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El rugby paga hoy por ser un deporte para “superhumanos”, mientras mira siempre de reojo qué cambios reglamentarios realizar
Hay un consenso mayoritario de que al fútbol, el deporte más fácil de entender, y por eso el más popular y apasionante, lo han complicado con tantos actores externos que se fueron agregando en estos últimos años. Los hinchas ya no saben cuándo tienen que festejar o no un gol, cuándo es penal o no o cuál es el árbitro que manda, si el que está en la cancha o en una cabina. El deporte ha cambiado drásticamente en este nuevo siglo: cada vez más cámaras, más datos, más metadatos, más especialistas, más nuevos ricos, más aplicaciones, más exposición. Más, más y más. Más músculos, más velocidad, más precisión. Más espectáculo, más show, al fin y al cabo. El rugby no escapó a ese escenario, que en su esencia lleva un agregado fundamental a este panorama: es un deporte de contacto.
Quizá como pocos el rugby cambió su reglamento en las últimas décadas. De hecho fue uno de los precursores en la utilización del VAR (video-ref). Cada dos o tres años se introduce alguna variante. Podría decirse que salvo las anotaciones, todo lo demás tuvo alguna modificación. Sin embargo, no parece ser suficiente. Las lesiones y las secuelas que producen los golpes son temas que están cada vez más en el tapete, mientras que por otro lado, el juego, salvo excepciones –con Nueva Zelanda como estandarte– es cada vez menos vistoso, más físico, con situaciones casi contra natura –la figura del pescador, por ejemplo– y con más avances en las defensas que en los ataques. El reglamento está en la mira constantemente.
Los más críticos y los más fatalistas consideran que el reglamento actual hace del rugby un juego peligroso. Hay que mirar la película completa. Basta con buscar videos de partidos de hasta no hace mucho: pisotones a granel (un lema era: todo lo que está en el piso es pasto), tackles al cuello, hombrazos a la cabeza, tackles al estilo zancadilla (o sea, sin cerrar los brazos), levantar a alguien de un tackle y clavarlo de cabeza en el piso, ir a golpear al rival en el aire cuando esperaba la pelota. Ni hablar de las bataholas de todos contra todos. Todo eso existía y hoy el reglamento no lo permite.
Lo que ha ocurrido es que el rugby se convirtió en un deporte de superhumanos. Al menos en el alto rendimiento –profesional y amateur– ya no es para cualquiera. Hay que estar muy entrenado especialmente en el cuerpo. Entonces, los choques, y por ende los golpes, son mucho más fuertes y contundentes que antes. Los físicos son los que cambiaron, y a los que deciden el reglamento se les presenta la encrucijada de cómo evitar esas situaciones. Las denuncias por daños cerebrales irreversibles que se vienen acumulando en los últimos meses, especialmente en el Reino Unido, contra autoridades de Uniones y clubes ponen al rugby contra las cuerdas. Ante esta situación, la World Rugby determinó limitar los minutos de contacto en los entrenamientos durante la semana. Pocos creen que sea de sencillo cumplimiento. Se verá. Porque, además, como en el mundo de los poderosos, nadie quiere resignar nada.
¿Y en la Argentina? El recordado Alejandro Conti decía que aquí los amateurs jugaban con reglamentos hechos para profesionales. No le faltaba razón. La UAR tomó medidas con el scrum. En juveniles recién este último fin de semana se empezó a empujar hasta un metro y medio. Hasta ahí, este año, fue tira y saca. La polémica es de nunca acabar y todos tienen su parte de verdad. Por un lado aducen que el problema no es el scrum, sino quiénes lo enseñan y lo referean. Que un scrum bien formado es seguro. Por el otro, desde donde también se esgrime la seguridad, lo más importante es que no haya lesionados.
Así como el reglamento se revisa en la World Rugby, en la Argentina no es criticable seguir debatiendo si a nivel de clubes hay capacidad para jugar con las reglas que se utilizan en el profesionalismo. Forma parte también de la esencia formativa y de analizar qué es lo más conveniente para el alto rendimiento. Pero mientras tanto, algo hace ruido si todos duermen en el mismo cuarto.
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