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Roland Garros: Gustavo Merbilhaa, el primer entrenador de Tomás Echeverry, la sensación argentina en París
El coach que formó al cuartofinalista en el segundo Grand Slam del año dio detalles de cómo era ese chico que recibió con siete años y hoy está bajo los focos del abierto francés
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Tomás Etcheverry (49° del ranking ATP) es el tenista argentino del momento. Su irrupción en Roland Garros y el salto de calidad que le dio a su carrera con el desembarco en cuartos de final en el segundo Grand Slam del año lo pusieron en el primer plano. Indefectiblemente, las luces de París se posan sobre él que, a fuerza de un tenis formidable, fresco y renovado se instaló en la segunda semana y en el umbral de las semifinales, faro que perseguirá este miércoles cerca de las 10 cuando enfrente a Alexander Zverev (27°, ex Top Ten). Con desparpajo y convicción. La convicción del querer ser. Un aspecto que no es nuevo, que trae desde chico y que son el motor de una fuerza que promete: “Tal vez Roland Garros siempre fue su obsesión”, le suelta a LA NACION Gustavo Merbilhaa, el entrenador que lo formó entre los 7 y 17 años y que lo conoce como pocos. El que le moldeó la “fiera” interior y hoy mira con orgullo no sólo el resultado, sino también la templanza.
Dicen que para muestra alcanza con un botón. Y como en toda historia, en la de Tomy, hay un momento que deja ver más allá, en perspectiva. Ver para creer. “Hubo algo que me llamó la atención. Él tenía 12 años y jugaba la final de un torneo regional en el Buenos Aires Lawn Tennis Club. A esa edad los chicos no juegan en la cancha principal. Tomy fue y habló con el árbitro, y le dijo que quería jugar en la cancha principal. Le dije: ‘¿Estás loco’’. Nunca había pisado esa cancha, que es diferente a todas. O sea, las dimensiones son iguales, pero el alrededor es diferente y tenés que saber jugar ahí, es muy grande. ¿Sabés que me contestó? ‘Yo quiero jugar ahí, porque ahí es donde voy a jugar en unos años’. Entonces se la dieron, jugaba contra Camilo Ugo Carabelli, con quien eran muy parejos y archirrivales de esa época, le pasé mi experiencia de cuando me tocó jugar en esa cancha: ganó 6-1 y 6-0″, recuerda Merbilhaa, extenista. Ese día advirtió que no tenía a un alumno más. Y se lo comentó al papá de Tomy: “Es un tenista en miniatura”. Ese nenito, que jugaba bajo y agresivo, distinto a los otros chicos de su edad que aún tiraban pelotas altas y muchos globos, llamaba la atención.
Si no le dio miedo esa mítica cancha del tenis argentino, ¿le dará miedo entrar a la central de Roland Garros para enfrentar a Zverev este martes por cuartos de final? “A los 12 años todo el mundo le tiene miedo al Buenos Aires Lawn Tennis, pero él no. Y te aseguro que la central de Roland Garros lo motiva, no es ninguna presión”, asegura Gustavo.
Esta semana, el público conoció en grande la figura de Tomás Etcheverry. Si bien el platense venía construyendo una muy buena temporada, su actuación en París lo puso en un lugar de protagonismo. A Merbilhaa eso no lo sorprende. Por el contrario, lo ratifica y le da tranquilidad: “Para mí es una emoción enorme, el trabajo que hicimos siempre fue para esto. Siempre me dijo que quería ser profesional, y estuve preparándolo para ese momento. Por eso tampoco me llama tanto la atención esto, sabía que se le iba a dar. Tiene cualidades innatas e hizo mucho para estar donde está. Fue parte de un proceso, fue número 1 de todas las categorías acá en la Argentina, estuvo entre los 10 mejores del mundo con un año menos (17). Él se plantea objetivos, y a partir de que los cumple automáticamente quiere más, busca más. Por eso no me llama la atención que haya ganado y no se conforme. No va a parar hasta ganar el torneo”.
Según el entrenador, que acompañó a Tomás en su adolescencia, y a quien quiere y compara con un hijo, tampoco es casual que esta “explosión” se haya dado ni más ni menos que en París. Asegura que “tal vez su obsesión era Roland Garros, hasta su perro se llama Roland Garros”, pero todo se resumía en llegar a meterse entre los mejores del mundo, en lo posible, ser el mejor. “Es un chico hiper competitivo y yo lo que le remarqué es que se relaje en la vida y sea competitivo en una cancha de tenis, porque te competía jugando al fútbol, a las cartas, comiendo, a ver quién comía más. Pero bueno, es parte de su naturaleza”.
