultado va a ser positivo.
–En este carácter polifacético, incorporó al staff a un entrenador de rugby league como especialista en defensa, el neozelandés David Kidwell. Se lo vio confiado en la presentación: dijo que apuntaba a ganar el Mundial.
–Él no conocía en profundidad a los Pumas, pero miramos unos videos y dijo “estos chicos son buenos. Hay mucho en qué trabajar, pero son buenos”. Tiene una mentalidad fresca, que empieza por la confianza. Decirlo no implica que vaya a pasar. Es el punto de llegada. A partir de creer que es posible, uno puede delinear lo que hay que hacer para llegar ahí. Eso define un poco quién sigue jugando y quién no. Él se considera un outsider, pero cree que puede llevar a los jugadores a otro nivel. No es fácil, pero si lo fuera no valdría la pena. Es difícil, y eso lo hace más valioso. Cuánto más duro, mejor. Más duro para el rival, también.
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