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Muerte y traición en los '70: la más trágica historia de amor de la Fórmula 1
Se conocieron en la discoteca Prisma de Orebro, la ciudad natal de ambos, 160 kilómetros al oeste de Estocolmo, la capital de Suecia. Era 1969, el año del primer alunizaje: Ronnie Peterson tenía 26 años y había ganado unos meses antes el GP de Montecarlo de Fórmula 3. Barbro Christina Edvardsson trabajaba como secretaria: era imposible para ella saber que, desde ese encuentro, viviría 9 años de extrema felicidad y, luego, otros nueve de angustia y desolación.
El mismo piloto que había perdido el campeonato mundial de karting de 1966 a manos de una mujer, la italiana Suzanna Raganelli -y que había vengado la humillación conquistando el corazón de su vencedora- se enamoró perdidamente de su nueva conquista y mandó a paseo a la kartista. Faltaban pocos meses para su inesperado debut en la Fórmula 1.
Pero ella no se sintió del todo flechada. Aceptó un trabajo como au pair en Nueva York y disfrutó todo un año allí. Al regresar a Suecia, Ronnie ya competía en la máxima categoría del automovilismo mundial.
Todavía un joven alocado (tanto que en las pistas lo rebautizaron "Mad Ronald"), entendía muy poco de técnica y de cómo poner a punto un coche de carrera. Por esa razón conducía rodeando los problemas y así había cultivado un estilo desbordante, espectacular, con el auto casi siempre de costado. Acróbata impecable del derrape controlado, balanceando siempre el auto con el acelerador y el volante, su carácter era terso y cauto fuera de la pista.
Barbro correspondió finalmente su amor y lo ayudó a madurar. Peterson pasó de pasar dos días preso tras el GP de Bélgica de 1970 (por entrar al circuito de Spa de contramano a disputar la carrera) a ser subcampeón mundial de Jackie Stewart en 1971 y, mientras tanto, derrotar claramente al santafesino Carlos Reutemann en el torneo Europeo de Fórmula 2.
Liberales y llenos de vida, el carácter casi avaro de Ronnie no melló la relación, aunque el hecho de que ella perdiera un cronómetro caro durante una carrera de F-2 provocó una seria disputa. Pero se amaban profunda, intensamente.
"Era una mujer esbelta, muy elegante, a mí me daba siempre la sensación de estar adelantada a su tiempo" refiere Eduardo González Rouco, el relator argentino que siguió casi toda la campaña de Reutemann en Fórmula 1 y la cruzó a menudo en los boxes.
Tras comprarse una casa en Maidenhead (Inglaterra), se comprometieron en la Navidad de 1973, después del mejor año del sueco en la Fórmula 1, cuando con el elegante Lotus 72D negro y dorado rebautizado como John Player Special en honor al auspiciante, ganara cuatro Grandes Premios. Ella recibía un sueldo por ser la cronometrista oficial del equipo.
Cuando Barbro esperaba una hija, decidieron casarse, en abril de 1975. Nina Louise nació el 4 de noviembre. Se mudaron a un departamento en Mónaco, como vecinos de otro sueco ilustre: el tenista Bjorn Borg. Pero el apelativo "Superswede" (Supersueco), se lo había ganado el rival de Reutemann, no el de Guillermo Vilas…
"A todos les gustaba Ronnie, por su humor. Probablemente diría que fue mi mejor amigo entre los pilotos de Fórmula 1. Él y Barbro a veces solían vivir con mi esposa y conmigo en Suiza y cuando visitábamos Londres vivíamos con ellos", diría años más tarde el piloto norirlandés John Watson, contemporáneo de Peterson.
Con una hija a cuestas, Barbro dejó de acompañar a su marido a todas las competencias. La carrera de Ronnie entró en un declive –su estilo no cuajaba con el problemático Tyrrell P34 de seis ruedas que condujo durante 1977- y en 1978 retornó a Lotus, aunque su papel de segundo piloto del estadounidense Mario Andretti, sellado por contrato, lo hizo buscar una alternativa. Había arreglado con McLaren para el ’79, ya que Reutemann iba a ocupar la butaca que dejaba libre.
Sin hablarse con Andretti, llegó al Gran Premio de Italia de 1978, en Monza. Su Lotus 79 se rompió en las pruebas matinales del domingo, sin chance de reparación, y debió correr un modelo 78, pasado de moda. Watson marcó el mejor tiempo para largar la carrera, el 10 de setiembre de aquel año: pocos días atrás se cumplieron 40 años de aquella carrera.
