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River también sonríe bajo el frío de Nueva York: cómo se vivió la Supercopa en un subsuelo de Manhattan
La temperatura es de un grado centígrado y una nevada diagonal, que cruza de oeste a este, comienza a dejar las calles de blanco. El vendedor de hot dogs que está en la esquina de la Quinta Avenida y la 32 le pone kétchup y mostaza a una salchicha que acaban de comprar unos turistas japoneses a dos dólares y medio. Una joven que camina hacia el East River lleva una campera negra y un pin con una frase que dice "Not today, Satan". Tal vez mañana. Los hinchas de los New York Rangers salen del Madison Square Garden con cara de satisfacción: le ganaron 4 a 3 en overtime a los Pittsburgh Penguins. La gente entra y sale de Penn Station. Una alcantarilla larga vapor. Dos ratas se meten en la boca del metro. Un homeless, sobre la Séptima Avenida, tiene un rectángulo de cartón: "I'm hungry". Está hambriento. En el subsuelo del Legends Bar, en la calle 33, a veinte metros del Empire State Building, casi 150 hinchas de River, que hace dos horas no podían controlar la ansiedad, festejan un nuevo título en lo que ellos llaman el Monumental de Manhattan. Un cubano con una camiseta de Boca toma una pinta de cerveza. Está solo. Son las 22.07 y es Nueva York.
Harry Franco Barzola tiene 34 años, nació en los Estados Unidos y es uno de los miembros fundadores de la filial de River de Nueva York, un proyecto que nació en 2012 como un desafío y que hoy es un grupo que reúne a decenas de simpatizantes que se juntan a mirar fútbol. Fue la primera filial oficial del país. Luego se sumaron varias más. Hijo de argentinos y nieto de italianos, Barzola habla un español porteño con un matiz sicialiano. "Cada vez que juega River nos juntamos acá. De alguna manera es una forma de estar cerca de la Argentina. Es como nuestra familia", dice, cuando faltan 20 minutos para que empiece la final, y no se lo nota nervioso. Unas horas más tarde reconocerá que "estaba preocupado por lo que podía pasar en el superclásico". Se fue de pequeño a Argentina. Vivió en City Bell hasta los siete años. Regresó a los Estados Unidos. Estudió negocios internacionales. Trabajó en finanzas e inversiones. Ahora se dedica a la seguridad informática. "Esto que hago por River -reconoce- significa darle continuidad a una pasión que viene de familia".
Gabriel Rivero es arquitecto, estadounidense e hincha de River. No hay ningún tipo de acento extranjero en su español de Buenos Aires. Lo habla como si fuera un nativo. Toda su familia es argentina. Fue el primer presidente de la filial. Hoy los compromisos personales lo llevaron a ocupar el cargo de presidente honorario. Juan Mamani, que se quedó con el lugar que estaba vacante, fue un privilegiado: resultó el único del grupo que pudo viajar a Mendoza para ver la final en vivo. Rivero, antes del partido, no tiene mucha fe, pero sabe que "siempre que llegamos así, terminamos ganando". En su mano izquierda tiene un paquete de globos rojos y blancos: los está inflando desde hace varios minutos.
Seis pantalla de led (cuatro en un sector, dos en otro) transmiten el partido de River. Gabriel Zanetti, Pachu, tiene 25 años, es pintor, mendocino y vive en los Estados Unidos hace ocho años. Hace cuatro que forma parte de la filial. "En este lugar me siento en familia. Desde el primer día me recibieron muy bien", admite, cuando faltan cinco minutos para el inicio, y tiene confianza: "No tengo dudas: hoy se gana".
Un nerviosismo eléctrico corta el clima de la sala cuando empieza el choque. Tras una arranque que no parecía ser el mejor, el penal que convierte Pity Martínez desemboca en un grito de gol que se escucha en el piso superior, donde unos 40 norteamericanos beben cerveza. No entienden bien lo que pasa. El segundo, de Nacho Scocco, sobre el cierre, es la certeza de que River, a pesar de que atravesaba el peor momento desde la llegada de Marcelo Gallardo, sumará una nueva estrella. Faltan diez minutos. Ya nadie tiene miedo. River va a ser campeón.
Cuando Patricio Loustau marca el final, en un subsuelo de Nueva York, 150 hinchas de River gritan "dale campeón, dale campeón", mientras salen caminando con sentido oeste por la 33. La nieve les da en la cara. Un cuervo, a unos pocos metros, come de la basura de un restaurante de Korea Town.
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