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Lesiones cervicales en el rugby: qué se puede hacer para evitarlas y la comparación entre la Argentina y otros países
El rugby está consternado por la muerte de Lucas Pierazzoli; la jugada desafortunada y el trabajo para evitar más casos
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La noticia es abrumadora. Un joven jugador, una buena persona, murió por una lesión en la cancha. La tristeza y la impotencia lastiman al deporte argentino. El primer impulso es querer entender por qué. Lucas Pierazzoli, de 28 años, falleció el domingo por la noche luego de sufrir un golpe en una desafortunada jugada durante el partido entre Hurling y Sitas por uno de los torneos del ascenso de la URBA.
¿Se podía haber hecho algo para evitarlo?, ¿son tan comunes esta lesiones en el rugby?, ¿en todos los países ocurre lo mismo? No todas las preguntas, aunque sean lógicas, tienen una respuesta sencilla. Al menos no esta vez.
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Mario Larraín fue el médico de los Pumas entre 1994 y 2007, director de alto rendimiento hasta 2013 y actualmente es vocal titular de FUAR, la fundación que ayuda a los rugbiers que tienen accidentes graves o no poseen cobertura médica para enfrentar la recuperación. Con el dolor aún latente, pide respeto, y habla con cautela. “Estoy consternado. Miré el video con varios jugadores y exjugadores de los Pumas. Fue una desgracia absoluta. Algo realmente increíble. Uno ve la forma en la que entra en el contacto y… no lo sé. Podría ser que al caer..., puede haber caído sobre la pierna de un rival. No puedo dar una explicación sin tener imágenes más claras, con más detalles. Pero en principio creo que es algo que excede a los riesgos del juego en sí, como puede ser que ocurra en el scrum o en el ruck. Fue la caída. Uno piensa: ‘¿Cómo evitar esto?’. Porque no es que algo estuvo mal hecho o que se haya cometido una violación reglamentaria…”.
En 2016 todas las alarmas se encendieron en el rugby argentino. En menos de dos meses, tres jugadores tuvieron lesiones cervicales similares. Federico Bocelli (17 años), de Tala; Jerónimo Bello (23), de SIC, e Ignacio Maeder (23), de Duendes, padecieron lesiones en la columna vertebral. Hubo, en esos casos, un punto en común: el scrum.
La formación que es una parte fundamental del juego y especialmente en el rugby argentino, fue modificada en el ámbito local. La UAR intervino y decidió limitar a un metro y medio el empuje en esa acción.
“En su momento particular se tomó una medida que estuvo bien –explica Larrain-. Se debe seguir trabajando. Se debe llegar a un sinceramiento en la forma de jugar el scrum. A una mejoría en las técnicas y a una mejor compresión de la situación para evitar el riesgo. Que no haya cruces o situaciones ‘borderline’ en el reglamento, para obtener una ventaja en la disputa deportiva. Con el trabajo del grupo de la UAR, con Rugby seguro y todo el rugby en conjunto se ha mejorado eso”.
En 2009, Felipe Gutiérrez O’Farrell, de CUBA, sufrió la fractura cervical de nivel C5/C6 luego de un movimiento muy común por esos tiempos en el ruck. La jugada, conocida como “la casita”, en la que el rugbier ponía su cabeza sobre el compañero que estaba en el piso para curbir la pelota con el cuerpo y evitar el ingreso de los rivales. Un año antes había muerto Juan Cruz Migliore en un movimiento similar. El rugby argentino decidió prohibir ese accionar. Y más tarde la medida se tomó en todo el mundo. Ahora, el reglamento indica que el jugador nunca puede poner la cabeza por debajo de los hombros cuando se agacha para defender un ruck.
El rugby realiza permanentes cambios para disminuir los riesgos. Y es muy estricto en esa búsqueda. Hay muchos ejemplos. Como el conocido “tackle ascensor”, una jugada que era muy celebrada por los fanáticos, porque demostraba la bravura del juego. El tackleador elevaba al portador de la pelota y lo lanzaba contra el piso. Ya no se verá nunca más algo similar, porque se penaliza con tarjeta roja.
O las cargas cuando un rival está en el aire. Si hoy ocurre algo similar hay dos posibilidades: si el tackleado golpea con la cadera en el piso, el tackleador recibirá tarjeta amarilla. Si golpea con el torso o la cabeza, será roja.
La lesión de Pierazzoli no puede compararse con ninguna de las situaciones descriptas hasta aquí. No parece existir modificación reglamentaria que hubiera permitido evitar la tragedia.
El Puma Pablo Garretón, neurocientífico, también quiere ser prudente al hablar. “No tengo la evidencia suficiente para dar una opinión. Solo estar presente y pedirle a Dios por esta familia queridísima”, aclara sobre el caso Pierazzoli.
