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Agustín Pichot, un firme candidato a liderar el rugby mundial
El sábado próximo, en plena disputa de las semifinales de la Copa Mundial, que en el duelo Norte (Inglaterra y Gales)-Sur (Nueva Zelanda y Sudáfrica) ofrecerá una especie de anticipo de lo que vendrá luego fuera de la cancha, una reunión de la Sanzaar en Tokio definirá si Agustín Pichot se lanza a la candidatura de presidente de la World Rugby. El argentino, que hasta mayo del año próximo tiene garantizada la segunda silla de la entidad madre del rugby, irá por más si los CEOs de Nueva Zelanda, Australia y Sudáfrica apoyan por escrito –la UAR, claro, ya lo aprobó– que vaya a la cabeza del bloque que competirá con el eje europeo, que seguramente postule al inglés Bill Beaumont para su reelección.
La posibilidad –alta– de que Pichot llegue a la presidencia de una de las corporaciones más poderosas del deporte en el mundo no sólo tiene importancia en lo que se refiere a la Argentina y a la región, sino que establecería un quiebre histórico en una entidad que siempre estuvo bajo el mando del poder verdadero del rugby, constituido por anglosajones y franceses. Que un sudamericano que dejó de jugar hace poco más de una década y que no representa en lo formal al clásico estilo de dirigente –los blazers; Pichot los usa sin corbata y con zapatillas– llegue a ese puesto es todo un signo para lo que se conoce del rugby.
Pichot irá en la fórmula con un peso pesado de la política y del rugby: Bernard Laporte, actual presidente de la Federación Francesa de Rugby, ex entrenador de Les Bleus entre 1999 y 2007 (fue el primero rentado full time) y ex secretario de deportes de su país durante el gobierno de Nicolas Sarkozy. Con Laporte, Pichot logró retomar la histórica relación entre Francia y la Argentina y, fundamentalmente, romper el bloque europeo.
Beaumont tiene buena relación con el excapitán de los Pumas y hombre fuerte del rugby argentino, por lo cual habrá que ver hasta dónde sostiene su candidatura. Pero no hay dudas de que Europa peleará con todo el peso de su poder no solo para no perderlo, sino para frenar el ascenso de Pichot, con quien los enfrentamientos se recrudecieron cuando este impulsó la Liga Mundial que finalmente, ante la negativa de los integrantes del 6 Naciones, fue bajada de la mesa. Si Pichot es elegido, volverá a la carga con ese proyecto con más fuerza todavía.
Europa no ve con buenos ojos los conflictos de intereses que construyó Pichot: la sociedad de su empresa con la cadena televisiva que tiene los derechos de la UAR; su participación en el Board de los Estados Unidos, y su negocio con un empresario australiano del rugby en una mina de litio en San Juan, provincia de la que es representante el presidente de la UAR. Pero, en realidad, ese no es el eje del problema. También en Europa hay de estos cruces de negocios. El verdadero temor de británicos e irlandeses es que Pichot, precisamente, los quite de la zona de confort de millones de euros sobre la que están sentados. Ese es el motivo por el cual rechazaron la Liga Mundial, que al menos en sus enunciados propone una apertura de mercados y posibilidades a los países que no forman parte del Tier1.
Pichot tiene en su agenda ese tema en primer orden, pero también avanzar en la modificación del sistema por el cual se elabora el ranking mundial, extender el rugby entre las mujeres, potenciarlo en los Juegos Olímpicos, transformarlo en un deporte universal y exponerlo en lo que hoy es el deporte super profesional de alto rendimiento: un show que se consume a través de pantallas de distintos tamaños. Parte de esta última experiencia ya la está desarrollando en la Copa del Mundo de Japón.
Si bien los europeos temen que si llegara al poder pudiera estar en casi todas las mesas como lo está en la Argentina, ellos mismos reconocen que Pichot es la persona indicada para abrir una nueva etapa en el rugby mundial. El deporte está en problemas en lo que se refiere a su alta competencia por varios motivos: la disputa Uniones-Clubes/Empresas, la previsibilidad en los Mundiales (siempre llegan los mismos; el segundo grupo puede ganar un partido y no más) y la mala imagen que significa que casi todos los seleccionados –con excepción la Argentina, Uruguay y Georgia– utilicen jugadores nacidos en otros países. Ya es alevoso, hasta poco ético y, además, genera mayor desigualdad. Fiji sería una potencia si reclutara todos los nacidos en las Islas que están desperdigados por distintos seleccionados; por el otro lado, Nueva Zelanda podría presentar cuatro equipos.
El sistema de votos en la World Rugby es así: los 6 países del 6 Naciones y los 4 del Rugby Championship tienen 3 votos cada uno; Japón, Europa, Sudamérica, Norteamérica, Africa, Asia y Oceanía, 2 cada uno. Georgia, Fiji, Samoa, Rumania, Canadá y Estados Unidos, 1 cada uno (los dos últimos suman 3 en total, con los dos de Sudamérica). De esos 50 votos, la fórmula Pichot-Laporte tendría 27 seguros: 10 de Oceanía, 5 de África, 5 de Sudamérica, 4 de Norteamérica y 3 de Europa (Francia). Y podría llegar a sumar 2 más de Europa (Rumania y Georgia) y pelear los 4 de Asia.
Pichot esperaría hasta después de la final de la Copa del Mundo, el 2 de noviembre, para hacer oficial su candidatura y empezar la rueda de negociaciones. Ya le dijo a Beaumont que no lo acompañará en la fórmula. La World Rugby, que lleva esa denominación desde noviembre de 2014, reemplazando a la International Rugby Board (IRB), fundada en 1886, tiene 120 Uniones afiliadas, pero las decisiones están en manos de 33 delegados que poseen la representación de los 50 votos. Hasta 2015 ese círculo era aún menor. Y durante décadas estuvo en manos de los integrantes del ex 5 Naciones y del ex Tri Nations. La Argentina había conseguido una silla en los 80 gracias a la gestión del expresidente de la UAR, Carlos Tozzi.
En los últimos años, especialmente desde que se declaró la Era Abierta en 1995 y después del éxito que generó el Mundial de 2007, el rugby fue abandonando aquella foto que estaba representada en un grupo minoritario que decidía todo encerrado en el East India Club, en la lujosa St. James Square, en el centro de Londres. La llegada de Pichot a ese centro de poder significaría otro revulsivo.
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