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A los 18 terminó presa, pero encontró en el rugby un “escape” que lo cambió todo: “Me ayudó a sobrevivir”
Reinsertarse en la sociedad es uno de los desafíos más difíciles que deben afrontar las personas que estuvieron en la cárcel; “Tati” halló en el deporte la forma para cerrar “una historia muy triste con un final feliz”
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La reinserción en la sociedad luego de estar en prisión durante un largo tiempo es un desafío difícil que muchas personas deben afrontar. Tras años de vivir en un ambiente hostil, tienen que volver a incorporarse y acatar los requerimientos de la sociedad. Muchos no lo logran por diversos motivos, mientras que otros, con ayuda y apoyo de sus seres queridos u ONGs, sí lo consiguen. Este fue el caso de Tatiana Ruiz Díaz, quien a través del deporte le encontró un nuevo sentido a su vida.
“Cuando quedás en libertad tenés dos opciones: caer en la misma o salir adelante. La mayoría están muy solos y no encuentran el camino ni alguien que les diga: ‘Che es por acá’. Los mensajes que escuchamos son: ‘Dejalo, si en una semana se vuelve a drogar’. Uno se cree eso y vuelve a caer”, reflexiona en diálogo con LA NACIÓN, “Tati”, hoy referente de las Espartanas, un equipo de rugby para hombres y mujeres en situación de cárcel.
Tatiana nació en Lomas de Zamora, donde pasó su infancia y juventud. “Siempre fui una persona depresiva y a los 16 o 17 años me recetaron una medicación que se me hizo una adicción”, cuenta y resume: “La adicción me llevó a la calle, la calle a un montón de cosas malas como delinquir y, como no podía ser de otro manera, eso terminó mal”.
A esa corta edad y debido al consumo excesivo de drogas, fue quedándose sola y perdió la contención de su círculo íntimo. Como ella misma contó, en aquellos años negros en los que vivió en un ambiente hostil, fue detenida al cometer un delito y, a sus 18 años, terminó en prisión.
Con un sistema penal que dista mucho de trabajar la reinserción a la sociedad, salvo exceptuados casos, sus problemas de adicción, depresión y violencia, aumentaron. “Ahí no hay ayuda. Adentro estás a la deriva. Para muchos de los que trabajan en las cárceles, los privados de la libertad somos nada, somos una larva o unas lacras y no creen en la posibilidad de que podamos cambiar”, sentencia Ruiz Díaz.
“Yo era muy chica y venía de un ambiente duro. Me metía en problemas todo el tiempo, vivía en los buzones sin poder ver a mi familia ni a nadie. Por eso me trasladaban de un penal a otro y pasaba mucho frío, hambre y días sin poder bañarme”, cuenta. Estos comportamientos hicieron que tildaran a Tatiana de “problemática” y, según afirma, “una vez que te lo ganás, no te lo sacás nuca más”.
Así sufrió sus primeros tiempos en detención hasta que fue traslada a la Unidad 47 de San Martín y su vida cambió.
El fondo, Espartanos y el rugby
“Llegó un momento en el que toqué fondo. Ese mambo en el que estaba de la droga, de un dolor y un sufrimiento muy grande no podía terminar de otra manera. Pero una vez que te das cuenta de eso, solo queda progresar”, reflexiona “Tati”. Al llegar a un nuevo penal, se topó con el rugby y la Fundación Espartanos.
La entidad persigue cuatro objetivos principales: Fomentar la educación en personas privadas de su libertad, acompañarlas en su formación personal y espiritual para su reinserción en la sociedad, transmitir los valores de deporte y bajar el índice de reincidencia delictiva en la Argentina.
Con esto se encontró Ruiz Díaz en el 2016. “El rugby me hacía bajar los mil cambios que tenía encima. Siempre fui muy impulsiva y me enojaba fácil. Pero ahí empecé a pensar en mí y a relajarme. Ya había sufrido mucho los años anteriores. Entonces esperaba el entrenamiento o los partidos y dejaba todo ahí. Me golpeaba, me caía y me levantaba. Encontré la forma de calmar mi ira, mi dolor”, asegura.
Para que la Fundación funcione de la mejor manera necesitan ayuda dentro de la cárcel. Y en Tatiana encontraron esa pieza fundamental. “Caro Dunn (integrante de la Fundación), con quien nos hicimos grandes amigas, me pidió que le diera una mano en armar todo el equipo y la actividad del rugby adentro. Y me dijo que confiaba en mí para llevar adelante el proyecto y fue re groso. Era la primera vez en mi vida que alguien confiaba en mí”, reconoce.
