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El rugby, el caso Michael Hooper y la épica de la destrucción
Pioneras, la tenista Naomi Osaka y la gimnasta Simone Biles dieron el primer aviso. Desertaron el año pasado cuando estaban en plena competencia. Ahora es Michael Hooper, un guerrero con 121 partidos en la selección de rugby de Australia. Capitán de los Wallabies desde los 22 años. Hooper renunció a menos de 48 horas del partido que los Wallabies jugaron el sábado pasado en Mendoza contra los Pumas. Podría haber argumentado dolores en un tobillo. O fatiga muscular. No lo hizo. Como Osaka y como Biles, Hooper se animó a hablar de salud mental.
Hooper (30 años, 1,82m, 100kg) venía de un 2021 menos duro, con seis meses de competencia en Japón. Pero el 30 de abril pasado, jugando el Super Rugby para Waratahs (su equipo australiano) sufrió un topetazo tremendo en la cabeza, golpeado por el pilar Hamish Dalzell, gigante de 2 metros del multicampeón Crusaders, de Nueva Zelanda. Debió guardar dos semanas de reposo. Por eso, el 9 de julio siguiente, hubo segundos de pavor cuando Hooper fue arrollado por el pilar Ellis Genge, 121 kilos, a los treinta segundos de iniciado el segundo test match de la serie contra Inglaterra. El video se hizo viral. Genge fue celebrado en las redes. Gladiador.
Hooper se recuperó, pero dos minutos después su compañero Jordan Petaia dejó la cancha con conmoción cerebral. Le siguieron luego los ingleses Mario Itoje y Sam Underhill, ambos también conmocionados. Otros tres Wallabies salieron lesionados. Se sumaron a seis lastimados previos, algunos de ellos en duros entrenamientos, porque Australia quiere volver al podio mundial. Engripado, Hooper jugó igualmente el tercer partido de la serie contra Inglaterra. Ya en Mendoza, los Wallabies tuvieron una nueva baja. El hooker Dave Porecki sufrió conmoción cerebral en pleno entrenamiento. El jueves Hooper comunicó que no estaba en condiciones mentales de jugar contra los Pumas. Y se volvió a Australia.
En el partido del sábado, Quade Cooper se rompió el tendón de Aquiles. Australia se rehízo con un segundo tiempo formidable. “Honramos a un tipo que vació el tanque en cada partido durante toda una década”, dijo el pilar James Slipper, nuevo capitán. “Nuestra victoria pasará con el tiempo, lo que perdurará es el coraje de Hooper al avisarnos que no estaba fuerte”. Slipper habla con conocimiento de causa. En 2018, derrumbado por problemas personales, no habló y se refugió en drogas y alcohol. Lo descubrió un doping de cocaína. “Somos muy buenos para ocultar las cosas”, dijo Slipper. “Este presente, pospandemia”, me dice Alejandro Oneto Gaona, especialista en coaching, “está demoliendo modelos antiguos. Resistir no tiene sentido”.
Hooper (un jugador respetadísimo por su entrega eterna y su bajo perfil) habló de presiones un mes atrás con Hunter Johnson. Una serie de podcasts sobre masculinidad, porque “el suicidio”, dice Johnson, es la principal causa de muerte en los hombres menores de 45 años y una mujer es asesinada en Australia cada semana por su compañero”. “Pedir ayuda” en el rugby era sinónimo de debilidad”, le confió Hooper a Johnson. Hooper contó también que fue él mismo quien se impuso demasiadas presiones y que su actitud comenzó a cambiar hace más de dos años, tras el nacimiento de Charlie Woollen, su primer hijo.
🗣️ Michael Hooper explicó las razones de su baja para el debut de los Wallabies ante #LosPumas de este sábado. pic.twitter.com/1PMat6ua4T
— ScrumRugby (@ScrumESPN) August 5, 2022
Hooper ya vio el caso del segunda línea inglés Ed Slater (34 años, 1,96, 116kg), obligado a dejar el rugby tras un diagnóstico reciente de ELA (esclerosis lateral amiotrófica). Slater llora cuando la periodista de la BBC le pregunta cómo comunicó la noticia a sus tres hijos pequeños. “Solo estar cerca de ellos es una gran fuente de consuelo”, dice Slater, que no es el primer rugbier afectado de ELA. Se suma la demanda colectiva de casi doscientos rugbiers que, como contó Jorge Búsico la semana pasada en LA NACION, acusan a la Federación madre (World Rugby) y a las Uniones locales porque sufren demencia precoz y diagnóstico probable de encefalopatía traumática crónica (CTE), consecuencia, dicen estudios médicos, de los golpes acumulados durante tantos años en la cabeza.
En uno de sus momentos más delicados, el rugby afronta la difícil tarea de modificar reglamentos sin alterar cierta naturaleza del juego. La Unión de Gales, cuenta The Rugby Paper, eligió el atajo. Que los jugadores firmen que asumen los riesgos y se hagan responsables de daños eventuales. Ni la salvaje liga del fútbol americano (NFL) se atrevió a tanto. “Nos sentimos atravesados por el sentido épico del deporte”, escribe el sicólogo Sebastián Blasco en su libro flamante (“Detrás del deportista”, Club House). Épica y “aguante”. Sin lugar para los débiles. Inmortales. Hasta que aparecen las crónicas de estos días en la prensa británica. Jugadores retirados, y con toda una vida por delante, que no recuerdan nombres de esposa o hijos. Dónde queda su casa. Slater cuenta que comenzó a dejarles cuentos grabados a sus tres niños. Antes de que los daños sean más visibles.
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