Dice también Merbilhaa que tampoco hay sorpresa con el despliegue tenístico que muestra su ex pupilo, pero que sí hay un salto de calidad en la madurez. Esa misma que hoy le permite mostrarse tranquilo, alejado de aquella versión juvenil dominada por la ansiedad y los tocs, por las obsesiones: “Ha llegado a una etapa en la que está madurando o casi maduro te diría, por eso se le están dando estos resultados. Yo siempre le decía que el tenis estaba, el físico estaba, pero su cabeza todavía no lo acompañaba y le dije que iba a tardar 2 ó 3 años más que los demás o por lo menos desde los 20, que es cuando estaba listo. Había mucha ansiedad, mucha falta de creérsela, entonces este es el momento”, remarca.
Y asegura que el partido que tuvo hace pocas semanas ante su ídolo Novak Djokovic fue una bisagra. Relata que tras verse las caras con el serbio en el Masters 1000 de Roma y después de jugar un partidazo [ganó Nole por 7-6 (5) y 6-2], Tomy lo llamó: tenía sensaciones encontradas porque había enfrentado al hombre que lo inspira, pero también sintió que pudo ganarle. Eso cambió su cabeza: ¿si le podía jugar de igual a igual a uno de los mejores de la historia, cómo no podía ganarle al 30 del mundo? “Por más que perdió, fue una bisagra enorme y lo veo tranquilo. La imagen que todos ven de tranquilidad es porque por dentro está así. Se lo escucha hablar pausado, no hay grandes exabruptos. Cuando pierde un punto tampoco se queja. Jamás tiró una raqueta en su vida, eso te lo puedo asegurar, jamás. Y no lo ves putear o insultar a nadie. Toda la vida se manejó así. Trabajamos en mantener una línea en sus emociones para no irse ni muy arriba cuando gana, ni muy abajo cuando pierde, está logrando esa estabilidad en este momento y está con una confianza de locos. Ahora no lo para nadie (risas). Bueno, tal vez alguien lo pare, pero le va a costar. Cuando él está en esta situación es muy peligroso”.
- ¿Y qué hay de aquel Tomy niño que empezó a jugar a los 7 años en este de 23 que asombra en París?
-Le sigo viendo la misma pasión por el tenis que cuando llegó a los 7 años, él es un apasionado del tenis. Ha pasado de perder partidos en el tercer set, de 4 horas y salir llorando, a llamarme al otro día por teléfono a las 7 de la mañana y decirme que quería entrenar. Eso habla de una persona que ama lo que hace. Cuando era chico y sus papás se separaron, venía llorando a los entrenamientos, pero entraba a la cancha y era feliz. Terminaba y seguía llorando. Lo fundamental en él es su amor por el tenis.
Merbilhaa se anima a señalar que para esta instancia de Roland Garros el mejor rival posible para Tomy era Zverev. No se atreve a decir que lo va a ganar, pero está seguro de que dará batalla y estará a la altura. No es descabellado seguir soñando.
Tomy Etcheverry tuvo una noche larga el martes, tras su triunfo ante el japonés Yoshihito Nishioka en último turno, ya con pocos espectadores como testigos. Sin embargo, ni las entradas horas de la madrugada, ni el cansancio ni las emociones, le permitieron olvidarse de dónde viene: “Me mandó mensajes a las 3 de la mañana de París, lo mandé a dormir”, cuenta su ex coach. Aunque inmediatamente ríe: “Igual a las pocas horas me volvió a escribir, se ve que mucho no durmió”, agrega.
Y cuenta que en ese ida y vuelta se habla de todo: de tenis, de tiempos pasados, de vivencias “en familia” (Manuel, el hijo de Gustavo es el mejor amigo de Tomy y lo acompaña por estos días en el torneo), pero sobre todo, hay agradecimiento, el mismo que le rinde a sus abuelos que lo abrazan y lloran desde las gradas. El abuelo materno de Tomás sustentó la carrera y el sueño hasta los 17 años. Ve de cerca y en tiempo real esos frutos: “Me emocionó cómo le agradeció a su abuelo; antes le costaba, no lo hacía”, dice Gustavo. Será que la travesía de Etcheverry en París no deja a nadie sin conmover, a los que lo conocen y a los que no.
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