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Gareth Edwards y Barry John, los mejores medios que no pensaban en la fama
Barry John se disponía una mañana de abril de 1972 a ingresar a un banco en el centro de Cardiff. Cuando estaba por entrar, un joven le hizo una reverencia. John tenía 27 años y era la gran estrella del rugby mundial, quizá la primera que dio este deporte. Era el mago, el rey. “The King Barry”, como lo habían bautizado los neozelandeses. Al volver a su casa, el apertura de aquel Gales fabuloso se sintió incómodo. Si siempre había tratado de esquivar la fama, ese gesto lo había superado. A las pocas horas anunció su retiro. Nunca más jugó. Desde aquel momento se transformó en una leyenda. Se fue tan rápido como brilló.
Gareth Edwards y Barry John formaron quizá la mejor pareja de medios de la historia. En el seleccionado de Gales y en los Lions dieron cátedra. Edwards era rápido, vivo, con gran lectura del juego y con un pase formidable; Barry John jugaba en el aire y con el pie colocaba la pelota donde él quería. Edwards siguió jugando y prácticamente completó aquella década fastuosa de 1970. Después de John tuvo a otro gran socio, Phil Bennett.
El rugby internacional de los 70 no tuvo quizá un gran juego, pero sí figuras que transformaron este deporte. Muchas de esas glorias se están yendo. Hace unos días partió JPR Williams, socio desde el fondo de la cancha de ese eje galés 9-10. El domingo se fue Barry John, a los 79 años. La corta carrera internacional del Rey Barry incluyó 25 tests para Gales, dos títulos en el 5 Naciones (1969 y 1971) y, su consagración, la gira de los Lions de 1971 por Nueva Zelanda. Los All Blacks, que eran imbatibles en su tierra, quedaron deslumbrados por la que hasta hoy está considerada una de las actuaciones individuales más determinantes de la historia (aunque nuestro Hugo Porta, un eslabón de Barry John, ha tenido varias semejantes jugando para los Pumas).
Esa serie con los All Blacks, ganada por los Lions (dos triunfos, un empate y una derrota), tuvo a un Barry John indomable. Marcó 30 de los 48 tantos en las dos victorias, y en la segunda, clave para torcer el duelo, anotó un try, un drop y dos conversiones. “¿Cómo se tacklea a un fantasma?”, se preguntó el fullback William McCormick después de enfrentar a ese artista de patillas y flequillo hacia el costado. Esos partidos de 1971 fueron seguidos por millones de británicos a través de la TV. Al regreso de los Lions, la BBC hizo una encuesta sobre las personalidades más importantes: Barry John quedó tercero, después de la princesa Ana de Inglaterra, y de George Best, el wing de Manchester United que adentro de la cancha –no afuera– era un calco del 10 del rugby galés.
Una vez que se retiró, Barry John regresó a su lugar de nacimiento, Cefneithin, un pueblito minero de pocos habitantes. Disfrutó de sus cuatro hijos, sus nueve nietos y se alejó del rugby. En 2009 vendió todas sus pertenencias vinculadas al rugby. “Un Mozart incomprendido”, como lo definió el periodista español Fermín de la Calle.
En 1999, en ocasión de la inauguración del Mundial de Gales, se unió a todos sus ex compañeros –Edwards, los Williams, Gerald Davies– y a otras glorias para dar una vuelta olímpica mientras desde las pantallas se mostraban imágenes de aquel equipo y del try de Edwards a los Barbarians –el Rey Barry ya se había retirado– bajo la ovación de la multitud. Fue uno de los momentos más emocionantes de esa Copa. Al día siguiente, apareció en el Cardiff Bay Hotel, donde paraban los Pumas. Entró en el bar como pidiendo permiso y este cronista pudo charlar unos minutos con él. “Los Pumas tienen que atacar más, como lo hace ese chico Albanese (Diego)”, sentenció.
Su último test fue en Cardiff ante Francia (20-6) en el trunco 5 Naciones de 1972, en el que los equipos se negaron a viajar a Irlanda por los hechos de violencia que desembocaron en el Bloody Sunday. Gales debía ir a Dublín en la última fecha a intentar otra corona, pero la Unión decidió no ir, por lo cual la carrera de la primera gran estrella del rugby culminó aún más antes de tiempo. En 2014 ingresó en el Salón de la Fama de World Rugby. Una mueca del destino para alguien que dejó el rugby por no soportar, precisamente, la fama.
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