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Los Pumas tienen su búnker en la casa embrujada: los fantasmas de Marcelo Bielsa en 2002
El inodoro era un tema de conversación en el J-Village. Y no se trataba de un virus intestinal que tuviera a mal traer al plantel argentino, sino de su tabla térmica y de los chorritos incorporados de agua y aire que funcionaban como un bidé. Todo en uno. Una curiosidad que se transformaba en trampolín para las bromas. Todas las crónicas comenzaban con Naraha-Hirono. Era la manera de ofrecer una precisión geográfica, porque el complejo deportivo estaba enclavado entre esos dos pequeños poblados. De tan pocas cuadras que el centro de entrenamiento que la Federación Japonesa de fútbol le había cedido a la AFA era mucho más grande que los dos pueblitos juntos.
La casa de la Argentina en la Copa del Mundo de Japón era una gigantesca reserva, como un parque nacional con todo el confort que podía imaginarse en 2002, sí, hace casi dos décadas. Solo era posible recorrerlo en auto, por caminos impecablemente asfaltados que serpenteaban entre canchas perfectas, jardines de azaleas y árboles de todo tipo que cubrían las laderas. Había una salida hacia la playa de Iwasawa, desértica de cara al Pacífico, a la que a veces iban a matear Germán Burgos, Almeyda, Batistuta y Chamot.
La excursión albiceleste se extendió entre el 17 de mayo y el 14 de junio. Mucho menos de lo imaginado, porque la selección había llegado como candidata al título y ni atravesó la primera rueda. Entonces, nadie podía imaginar que tantos años después el complejo volvería a alojar a una selección argentina, ahora, a los Pumas en la antesala de un nuevo Mundial. Mucho menos, que se trataría de otro predio, aunque en el mismo lugar. Ya no es aquel que se inauguró en 1997, por el que trotó Marcelo Bielsa, en el que durmió algunas noches Julio Grondona, y el que ocuparon unos chiquilines Javier Mascherano, Pablo Zabaleta y Leonardo Pisculichi, que viajaron como sparrings junto con otros once pibes. Mascherano cumplió allí los 18 años, y lo sorprendieron Batistuta, Ayala y Zanetti con una torta.
El nuevo J-Village encierra un legado: la superación japonesa. Tras el devastador terremoto y tsunami en marzo de 2011, varias explosiones de hidrógeno destruyeron los reactores 1, 3 y 4 de la Central Nuclear Fukushima Daiichi..., a 20 kilómetros del J-Village. La expansión de la radioactividad obligó a evacuar, en parte o totalmente, ciudades, aldeas y más de 160.000 personas tuvieron que abandonar sus casas. Destrozos, horror y 4100 muertos. El J-Village entonces se convirtió en centro de operaciones, en un inmenso estacionamiento a cielo abierto para las unidades que salían a combatir la contaminación de la central o a recoger los escombros de las ciudades vecinas. En las semanas inmediatas al desastre, las inmediaciones del complejo se cubrieron de viviendas prefabricadas.
La reconstrucción, naturalmente, mejoró al J-Village. Lo modernizó. Hasta cuenta con un campo techado ahora. El horror lo surcará siempre: la web de la villa deportiva actualiza diariamente el índice de radiación en el aire. Para Japón, hoy el complejo reviste un valor simbólico, un motivo de orgullo y memoria: desde allí saldrá el 26 de marzo del año próximo la antorcha olímpica para recorrer Japón, antes de llegar a Tokio el 24 julio.
Después del tsunami de 2011 fue reconstruido el J-Village. Desde allí saldrá el 26 de marzo del año próximo la antorcha olímpica para recorrer Japón, antes de llegar a Tokio el 24 julio.
En aquel junio de 2002, los inflexibles y puntillosos custodios eran parte del paisaje. Vestidos con llamativo uniforme celeste chillón, 20 integrantes de la Policía Pública de Naraha se mezclaban con otros 65 hombres, uniformados éstos de color verde igualmente llamativo y la sigla OHK en sus gorros y brazos. Se trataba de una organización privada de seguridad Ozeki Keibi, contratada especialmente por el J-Village en la ciudad de Koriyama, a una hora del predio. Les tocaba una misión de alto riesgo: lidiar con el grupo de periodistas argentinos, una recortada pero seguramente para ellos ruidosa y desobediente delegación.
