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El principio del fin del amateurismo: ¿qué pasará con el rugby de clubes?, ¿ya están velándolo?
Argentina, 1985. Mientras el país transitaba la época que tan bien registra la película de Santiago Mitre, los Pumas peleaban por el Oscar del rugby. Con un equipazo, integrado por legendarias figuras en todos los puestos y en la conducción, con Hugo Porta considerado el mejor jugador del mundo y con Eliseo Branca en el XV ideal de la revista Rugby World, una Biblia de este deporte, el seleccionado llenaba el viejo estadio de Ferro Carril Oeste (al año siguiente hubo que mudarse a Vélez porque ya no daba la capacidad) y le ganaba por primera vez a Francia –la mayoría de esos jugadores venía de vencer a Australia como visitante, en 1983– y estuvo a centímetros de doblegar a los All Blacks. Fueron, quizás, las últimas imágenes de los Pumas amateurs –un sábado lucían la celeste y blanca, y al siguiente, las de sus clubes– compitiendo de igual a igual con las potencias.
El primer golpe de una realidad que había cambiado llegó pronto: dos años más tarde, en la primera Copa del Mundo, los argentinos cayeron ante Fiji y Nueva Zelanda y quedaron eliminados en la primera rueda. A fines de los noventas comenzó el éxodo, en 1995 se declaró el profesionalismo y los Pumas sufrieron duras derrotas y goleadas en esa década. La generación siguiente a la de 1985 sufrió los efectos de una transición que tardó años, hasta el Bronce de 2007.
Argentina, 2023. Quizá no sea la fecha precisa, aunque sí la testimonial –probablemente por el escenario, una cancha simbólica del rugby de clubes de una entidad centenaria, y una de las más tradicionales del país–, pero lo vivido el viernes pasado en el CASI, en una de las fechas del Super Rugby Americas, en el encuentro entre Pampas –la franquicia de la UAR– y American Raptors, de Estados Unidos, implicó el comienzo claro y concreto del profesionalismo en el rugby argentino y, por ende, el principio del fin del amateurismo, interpretado por los clubes.
Hay una primera realidad: cuando llega el profesionalismo, lo amateur desaparece. Pasó en el rugby en otros países y pasó en todos los deportes. En el fútbol, en el tenis, en el básquetbol. No se trata de plantear algo apocalíptico, sino una realidad que ya empieza a preocupar en los clubes. “¿Qué hacemos ahora?”, se les escuchó decir en la última semana a integrantes de clubes de Buenos Aires, Rosario y Tucumán.
Hay una segunda realidad: los programas de alta competencia de la UAR funcionan, y muy bien. Hay profesionales aptos en todas las áreas y lo hecho en tan poco tiempo (desde 2009) es excelente en resultados, desde los Pumas –semifinalistas en el Mundial Inglaterra 2015– hasta los Pumas 7s –medallistas olímpicos y ganadores de dos etapas en lo que va del año; un equipo que es un orgullo del deporte argentino por la pasión y por la calidad con la que juega–. También en las estructuras, como las academias. Y en Sudamérica, con Daniel Hourcade a la cabeza, ya que la región tendrá en Francia 2023 a tres seleccionados por primera vez en la historia. Pero si el plan original –con Jaguares– era blindar a los clubes, eso no está ocurriendo.
Cuando desde la UAR plantean que se ocupan de los clubes porque les dieron dinero en la pandemia y ahora los capacitan por medio de Conecta Rugby, sostienen una verdad a medias como la que dice que Agustín Pichot no está metido en las decisiones del rugby argentino porque tiene plena dedicación al proyecto de energía verde de la empresa australiana a la que representa. Conecta Rugby y todas las capacitaciones son importantes, pero apuntan a fortalecer el proyecto de detección de talentos, que es el objetivo principal del plan profesional ideado y organizado por Pichot.
A los clubes les sacan los jugadores y se los devuelven a mitad de temporada, lo que debilita la competencia amateur, por la que la TV (Pichot) paga cada vez menos y a la que le resta pantalla año tras año. Por un lado se escucha “los clubes son lo más importante que tenemos” y por el otro se magnifica casi hasta el desprecio que “los jugadores son libres y pueden hacer lo que quieran” cuando se presenta la discusión alrededor de los 101 deportistas que los clubes argentinos aportan a las franquicias del Super Rugby Americas.
Así como una mente brillante, Pichot, empujó adelante el profesionalismo y el negocio del rugby en la Argentina, faltó en estos tiempos un espejo que defendiera al rugby de clubes, que pudiera –si es que le daban lugar– al menos mostrar otro camino. Carlos “Veco” Villegas decía: “El rugby no es un fin en sí mismo, sino un medio. Un medio para educar y educarse y para relacionarse”. Hoy no es ése el modelo que se pregona desde arriba. Vale preguntarse otra vez: ¿qué pasará con rugby de clubes?
Hace unos años, en un documental sobre el profesionalismo en el rugby, Rob Andrew, ex apertura del seleccionado inglés, fue contundente: “Hay que entender que ya no hay marcha atrás”. Aquí parece lo mismo. Un veterano de mil batallas en el seleccionado y en la dirigencia decía ese mismo viernes, un rato ante del debut de Pampas en el CASI: “A nuestro querido rugby de clubes lo están velando”. Pareció exagerado. Ojalá lo sea.
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