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La final del Mundial de rugby 2023: la reedición del choque del 95, que celebró la Sudáfrica de Mandela contra la Nueva Zelanda de Lomu e inspiró un libro y una película
PARÍS.- Con el de mañana, Sudáfrica y Nueva Zelanda se habrán repartido las últimas cuatro Copas del Mundo, pero la que se jugará en el Stade de France en unas horas será recién la segunda final entre ambos seleccionados. La primera, en 1995, fue la más importante de todas las que se disputaron en estas diez ediciones porque fue la que trascendió al rugby y, además, se transformó en un hecho político que mereció un libro y una película. La de este sábado en París promete ser la más espectacular en cuanto a juego, pues se enfrentan dos estilos que dominan al rugby y, por si fuese poco, el ganador será el primero en alcanzar las cuatro consagraciones de la William Webb Ellis.
El Mundial de 1995, el primero jugado por Sudáfrica, tuvo dos actores principales: Nelson Mandela y Jonah Lomu. El presidente sudafricano, el símbolo de la enorme mayoría negra y preso durante 27 años por el régimen que representaba a la minoría blanca, entendió que el Mundial iba a ser una herramienta significativa para su sueño de unidad en el país. A través del rugby evitó un baño de sangre. Lomu, en tanto, cambió al rugby con su aparición fulgurante. Tenía apenas 20 años en 1995 y desde una de las puntas de los All Blacks trituraba a cuanta defensa se le opusiera. El prototipo del wing pequeño, delgado y veloz quedó sepultado por esa masa de músculos que no sólo corría rápido, sino que era hábil y aplastaba a sus rivales, como lo había hecho en la semifinal con el inglés Mike Catt, al que literalmente pasó por arriba.
Los dos llegaron invictos a la final de 1995 (a la de mañana arriban con una derrota cada uno) pero los All Blacks eran netamente favoritos. En la semifinal habían aplastado a Inglaterra, mientras que los Springboks superaron con angustia y varias ayudas extras a Francia. Además, los sudafricanos recién se habían unido a la competencia internacional dos años antes a raíz del boicot internacional se les había impuesto por su régimen de apartheid.
Pero los Boks tenían todo un país atrás. El sueño de Mandela, que 24 años más tarde se reafirmó con un negro, Siya Kolisi, levantando en Japón 2019 la misma copa que en el 95 alzaron Mandela y Francois Pienaar. Mañana, Kolisi, con un plantel mezcla de blancos y negros, puede repetir la hazaña.
Aquella final de 1995 tuvo absolutamente todos los condimentos. El escritor inglés John Carlin la llevó a un libro (El factor humano) y el brillante director norteamericano Clint Eastwood la trasladó al cine (Invictus) con Morgan Freeman en el papel de Mandela y Matt Damon en el de Pienaar. Pero también tuvo el costado polémico, porque hubo un caso nunca confirmado sobre que los jugadores neozelandeses habían sido indigestados antes del partido por Suzie, una camarera del hotel que sólo trabajó ahí dos semanas. El episodio se conoció como el “Suziegate”.
El dilema sudafricano previo a la final era cómo frenar a Lomu. Una empresa de bebidas alcohólicas había prometido 100 dólares por cada tackle que le asestara un jugador. Cuando los colaboradores le dijeron a Mandela en esa semana que los All Blacks tenían un arma decisiva con Lomu, el presidente sudafricano se quedó pensando. La imagen la retratan Carlin y Eastwood. Cuando ingresó al césped del Ellis Park con la gorra de los Springboks para saludar a los jugadores antes de la final –y en medio de la inesperada ovación de los blancos- Mandela fue dándole la mano a uno por uno pero cuando llegó a Lomu se detuvo y fue al único que le habló: “Hola, Jonah. ¿Cómo va?”. El gigante maorí se quedó helado. Más tarde recordaría que esa imagen le costó quitársela de la cabeza durante la final.
“Un equipo, un país” fue la consigna con la que los Springboks fueron recorriendo el Mundial de 1995. Por eso, en la final los All Blacks se enfrentaron a mucho más que un equipo. Estaban jugando contra una nación. Ya en el momento del haka, los sudafricanos se plantaron cara a cara. A medida que la danza maorí iba in crescendo los jugadores de los Boks se les iban acercando. El gigante Kobus Wiese los desafió sin moverse, mirándolos fijo, sin demostrar miedo. Otro segunda línea, el neozelandés Robin Brooke, terminó desecajado, fuera de si. Ya en ese instante, los Boks ganaron la primera batalla. A los All Blacks se los notaba nerviosos, fuera de foco.
El partido fue discreto, una final sin tries, la primera que se definió en tiempo extra. Ninguno de los dos arriesgó. Sudáfrica porque tenía menos armas, los All Blacks porque estaban atados. Todos los errores que no habían cometido en todo el torneo los hicieron en la final. Fue un duelo de pateadores entre los dos aperturas, Joel Stransky y Andrew Merthens. El All Black anotó a los 5 minutos y a los 13. El Springbok lo hizo a los 10 y a los 22. Antes, Stransky anotó un drop a los 31 y Merthens otro a los 55. Los 10 últimos minutos fueron de extremo suspenso. El que se equivocaba, perdía.
Con el resultado 9-9 fueron a jugar el tiempo extra. Allí, los Boks lucieron más enteros, más concentrados y con más hambre de gloria, pero los All Blacks tuvieron dos veces la victoria en las manos. Primero cuando a los 3 minutos del adicional, Merthens anotó otro penal. Pero cuando terminaba el primer tiempo extra, Stransky volvió a empatar con otro penal.
El dramatismo en el segundo tiempo se extendió. Un empate le daba el título a los All Blacks por mejor conducta a lo largo del campeonato, así que a los Boks no les quedaba otra instancia que definir el partido en los 10 minutos que restaban. El 10 de los de negro casi lo define con un drop, pero fue por esa vía que la Webb Ellis marchó para el lado sudafricano. Despues de un scrum, Joost van der Whestuizen abrió la pelota rápido para Stransky y el 10, desde 60 metros, anotó un drop espectacular que voló por el cielo de Johannesburgo.
No hubo tiempo para más y cuando el inglés Ed Morrison decretó el final, las 65 mil personas presentes en el Ellis Park más millones en las calles desataron una fiesta nunca antes vista en el deporte sudafricano. Cuando Mandela entró de nuevo con la camiseta de los Springboks y una gorra de criket el estadio estalló en una ovación. La foto de Pienaar levantando la copa con Mandela sonriendo al lado es la más icónica en la historia del rugby.
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