Allí pasó sus próximos tres años y llegó a ser la referente de pabellón. Dejó las drogas, los malos hábitos y encontró en el rugby el motivo para mejorar. Sin embargo, debido a lo que sostuvo anteriormente, una vez que alguien gana un cartel en situación de encierro es muy difícil quitárselo, volvió a ser trasladada.
“Fue el lugar en el que más tiempo estuve y realmente estaba muy bien. Pero por distintos motivos que todavía no quedan claros, decidieron moverme otra vez y me llevaron a un penal donde no había rugby. Fue durísimo”, narra Tatiana en diálogo con LA NACIÓN.
Pero el golpe no iba a hacer que caiga nuevamente en el sitio que tanto había sufrido. Con la confianza y el apoyo incondicional de Dunn, “Tati” tomó las riendas del proyecto del rugby en el nuevo penal. “El profe de educación física no sabía mucho del deporte, así que él se encargó de preparamos físicamente y yo enseñaba el juego”, explica.
No obstante, un mes después de haber puesto en marcha el nuevo proyecto, fue trasladada al penal de Florencio Varela donde dejó de practicar la actividad. Allí pasó sus últimos años de condena y el 23 de diciembre del 2020, recuperó su libertad.
El desafío de la reinserción
“El rugby se convirtió en todo para mí. Ni bien salí, Caro me recomendó el club Lomas y me anoté enseguida. No quería dejar de jugar porque era lo que me había ayudado a sobrevivir adentro”, cuenta. Al mismo tiempo, recibió una ayuda económica del padre de su hermano y comenzó un emprendimiento de venta de ropa.
Mientras daba sus primeros pasos tras vivir casi una década en prisión, Carolina Dunn y la Fundación le ayudaron a armar su currículum para conseguir trabajo. A través de un programa que llaman “Tercer tiempo”, llegó a un parador que aloja a gente en situación de calle que fue un golpe de realidad para “Tati”.
“Siempre fui una persona que me quejé mucho de llena. Y me tiré a lo peor de llena. Ahí conocí a personas con historias increíbles y pensaba: ‘Che, loco, ¿cómo hacés para seguir de pie y luchándola?’. Fue duro pero me hizo muy bien, me enamoré de ese trabajo y empecé a sentirme útil”, explica.
“Me tuve que hacer fuerte sí o sí porque tenía que estar bien para ayudarlos y me costó un montón porque siempre fui una persona depresiva. Empecé a entender cosas de la vida que no conocía”, reflexiona. Luego de renovar en algunas ocasiones su contrato, a pesar de recibir ofertas de empresas que podían pagarle mejores sueldos, finalmente se abrió la oportunidad de acceder a un puesto en el mismo trabajo, pero desde el gobierno. “Pasé a tener mejores condiciones de trabajo, me pagaban mejor y en blanco”, manifiesta.
Con el nuevo puesto, la venta de ropa y el rugby, “Tati” fue reincorporándose a la sociedad. “Es muy difícil porque nunca había tenido que cumplir horarios o levantarme temprano para no llegar tarde. Son cosas que para la mayoría son diarias, pero para muchos otros son completamente desconocidas”.
Y en medio de este proceso, llegó una posibilidad que no dejó pasar. Como siempre en el progreso de “Tati”, Carolina Dunn volvió a acercarle una nueva oportunidad. En la Unidad 40 de Lomas de Zamora había un equipo de rugby que entrenaba pero no tenían una estructura, por lo que Ruiz Díaz fue la primera candidata para afrontar el desafío.
“Caro me llamó y me preguntó a ver si me animaba. Yo no estaba muy segura, pero lo hice. Hablé con el club y el cuerpo técnico, y algunas compañeras se coparon para colaborar y así empezamos a entrenar el equipo y a conseguir partidos para que salgan a competir”, explica y agrega: “Caro me dijo que la haría la mujer más feliz del mundo si lo hacía. Y lo hicimos. Fue como cerrar una historia muy triste con un final feliz”.
Tras casi dos años de haber salido en libertad, “Tati” le cuenta a LA NACIÓN el gran impulso que le dio el deporte y la Fundación a su vida: “Encontré el motivo, el propósito y el por qué de lo que viví. Hay muchas chicas que están solas, que no tienen a nadie, a las que les sueltan la mano. No les dan una oportunidad. Está bueno creer que sí se puede”.
Mientras por su cabeza pasan un montón de recuerdos duros y otros felices, Tatiana logró aprender de sus vivencias, superó las adversidades y siente el impulso de ayudar a otras personas para que puedan salir adelante. “Muchos nos van a cerrar las puertas, pero creo que la clave es encontrar algo que te guste y que le dé sentido a tu vida. Que te mueva. De esta manera, la reinserción y poder salir adelante es posible. Como digo siempre, hay que creer que se puede”, afirma.
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