Como hombre de rugby que fue, sabe todo lo que se intenta para evitar los riesgos. “Hay mucho más rugby que hace 30 años, por eso tal vez suben algunos de los números por la mayor cantidad de juego. Pero en el porcentaje, los índices son menores. Los trabajos para bajar el riesgo que se han hecho dieron resultados”.
Y con la intención de poner las cosas en perspectiva, analiza: “El rugby tiene mucha fricción física. Por la naturaleza del deporte siempre ha habido lesiones. Y no es por justificar, pero en el fútbol ocurrió hace poco lo de este chico de Dinamarca que tenía miles de estudios realizados (N. de la R.: Christian Eriksen se desplomó en pleno partido de la Eurocopa por un problema cardíaco). Cuando se practica un deporte siempre hay un riesgo. Existen índices de patologías ocultas. La medicina no llega a cubrirlo todo”.
A nivel internacional, la preocupación por desarrollar un juego cada vez más seguro fue más allá de los partidos. Hace dos semanas World Rugby envió a todas las Uniones miembro un comunicado en el que recomienda la limitación de los contactos en los entrenamientos. Lo redujo a 15 minutos por semana de contacto pleno, 40 minutos en secuencias de contactos controlados (uso de escudos para evitar el cuerpo a cuerpo y a velocidad moderada) y 30 minutos en formaciones fijas (scrum o maul).
“Muchas veces el impulso es buscar un culpable, pero el fondo no siempre lo hay -reflexiona Garretón-. Respecto de mi época (jugó entre 1984 y 2002), las medidas evolucionaron. Todo está más cuidado y es más seguro. Si algo aprendimos durante esta pandemia es que no se puede dejar de vivir para no morir. Y si lo pienso en ese sentido, no podemos dejar de jugar al rugby por temor. Tenemos que seguir pensando en buscar las formas de disminuir los riesgos, escucharnos, no enojarnos y ayudarnos”.
Los estudios
Existen muchos estudios a nivel internacional que buscan detectar qué tipo de acciones están más vinculadas con las lesiones cervicales en el rugby. Se trata de un traumatismo específico de este deporte.
El creciente número de casos entre 2008 y 2012 en el rugby juvenil escocés (seis casos en cuatro años) motivó un estudio en Gran Bretaña. Se concluyó que desde 1996 y hasta 2012, sólo entre menores de 19 años, se produjeron 36 lesiones en la columna: 10 en Escocia, 14 en Irlanda y 12 en Inglaterra y Gales. El promedio de edad de los rugbiers afectados fue de 16,2 y de los 36 casos, 16 tuvieron pérdidas neurológica completa, 9 presentaron lesiones neurológicas incompletas y 11 lesiones cervicales sin daño medular. El 92% de los casos se produjeron en el scrum.
En la Argentina se hizo una investigación en la que participaron el departamento de neurología de Fleni, la UAR, el CEBES (Centro de epidemiología, bioestadística y salud pública) y el departamento de neuriciencias de la Universidad de Calgary, de Canada.
Desde 1965 y hasta 2017, en nuestro país hubo 33 rugbiers con lesiones cervicales. El estudio indica: “Todos los jugadores lesionados jugaban en forma amateur. El 75% realizaba un entrenamiento especializado durante un promedio de 7 horas por semana (entre 2 y 18). En cuanto a la posición, 23 de los 32 deportistas jugaban como forwards (74%), de los cuales 11 ocupaban la posición de hooker, la posición más riesgosa. Entre las situaciones del juego, el 50% de las lesiones se produjeron durante el scrum; el 22%, en situaciones de tackle; el 19%, durante el ruck y el 9% restante, en otras situaciones no especificadas”.
El objetivo de las búsquedas siempre es el mismo, mejorar la seguridad. Las metodologías no siempre son idénticas. Pero pueden mencionarse, en los últimos 25 años, varias investigaciones alrededor del mundo con la intención de prevenir las lesiones cervicales en el rugby.
En Australia, un estudio realizado en 2010 por la Unión de rugby local, con objetivos similares al del Fleni, indicó: “Noventa jugadores sufrieron lesiones en el cuello. El tiempo de exposición se calculó sobre 31.143,8 horas de juego (12.863,8 horas de partido y 18.280 horas de entrenamiento). La incidencia de lesiones en el cuello fue de 2,9 lesiones/1000 horas-jugador. El 69,3% de las lesiones de cuello fueron menores; el 17%, leves; el 6,8%, moderadas, y el 6,8%, graves”.
En el rugby de Francia se hizo un estudio muy específico entre las temporadas 1996/97 y la 2005/06. Arrojó los siguientes resultados: “En ese período hubo 37 casos de lesiones ‘catastróficas’ de la columna cervical. Las tasas de lesiones mostraron una disminución. Fueron de 2,1 por cada 100.000 jugadores por año durante la temporada 1996/97 a 1,4 durante la temporada 2005/06″. En lapsos similares, una investigación del Centro Nacional de Biotecnología de Irlanda detectó 11 lesiones cervicales entre 1994 y 2005.
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