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El desafío de los Pumas después de Twickenham: cómo pasar de las epopeyas a los éxitos frecuentes
La victoria sobre Inglaterra tiene un inocultable valor histórico, pero lo más importante será que estos triunfos comiencen a convertirse en habituales y dejen de ser gestas
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El silbato final no desencadenó una euforia desmedida. No hubo lágrimas entre los suplentes. No hubo dedicatorias altisonantes. El festejo de los Pumas en Twickenham tampoco debe tomarse como una forma de soberbia. Un festejo medido, acorde con la circunstancia. El triunfo ante Inglaterra tiene tintes de epopeya que no se deben omitir, especialmente cuando se lo pone en contexto histórico. Más importante, es la consecuencia de un proceso de varios años que empieza a encontrar un rumbo certero y el eslabón de una cadena que pretende terminar de forjarse en el Mundial de Francia 2023.
El éxito 30-29 del domingo fue tan sólo el segundo en la historia de los Pumas en la Catedral del rugby y el primero ante Inglaterra desde 2009. Así y todo, está lejos de considerarse un batacazo. A lo largo de todo el año ya habían dado sobradas muestras de competitividad ante las potencias. El objetivo de este equipo, que los propios jugadores explicitaron, es convertir este tipo de epopeyas en algo habitual. Todavía falta para llegar a ese punto, pero las victorias empiezan a acumularse. El triunfo, por ejemplo, marcó un hito: cuatro jugadores se anotaron victorias ante los otros nueve seleccionados del Tier 1 (Julián Montoya, Pablo Matera, Tomás Lavanini y Matías Moroni). Ningún argentino lo había logrado antes.
Una victoria para el recuerdo
En esta temporada, los Pumas ya habían logrado ganar una serie de la ventana de julio por primera vez desde 2007 (con el 2-1 ante Escocia), habían conseguido la victoria más amplia ante una potencia (con el 48-17 ante Australia) y habían derrotado por primera vez a Nueva Zelanda como visitantes (25-18 en Christchurch).
El último triunfo ante Inglaterra había sido en 2009, en Salta. Desde entonces se sucedieron diez derrotas al hilo. Ninguno de los jugadores del plantel actual les había ganado a los ingleses. En esos 13 años y medio, Inglaterra ganó de todas las formas posibles: en Londres, en Argentina, de visitante en Manchester, con todos los titulares, sin los jugadores de los Lions, en Test Matches, en Mundiales (2011 y 2019), con camiseta blanca, roja, negra; por goleada, inmerecidamente sobre la hora... hasta con un jugador menos durante 70 minutos.
Haber quebrado semejante racha, entonces, entraña un enorme valor por sí mismo.
Toda esa experiencia previa, todo el bagaje que arrastra este grupo de jugadores cuyo núcleo se forjó con la camiseta de Jaguares en los cuatro años y monedas que duró el Super Rugby resulta fundante de este momento del equipo. La llegada de Michael Cheika este año le dio la vuelta de tuerca que necesitaba para engranar. Nunca hubo dudas del talento individual. Ya sea por autoboicots, por deficiencias en la conducción o por factores azarosos (como la pandemia), no terminaban de traducirlo en rendimiento colectivo. La capacidad de conformar grupos humanos, motivar a los jugadores y dotarlos de confianza le permitió al australiano sacar lo mejor de ellos. Cuando esto ocurre, los Pumas ya demostraron ser capaces de rendir por encima del 100% y disimular falencias técnicas en base a garra.
El golpe en Twickenham guarda coincidencias con otros hitos que no son una mera anécdota. La primera similitud que emerge es, precisamente, con la anterior y hasta el domingo única victoria ante Inglaterra como visitante. Al igual que ésta, la de 2006 fue 10 meses antes del Mundial, que también se disputó en Francia. No hace falta recordar cómo terminó. Pero la coincidencia no se agota en el resultado. Como aquella vez, es el resultado de un proceso largo, que también empezó con un fracaso Mundialista: Australia 2003 entonces, Japón 2019 ahora, las únicas dos eliminaciones en primera rueda en los últimos seis Mundiales. La diferencia es que aquí hubo un cambio de entrenador en el medio, cuando antes se mantuvo Marcelo Loffreda, pero la base de los jugadores se mantiene y hasta algunos miembros del staff.
La mesura en el festejo responde también a que los jugadores tienen en claro que ese partido no era un objetivo en sí mismo. La gran meta es Francia 2023. Haber ganado es vital en ese sentido: refleja el temple y la maduración de un equipo demasiado golpeado por las derrotas. Lo normal en este tipo de partidos parejos era sucumbir sobre el final.
Los Pumas no desplegaron un rugby de alto vuelo, pero sí jugaron en función de lo que requería el partido. En una tarde lluviosa y con la experiencia reciente de Hamilton en condiciones similares (derrota 53-3 ante All Blacks), aceptaron el duelo táctico que propuso Inglaterra. Se afirmaron en la defensa, el punto más alto de este ciclo, la base sobre la que pretende edificar Cheika, y golpearon en los momentos justos: un gran try de primera fase, otro producto de la presión defensiva, más la puntería inmaculada de Boffelli. No es poco.
Persisten inconsistencias, es cierto. “El partido perfecto no existe”, insisten. Lo importante es que ahora el equipo no se derrumba ante el primer error, como ocurría en el pasado reciente. Y que haya cosas por mejorar no deja de ser auspicioso. Urge corregir la indisciplina, por ejemplo: aunque menos que en los dos partidos previos ante Sudáfrica, se volvieron a cometer demasiados penales evitables.
La ventana continúa con dos partidos más en Gran Bretaña: ante Gales el sábado (a las 14.30 hora argentina) y la revancha ante Escocia siete días más tarde. Dos rivales de un tenor apenas inferior a Inglaterra, pero igualmente desafiantes. Sólo en 2001 se lograron dos éxitos en la ventana de noviembre ante las potencias (no se incluye a Italia). Dos oportunidades para seguir haciendo historia, pero sobre todo para forjar la cadena rumbo a Francia 2023.
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