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Lo que Aitor Otaño y Pochola Silva dejaron como legado a los capitanes de los Pumas
Conmueve en estas horas en las que la tristeza todavía sobrevuela. Es un video de 2015, cuando se cumplieron 10 años de la muerte de Bernardo Aitor Otaño. Héctor “Pochola” Silva agradece a la gente de Pucará que lo haya convocado para el homenaje y, pinta de galán y voz firme, declara: “Fue mi capitán. Al capitán se lo escucha. El capitán puede decir muchas palabras, pero las de Aitor siempre fueron positivas, siempre fueron palabras para ir para adelante, palabras buenas, y ese conjunto de palabras fueron las que formaron nuestra caja de carácter en los Pumas del ’65. Yo lo escuchaba porque era nuestro referente, el que influyó en mi vida. Gracias, Aitor Otaño. Pronto nos veremos”. Aitor y Pochola fueron los dos primeros capitanes que tuvo el seleccionado argentino bajo la era de los Pumas, los que tomaron la posta de quienes los precedieron en la veintena de partidos anteriores a 1965 y los que terminaron de moldear un símbolo infinito. Ser Puma es un sueño cumplido; ser capitán de los Pumas es un honor.
Las vidas de Otaño y Silva se cruzaron en 1964, en la gestación de la gira a Sudáfrica del año siguiente. Hasta entonces, el seleccionado argentino nunca había salido de Sudamérica, desde su primer test, en 1910 ante un combinado británico precursor de los Lions. En el ’64 Aitor ya era el capitán del seleccionado y Pochola llegaba sin antecedentes, pero recomendado por algunos que lo habían visto jugar por Los Tilos en el ascenso. En los entrenamientos y en Sudáfrica fueron armando una relación que los tuvo juntos en los Pumas como jugadores y entrenadores. Pero siempre que se refirió a Otaño, Silva lo mencionó como “mi capitán”.
La clase de jugador y su don de liderazgo, acompañados por el hecho de que Aitor ya había pasado los 30 años, convirtieron a Silva en el nuevo capitán de los Pumas en 1968. Y bajo su estela el equipo venció y empató con Gales en dos tremendos duelos en la sección Jorge Newbery de Gimnasia y Esgrima.
Tres años después, Silva tomó la decisión de ser él quien le dijera a Otaño que no tenía lugar en el XV. Paradójicamente, sucedió en Pretoria, a 65 kilómetros de Johannesburgo, la ciudad donde ambos habían hecho historia el 19 de junio de 1965, doblegando a los Junior Springboks. Fue una foto de aquella caja de carácter a la que se refería Pochola cuando homenajeaba a su capitán.
Ése fue el legado sempiterno que dejaron Aitor y Pochola para la capitanía de los Pumas. Uno de los jugadores que debutaron en el seleccionado en 1968 escribió el lunes: “Pochola, vas a ser siempre nuestro capitán desde el cielo”. Porque como sostuvo Hugo Porta el año pasado en LA NACION, “a la capitanía te la dan los dirigentes, pero te la refrendan tus compañeros”. Silva siempre hizo hincapié en esa condición: “No van a recordarte por tu currículum, sino por cómo fuiste como persona”.
Agustín Pichot, Agustín Creevy y Pablo Matera, herederos de esa condición de capitán, a la que han accedido apenas treinta y tres jugadores en toda la historia del seleccionado, lo recordaron con especial cariño. Porta no pudo ni hablar, quebrado por la tristeza y el llanto. Platense como Silva, Creevy salió a jugar por London Irish con una cinta que decía “Pochola”. Maravilloso gesto.
Gente de Pucará formó en 2005 un grupo llamado “Los Amigos de Aitor”. Sus integrantes se reúnen todos los fines de año para cenar, y cada vez invitan a Pumas de distintas épocas. A la última comida fue Pochola. A una silla de distancia estaba Aitorcito, el hijo mayor del capitán del ’65. Nada es casualidad.
Aitor y Pochola ya deben de haberse reencontrado en un abrazo. Estarán en la cabecera de la gran mesa del cielo del rugby, con el Pato García Yañez, “Papuchi” Guastella, Alberto Camardón, el Alemán Schmidt, el Negro Poggi, Marcelo Pascual, el Mono Scharenberg, Héctor Goti, Willie McCormick y el Nono Anis, reviviendo la gira del ’65, el inicio de los Pumas. Estarán riendo, seguro. Y festejando lo que vivieron.
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