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El All Black que frustró su carrera por el alcoholismo y con 28 años eligió volver a ser un hombre común para rehacer su vida
La historia de Zac Guildford, el joven que tenía todo para ser una estrella mundial pero no pudo vencer las tentaciones; tocó fondo y ahora se prepara para volver desde el llano
El 2 de noviembre de 2011, en Wellington, un joven de 22 años sorprendió al mundo del rugby tras marcar cuatro tries contra Canadá. Rápido, punzante, decidido y gran definidor, Zac Guildford fue integrante de aquel equipo de los All Blacks que recuperó un título que Nueva Zelanda llevaba 24 años sin ganar. La fama fue inmediata para todos aquellos héroes de negro que movilizaron al país con la reconquista.
Guildford comenzó a ser una figura reconocida, recibió regalos costosos, ganó mucho dinero y en el momento que tenía todo para desplegar una carrera llena de éxitos, su vida colapsó. El alcohol empezó a controlarlo y, pese a que desfiló por varios equipos profesionales (Clermont, en Francia, y Hurricanes, Crusaders y Waratahs, en el Super Rugby), se hundió poco a poco en la oscuridad hasta desaparecer por completo. Tuvo que volver a ser un hombre común y trabajó en la tienda de una fábrica de indumentaria deportiva Kukri Sport. Volvió a jugar al rugby amateur durante un tiempo, aunque ahora intentará aprovechar una chance en una etapa intermedia del profesionalismo, con Waikato.
Hoy dice que está en planes de recuperación. Pero no se confía. “No puedo asegurar que nunca volveré a beber. Pero estoy tratando de ganar esa batalla dentro de mi cabeza”, repite. Varias veces lo intentó, pero también recayó.
Un mes antes de aquel Mundial de 2011 tuvo su primer episodio desafortunado, por el que fue separado momentáneamente del equipo. “Bebió un poco de más”, fue la explicación que dieron desde el equipo. Pero un par de meses después de consagrarse campeón mundial, volvió a ser noticia por su comportamiento extradeportivo. En Rarotonga, una pequeña isla del archipiélago de Islas Cook -donde había viajado por el casamiento de un amigo-, ingresó en un bar desnudo y sangrando por varias heridas en el cuerpo, agredió a dos turistas que intentaron controlarlo y luego se escapó del lugar con cinco mujeres que lo esperaban en la puerta del local. Guildford hizo una declaración pública tras el escándalo: “No recuerdo nada de lo que pasó. Necesito ayuda, quiero volver a casa”, dijo.
El mismo jugador explicó varias veces cuál es el origen de su problema. Apenas terminada la final del Mundial Sub 20 de 2009 realizado en Japón (los Baby Blacks se consagraron campeones), su papá, Robert, murió por problemas cardíacos. “Recuerdo aquello, fue duro hacer los trámites para trasladar a mi papá a Nueva Zelanda para el funeral”.
Todo ocurrió tan rápido que ni siquiera tuvo tiempo para pensar lo que le pasó. A los 10 días volvió a jugar en el torneo de combinados provinciales de su país, y al poco tiempo le llegó la citación para la selección. “En 2009 debuté con los All Blacks en el Millenium Stadium, todo lo que me pasaba era increíble. Recuerdo que volví a Nueva Zelanda y me ofrecieron autos gratis. Podía manejar el auto que quisiera. Ahora lo único que manejo es la camioneta del trabajo”, dice.
En ese mismo momento comenzaron sus problemas. “Utilicé el alcohol para bloquear y olvidar las emociones más tristes que estaba experimentando y los recuerdos que tenía con mi papá. Ojalá lo hubiera tratado de otra manera, pero sólo tenía 20 años…”.
Entre los 21 y 27 años, sus actuaciones siempre estuvieron marcadas por las intermitencias que le imponía la adicción. Un par de partidos buenos y un escándalo en algún bar. Otro intento por volver, lograba permanecer sobrio algunos meses, pero enseguida sufría otra recaída y contrato rescindido. Se enfocó una y otra vez. Logró firmar varios vínculos con equipos que confiaban en él, pero el final en era siempre el mismo.
En 2016 tocó fondo. Ya nadie quiso ofrecerle un contrato. “Definitivamente pensé en suicidarme”, reconoció hace unos días en un programa radial en Nueva Zelanda. Se fue a Wairarapa, a vivir con su abuelo, Frank. Después de unos meses, cuando se sintió más fuerte y con confianza consiguió un trabajo, empezó a rehacer su vida en Hamilton. Volvió a jugar en el rugby amateur con Hamilton Old Boys. Lo llamaron para jugar el torneo nacional de seven.
Ya pasó más de un año de su última experiencia profesional. En los últimos tiempos dejó de tener el mote de “súper hombre” con el que se califica a los All Blakcs. Experimentó la cotidianeidad de la vida de un hombre cualquiera. Sus días empezaban temprano. Desayuno a las 7 y viaje al almacén. “Mi trabajo es básico”, contó hace un par de semanas. La rutina en el escritorio para procesar órdenes de venta, eventualmente alguna diligencia con la camioneta de la empresa, regreso a casa a las 20 y luego a entrenarse.
Necesitó de mucha ayuda profesional. Se apegó a Mike King, un ex comediante de la televisión retirado que trabaja actualmente en la prevención del suicidio y en salud mental. Zac dice que algún día le gustaría ayudar a jóvenes que se encuentren en situaciones como la suya, aunque reconoce: “Antes de que pueda ayudar a alguien tengo mucho por hacer mi mismo”.
“La vida presenta desafíos todo el tiempo, pero realmente estoy disfrutando. Creo que estoy listo para el siguiente paso en el rugby profesional de nuevo. Tengo que ganármelo, pero espero que llegue pronto". El primer paso está dado. Volverá a jugar la Mitre 10 Cup con Waikato y dejará la rutina de trabajador para volver a ser un deportista. Tratará de volver a conquistar a los dueños de equipo. Tiene 28 años. Deberá convencerlos de que lo peor ya pasó, que puede ser un rugbier confiable. El objetivo será conseguir una chance para regresar al Súper Rugby. Y después, quién dice, recuperar el sueño de los All Blacks. Aunque hoy esa cima parezca estar demasiado lejos.
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