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Rugby, homofobia y lealtad
Eufórica, la prensa de Gales recuerda estos días una de sus jugadas de rugby más celebradas. Gareth Thomas intercepta una pelota a metros de su propio ingoal, corre toda la cancha y apoya en la meta contraria. Fue en 1996 contra Australia. La prensa la compara con la intercepción y corrida solitaria de Gareth Davis que ayudó a Gales a su formidable victoria del domingo pasado también ante Australia, en el que muchos consideran el mejor partido en lo que va del Mundial de rugby de Japón. Pero Gareth Thomas, a los 45 años, emociona estos días a Gales no exactamente por aquel viejo try. Buena parte del país llora al ver el documental "Gareth Thomas: HIV and Me". El excapitán de la selección de Gales llora también él. Cuenta que sufrió ideas suicidas y ataques de pánico cuando hace dos años los médicos le diagnosticaron el virus de la inmunodeficiencia humana (VIH). Y dice que jamás habría podido afrontar el tema sin la ayuda de Stephen, su esposo.
Thomas acaba de correr uno de los desafíos de Ironman más duros del mundo en Tenby: 2,4 millas de nado y 180 kilómetros de bicicleta en algo más de 12 horas. Le sirvió para ayudar a eliminar alguno de los tantos prejuicios sobre el VIH. No tenía previsto hablar. Lo obligó a hacerlo el diario sensacionalista de Rupert Murdoch, The Sun. Un periodista golpeó en la puerta de la casa de sus padres para preguntarles si sabían que su hijo tenía VIH. Decidió entonces tomar control de su propia vida. Primero dio una entrevista a otro tabloide, The Sunday Mirror. En el documental lo explica mejor.
"Quiero ser libre y empoderar a otras personas que están como yo, o diez veces peor, para que también puedan ser libres, y para hacer eso tengo que educarme". Pasó el pánico de los años ‘80. Pero buena parte de los casi 37 millones de personas con VIH positivo en el mundo siguen sufriendo estigma y discriminación. Porque todavía medios como The Sun ("esta mierda", dice Thomas en el documental) habla del VIH como si fuera sinónimo del síndrome de inmunodeficiencia adquirida (SIDA). De contagios y no de transmisión. A Thomas lo felicitaron desde el líder laborista Jeremy Corbyn al príncipe William. El ex rugbier ya había hecho algo parecido en 2009. Al Daily Mail, tabloide favorito de su padre, le contó que es gay. Que siempre fue gay.
Por eso, cuando todos en su pueblo natal de Sarn festejaron su convocatoria al Mundial de 1995 en Sudáfrica, Thomas, nieto de un minero, cartero a los 21 años, sintió miedo. "Ellos estaban orgullosos, yo petrificado". "Jugar para Gales me metió aún más adentro del placard. Lloré un río". Debutó con tres tries ante Japón. "Mirá que si leés los diarios cuando te elogian –le advirtió Robert Jones, compañero de equipo– también los tendrás que leer cuando te critiquen".
Cuanto mejor jugaba y más libre se sentía en la cancha, más prisionero se sentía afuera. "Pero los demás no merecían que yo les contara mis miedos". El profesionalismo y su pase a Cardiff lo ayudaron a una perfecta doble vida. Los bares gays de Londres fueron su refugio. Lo cubrieron durante años. En los vestuarios escuchaba a sus compañeros contar chistes de gays, decir que había que patearle alto al full back contrario porque era gay. El era un fullback grandote y valiente. Ocho dientes menos, cinco quiebres de nariz, hombros fracturados. Tres conmociones cerebrales. Mundo de machos alfa. En un partido escuchó que le gritaron "gay". Podría haber sido un insulto más. Quedó helado. "Big boys do cry" (Los chicos grandes lloran).
Cuatro Mundiales, 100 test y 41 tries con la selección, campeón del Seis Naciones 2005, capitán también de British & Irish Lions. "El rugby no estaba preparado para alguien como yo". Hasta que Jemma, su esposa, a la que ya le había contado todo, dijo basta. Gareth volvió de entrenarse con el Stade Toulousian francés ("era como estar en Real Madrid") y la casa estaba vacía. "Descubrió que le fui infiel con otra mujer", mintió a los íntimos. Se sacó zapatos y medias. Se arremangó los pantalones y se metió en la pileta con pastillas y vodka. "Suicidio civilizado". Su compañero Trevor Brennan lo encontró borracho debajo de una mesa. Volvió a Gales por la selección. Sufrió un ataque de pánico en el baño del aeropuerto de Bristol. Trece kilos menos. Tras el partido, noviembre de 2006 ante Australia, se desmoronó. El rugby decidió protegerlo.
"Comprendí cuánto le debía al rugby. El rugby me ayudó a entender quién soy. Es un juego de equipo, que requiere confianza mutua y entendimiento. Sin tus compañeros no vas a ningún lado". Thomas lo dice en "Proud" ("Orgulloso"), autobiografía de 2014. Jugando rugby league sintió cantos homofóbicos. Su caso legisló insultos en los estadios. Unos años atrás sufrió una golpiza en su pueblo. Pidió "justicia restaurativa". Que el agresor, un joven homofóbico, no fuera a la cárcel, sino que se educara. La selección francesa se solidarizó con él jugando con cordones arcoíris. Mickey Rourke quiso hacer una película sobre su vida. Contar cómo fueron aquellos años. Hablar del miedo. Y del coraje.
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