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Los Pumas y un escenario particular: volver al punto de partida tras 20 fulgurantes años
En los primeros días de 2000, el rugby argentino saboreaba el almíbar que se había derramado del quinto puesto de los Pumas en la Copa del Mundo de 1999. Todavía, en ese entonces, se recordaban especialmente los 9 minutos de defensa contra los irlandeses en el encuentro de playoffs hacia los cuartos de final. Tal fue el impacto que se hablaba de una "Pumamanía". Producto de esas luces, en la televisión se repetía una y otra vez un comercial de una empresa automotriz que había lanzado un modelo llamado "Test-Match" y que tenía como protagonistas a Agustín Pichot y Gonzalo Quesada. En él, el medio scrum abría en palomita una pelota de fútbol, y el goleador del torneo en Gales le asestaba un kick a las nubes, ante la mirada atónita de un grupo de chicos. "¿Qué hiciste, Gonza?" ¡La colgaste!", cerraba Pichot. Fue esa acción de marketing una foto de lo que significó el primer quiebre de lo que vendría después.
Los Pumas habían llegado al cuarto Mundial de rugby con un plantel que tenía sólo 6 jugadores profesionales que actuaban en Europa (el capitán Arbizu, Pichot, Grau, Hasan, Reggiardo y Simone). El resto era amateur y jugaba en los clubes de la Argentina. Una rareza en el alto nivel de aquella época, pese a que el rugby recién llevaba cuatro años de profesionalismo declarado.
Después de ese torneo, a fines de 1999, se empezaron a marchar casi todos los titulares: Albanese, Quesada, Corleto, Contepomi, Ledesma, Fernández Lobbe, Allub, Longo, Ostiglia, Scelzo. En 2000, con Loffreda y Baetti como entrenadores, arrancaba una era en la que los entrenadores del seleccionado no dispondrían de los jugadores. Esa situación se vivió hasta 2016 y ahora, pandemia mediante, se repite. Prácticamente no quedan titulares en el país.
Han sido fulgurantes estos 20 años de los Pumas. Vencieron a los ocho grandes (los tres del Sur y los cinco de Europa), alcanzaron el Bronce (2007 sí fue el antes y después), un cuarto puesto, un cuartos de final. Ingresaron en el Rugby Championship. Colateralmente, se armó una franquicia (Jaguares) en el Súper Rugby, que al cabo de cuatro años llegó a la final. Y en ese esquema, desde la UAR se abrió la era profesional, con centros de alto rendimiento y jugadores contratados. También creció el Seven, participando de otro hito histórico como los Juegos Olímpicos de Río 2016. Fueron dos décadas que pasaron como un tren de alta velocidad.
El nivel del seleccionado puede reseñarse en al menos los dos equipazos que es posible formar con quienes lo integraron en este tiempo. Veamos: Roncero/Ayerza, Ledesma/Creevy, Scelzo/Figallo; Ignacio Fernández Lobbe/Petti, Albacete/Lavanini; Matera/Ostiglia, Juan Fernández Lobbe/Kremer, Longo/Senatore; Pichot/Cubelli, Sánchez/Quesada; Imhoff/Albanese, Contepomi/Hernández, Bosch/Tiesi, Camacho/Delguy; Corleto/Tuculet. Quedan incluso jugadores para armar un tercer XV también de alta gama.
En el recorrido de estos 20 años, los clubes siguieron siendo el gran soporte y la base de la pirámide. Sin embargo, muchas veces han quedado en el furgón de cola de ese tren. El hecho de priorizar el alto nivel y el negocio debilitó la competencia interna y no atendió las dificultades por las que atraviesan –agravadas por la pandemia– un importante porcentaje de clubes. Lo que se dice por lo bajo en varios lugares del país, la Unión de Tucumán lo expresó en su última carta de un modo claro y rotundo. Habrá que ver cómo se afronta esa realidad como la que también vive aún el rugby con sucesos que, más allá del odio reinante, lo llevan a estar en boca de la sociedad, y no por buenas razones, precisamente.
No sólo la Argentina tendrá a partir de 2021 desafíos de alta exigencia, sino la World Rugby, ya que empezaron a aparecer algunas consecuencias de la carrera profesional. Hay aroma de que se llegó a un límite. En ese sentido, lo mejor que puede augurar el año que está por empezar y sobre todo después del que pasó, es que la hoja estará en blanco.
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