Un increíble accidente en la largada que involucró a 12 de los 26 autos obligó a detener la carrera: una goma desprendida cayó sobre el casco del italiano Vittorio Brambilla, el alemán Hans Stuck sufrió un impacto parecido por parte de una pieza y Peterson se quebró ambas piernas: su Lotus golpeó el guard-rail y al regresar a la pista, el auto de Brambilla lo partió en dos, provocándole las múltiples lesiones. Los tres acabaron en una sala de terapia intermedia del hospital Niguarda de Milan. "Me desperté en medio de la noche y me pareció que Brambilla estaba sin vida", contó Stuck años después.
No está claro que sucedió esa noche y durante la madrugada. Si hubo urgencia por componer las fracturas en las piernas del sueco o si fue desidia de los médicos que lo atendían, pero lo cierto es que, sorpresivamente, Peterson falleció en la mañana del lunes 11 a causa de una embolia pulmonar, luego de que fragmentos de hueso invadieran su torrente sanguíneo. Tenía 34 años. La noticia fue un shock para la Fórmula 1. "Las carreras también son esto, desafortunadamente", expresó Andretti al enterarse. La frase se convirtió en leyenda. Brambilla, en cambio, volvió a correr al año siguiente.
Barbro voló temprano aquel lunes para estar junto a su marido pero nunca bajó del avión. Apenas aterrizó en Linate, subieron a informarle de la terrible noticia. El aparato partió de regreso a Inglaterra, llevando a bordo una angustia creciente.
El sitio que Peterson dejaba vacante en McLaren fue ocupado por Watson, a quien Bernie Ecclestone había despedido de Brabham. Amigo de Peterson desde los días de la Fórmula 2, Watson siguió interesándose por todo lo que Ronnie había dejado. La butaca en McLaren. Su viuda.
Comenzaron a verse. A salir. A mostrarse juntos. Cuando Watson fue subcampeón mundial en 1982 corriendo para McLaren, ella estaba con él. Sin embargo, al año siguiente, la relación sufrió un duro golpe cuando a Watson le fue ofrecido incorporarse al equipo Lotus. Que todavía pintaba sus autos de negro y dorado, como en los gloriosos años de Peterson.
No se sabe muy bien qué pasó: si Watson no quiso aceptar para no dañar más la quebrada psique de Barbro o si ella le rogó que declinara la oferta porque todavía amaba a Ronnie. Lo cierto es que en la negativa se evaporó la campaña deportiva de Watson en Fórmula 1, en dónde volvió a competir en una sola ocasión.
De nada sirvió. El irlandés no podía rellenar el vacío que la ausencia de Ronnie había provocado en el corazón de Barbro. Las depresiones se agudizaron, la angustia se tornó insoportable. El 19 de diciembre de 1987, nueve años después de la tragedia de Monza, con apenas 40 años, Barbro se encerró en el baño de la casa de Maidenhead –la misma que habían adquirido con Ronnie en 1973 al comprometerse- con un cóctel letal de alcohol y tranquilizantes. Nina Louise quedó del otro lado de la puerta.
Watson la encontró sin vida. Hubo una investigación policial para determinar si había sido suicidio, y el irlandés, que debió hacerse cargo de Nina, entonces de 12 años, hasta entregarla a los abuelos en Suecia, envejeció notablemente en pocos meses. Nunca se recuperó de la terrible experiencia. Su carrera deportiva acabó prácticamente ese año. Hoy sigue el automovilismo como comentarista televisivo.
Lars Berntson, el amigo sueco más próximo a los Peterson en Inglaterra, juzgó después: "Barbro estuvo enamorada de una sola persona en su vida: Ronnie era su héroe. Ella necesitaba la protección de John y él quería vender todo y mudarse a otro lugar parecido, pero ella se negaba porque esa casa [en Maidenhead] era como un mausoleo después de la muerte de Ronnie, con cada trofeo y cada fotografía en exposición".
Barbro fue enterrada junto a Ronnie en Orebro. Nina estudió diseño, se instaló en Londres, dónde sus padres habían vivido, en 2002 se casó con Carl-Johan Kennedy, a quien conocía desde su infancia. Estudió decoración de interiores, armó su propia empresa, tuvo tres hijos: al primero, nacido en 2003, lo llamó Max Ronnie.
Fue una referencia obligada para los productores de "Superswede", el documental sobre la vida de Ronnie Peterson estrenado este año. A los 43, Nina ya vivió más que sus padres: "¡Es tan extraño ver a esas dos personas a las que admiro tanto, y también son diez años más jóvenes que yo! Mis padres se ven más infantiles que yo, siempre serán jóvenes", afirmó en una de las entrevistas del documental, en el que asegura que su madre no se suicidó: "Mucha gente lo piensa, pero fue un accidente. Claro, ella se sentía mal, pero su muerte no fue intencional. Estoy seguro de que ella no se suicidó. Para mí es un gran alivio poder decir la verdad ahora. Fue un momento muy difícil para mí cuando ella desapareció. Y es terriblemente doloroso aún. Pero de alguna manera aprendí a vivir con tristeza, incluso si nunca desaparece".
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