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Del Gales de los setentas y un juego de pisotones y codazos a este rugby que castiga la mala intención y preserva el espíritu
La muerte del legendario fullback de Gales y de Lions JPR Williams trajo otra vez a escena la nostalgia por aquel rugby de la década de los años setentas, en la que el seleccionado galés, con glorias como Gareth Edwards, Barry John, Phil Bennett, John Dawes, Gerald Davies y los Williams (JJ y JPR), revolucionaron este juego al igual que en ese tiempo lo hacía La Naranja Mecánica del neerlandés Johan Cruyff con el fútbol total. Fueron años en los que el deporte transmitió más belleza que velocidad y potencia.
Aquello de “todo tiempo pasado fue mejor”, tan dicho y tan poco cierto, atrapa al rugby, sobre todo a los mayores de 60, que crecieron –aquí, por medio de los VHS que los chicos miraban en sus clubes– admirando las destrezas de aquellos galeses patilludos que movían la pelota de un lado al otro, los 101 mejores tries (entre los que figura el de Marcelo Campo a los ingleses en 1978) y, especialmente, el try de Edwards, en los Barbarians, a los All Blacks. También en la Argentina hubo rugby de brillo. Los Pumas le dieron batalla a ese dream team de Gales de los setentas, en el ’76 en Cardiff, y en el ámbito doméstico, los clubes de San Isidro, SIC y CASI, tuvieron en esa décadas planteles extraordinarios con entrenadores de avanzada.
Pero, ¿fue realmente mejor aquel rugby que éste que vemos hoy? Hace unos días, el periodista Michael Aylwin se lo planteó en un interesante análisis en el diario inglés The Guardian. El colega, que cita las críticas que recibe el juego actual, no duda de desplumar a aquel rugby que trae la nostalgia. Y lo hace con argumentos convincentes. Por un lado, recurre a la disciplina. Hasta la aparición de las tarjetas, de las decenas de cámaras de televisión y, especialmente, del TMO, los jugadores podían golpearse y pisarse sin ser penalizados.
En los videos se podía apreciar que en cada partido se daba un sinnúmero de tackles al cuello. JPR los atraía como un imán. Por eso, además de ser un extraordinario jugador –y deportista–, Williams era muy valiente. No dudaba de jugar en las narices de los defensores y soportar antebrazos que parecían prestos a arrancarle la cabeza. Uno de ellos sí fue castigado: en el test match con los Pumas, una furca de Chiquito Travaglini terminó en el penal con el que Bennett decretó el triunfo agónico de los Dragones.
Diferencias entre el rugby de los setentas y el actual
Aylwin contrapone la famosa gira de los Lions por Nueva Zelanda en 1971 –serie ganada por ese equipo en el que brillaban los galeses– con los cuartos de final de la última Copa del Mundo. Argumenta que realizó para un libro una exhausta investigación sobre aquellos cruces, que, según sus datos, tuvieron promedios de ¡50 lines y 50 scrums! por partido. Escribe el periodista inglés: “El cuarto test en particular, un empate en la tempestuosa Auckland, fue un desastre incoherente de aficionados peleando, pateando, golpeando, pisoteando y dando codazos, a veces con una pelota cerca de ellos. Y crecimos escuchando lo legendaria que fue esa serie”.
“No tengan dudas, nostálgicos: el rugby era lamentable en la era amateur. Si no lo creés, regresá y miralo. Desde el primer partido hasta el último. Y no ese video 101 best tries que tu abuelo te compró para la Navidad de 1987″, remata, exagerado, Aylwin. Tiempos aquellos en los cuales no había cambios por lesiones y en los que el goleo era escaso entre las potencias. No eran anormales un 0-0 ni un 3-3. Pero también fueron tiempos en los que surgieron jugadores increíbles, como los galeses y, aquí, Hugo Porta.
Aylwin marca un contrapunto con los cuartos de final en Saint-Denis y Marsella, que tuvieron desarrollos como para los libros. Quienes estuvimos en dos de ellos, los Pumas vs. Gales y Francia vs. Sudáfrica, recordaremos para siempre esos dos enfrentamientos en los que no faltó nada, como en los otros dos (Irlanda vs. All Blacks e Inglaterra vs. Fiji) que seguimos por televisión. Ese fin de semana en Francia quedará por siempre en la historia y no sólo de los mundiales.
Hoy el rugby castiga la mala intención, preserva el espíritu y como deporte de equipo tiene puntos de excelencia y únicos. Hay cuestiones por revisar, pero el juego no deja de ser atrapante. Hay que recordar a las glorias y disfrutar del presente.
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