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Roman Abramóvich: el multimillonario ruso, un empresario “sin compasión” que colecciona yates
Su última adquisición, el Solaris, tiene 140 metros de eslora y costó cerca de 600 millones de dólares; el dueño del Chelsea es amigo de Vladimir Putin
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La honorable jueza del Alto Tribunal de Justicia de Londres, Elizabeth Gloster, no tuvo ninguna duda en su sentencia de 2012 de que Roman Abramóvich (Sarátov, Rusia, 54 años), el multimillonario propietario del club de fútbol Chelsea, “si resultase necesario, estaría dispuesto a actuar sin compasión en un contexto de negocios para lograr sus objetivos”.
La misma magistrada, sin embargo, le daba la razón en uno de los litigios comerciales más caros y sonados de la historia. “El propietario del Chelsea FC ha ganado su batalla legal contra el exiliado oligarca ruso Boris Berezovsky”, anunciaba entonces la BBC al conocerse el fallo.
Abramóvich era el hombre que había llevado a la gloria al club londinense. Su antiguo socio y genio de las matemáticas, Berezovsky, era un “oligarca”, el término con que se señala a los enriquecidos a la sombra del poder en la Rusia postsoviética. La fortuna personal del primero, según la estime la revista Forbes o la agencia de noticias Bloomberg, oscila entre los 10.000 y los 13.000 millones de euros. Al segundo lo encontraron colgado de una soga un año después, en la casa de su exesposa en Ascot (Reino Unido). Para entonces ya estaba arruinado y arrastraba una deuda de más de 350 millones de euros.
Abramóvich colecciona yates y querellas. Su nueva embarcación, el Solaris, fue botado a principios de marzo de los astilleros de Bremerhaven, en Alemania. 140 metros de eslora. Precio final: 500 millones de euros (US$ 590 millones). Piscina, helipuerto, capacidad para una tripulación de 60 personas y preparado para alojar a 36 invitados. Un total de 48 cabinas.
No es el más grande de sus barcos. De los siete, el más espectacular sigue siendo el Eclipse, de 162 metros de largo.
La ampliación de la flota ha coincidido con la nueva batalla en los tribunales británicos del multimillonario ruso. Una querella por difamación contra la editora Harper Collins y la autora Catherine Belton, excorresponsal del Financial Times en Moscú. En el libro Putin’s People (La Gente de Putin) aparece citado el inversor reconvertido en disidente, Sergei Pugachev, quien asegura que Abramóvich compró el club de fútbol inglés por orden directa de Putin, para acrecentar la capacidad de influencia rusa en Occidente.
“No he tomado esta decisión a la ligera”, ha dicho el magnate en un comunicado público. “Nunca he ambicionado tener un perfil público relevante, y siempre he evitado hacer comentarios sobre cualquier asunto, incluso ante informaciones falsas sobre mi persona o sobre el Chelsea”.
Muchos le consideran el último superviviente de los oligarcas rusos. El único que ha sabido mantener un perfil bajo y buena relación con el todopoderoso Putin. Sin ambiciones políticas que supusieran una amenaza para el habitante del Kremlin, su único salto al “poder” fue la compra en 2003 del Chelsea.
Según varios medios, utilizó las ganancias obtenidas después de vender una importante participación en la aerolínea rusa Aeroflot. Volcó en el club millones de libras, lo llenó de estrella y atrajo al entrenador más codiciado del momento, José Mourinho. Cinco títulos de la liga inglesa y una Champions en el 2012 frente al Bayern Munich.
Dieciocho años al frente de un equipo que convirtió a Abramóvich en un rostro familiar para los ingleses. No querido, sin embargo, más allá de los aficionados devotos. La creciente tensión entre Londres y Moscú, que tuvo su momento álgido tras el intento de asesinato, en la localidad de Salisbury, del agente doble Sergei Skripal en 2018, puso las cosas complicadas para el magnate, que inició un periodo de reclusión pública, y ya no era fácil verle sonreír en el palco del Stamford Bridge. En ese mismo año, Abramóvich desistió de su intento de renovar el visado británico y adquirió la nacionalidad israelí.
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