Había pocos sectores accesibles para los periodistas. Uno de ellos era el gimnasio cubierto, donde se realizaban las conferencias de prensa. Allí, las paredes estaban decoradas de lado a lado por 74 cuadros realizados por los alumnos de los colegios de la zona con un tema único: la selección argentina. "Vamos, vamos Argentina" parecía la consigna que mejor habían aprendido en español, al menos era las más repetida. Como los dibujitos con Batistuta y Verón de protagonistas. Detrás, en el orden de las preferencias aparecían Burgos, Sorin, Caniggia y hasta un jugador identificado con el número cuatro que se parecía a Nelson Vivas..., que se había perdido el Mundial por la rotura de los ligamentos.
La distribución de las habitaciones, todas en el cuarto piso -el cuerpo técnico estaba en el tercero y el resto de la delegación, en el segundo- permitía conocerlos mejor: Burgos-Cavallero (la única que se repitió de Francia 98), Gustavo López-Simeone, Batistuta-Pochettino, Samuel-Aimar, Crespo-Sorin, Ortega-Placente, Almeyda-Gallardo, Chamot-Bonano, Claudio López-Husain, Ayala-Zanetti y Verón-Kily González. Claudio Caniggia estaba solo. Los más difíciles de despegar de la cama para el profe Luis Bonini y el utilero Marcelo Dalto, que lo ayudaba en la titánica tarea, eran Aimar y Gallardo. Los más madrugadores, Burgos y Pochettino.
La pieza más divertida, sin discusión, tenía por animadores al Kily y a Verón. Y en la más silenciosa estaban Samuel y Aimar. Sorin había acomodado sus libros, entre ellos, uno del guatemalteco Monterroso y otros de cuentistas brasileños. Cavallero repasaba a diario los apuntes que se había llevado porque en agosto tendría que rendir en Vigo tres finales para completar el primer año del curso de director técnico.
La alimentación no les traía trastornos ni nostalgia. Hasta asados hubo: la carne llegaba procedente de Australia y el cocinero Diego Iacovone se encargaba. El mismo cocinero por estos días de la selección. ¿Algún sobreviviente más? Sí, el masajista Marcelo ‘Dady’ D’Andrea, hoy, además, un cómplice que también hace las veces de guardaespaldas de Messi. ¿Messi? Con 15 años, andaba en Barcelona con sus tratamientos hormonales.
Las ruedas de mate marcaban el pulso en la intimidad. Como la música, con los grupos Ráfaga y La Nueva Luna en el top de Orteguita, Gallardo y Verón. También sonaba algo de salsa y estaba el rincón rockero que animaban Burgos, Sorin y Pochettino. Ante el impenetrable idioma japonés, los jugadores disfrutaban de al menos un canal de habla hispana, que les llegaba por el canal 11 del control remoto.
Las comunicaciones cambiaron tanto desde entonces... No servían los celulares propios y muchos alquilaron líneas japonesas a través de los voluntarios del J-Village. La gran vedette era Internet y navegar por la red algo fabuloso que no estaba al alcance de cualquiera. Solo seis habían llevado computadoras portátiles, los cibermaníacos Batistuta, Ayala, Simeone, Sorin, Pochettino y Zanetti. Para entenderlo mejor: ‘Coco’ Ventura, a cargo del departamento de prensa, todos los días bajaba de Internet los diarios argentinos y armaba 20 juegos de fotocopias que los jugadores consumían cuando llegaban al vestuario.
Un par de filmadoras, decenas de películas en DVD y algunos cassettes de ‘El Show de Videomatch’ servían también para combatir el encierro. Y los juegos: Batistuta arrasaba en el truco, Gallardo era invencible en el pool, Almeyda y Pochettino eran los magos del ping pong... La excursión se derrumbó muy pronto después del empate 1-1 con Suecia. "El fútbol, a veces, es desobediente con los merecimientos. Nada de martirio porque la tranquilidad de conciencia es propia de los hombres nobles", les dijo Bielsa a sus jugadores en la despedida, entre paredes llenas de angustia, en una mañana plomiza y lluviosa que desafiaba la bien entrada primavera en Japón. En definitiva, la vigilia resultó más larga que el período de competencia. Una huella que los Pumas buscarán borrar de un zarpazo.
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