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Riquelme, eternamente camuflado
En medio de la codicia y el dinero que se apoderaron del fútbol, de los protagonistas, no del hincha, Juan Román Riquelme volvió a mostrar su lucidez. Nuevamente dividió aguas. Lo hizo siempre. En la cancha o en un vestuario. De un lado, quienes lo adoran incondicionalmente, del otro quienes lo detestan. No hay términos medios. Así en la vida como en el fútbol.
"Si hoy tengo para comer es gracias a este club", fue el reconocimiento a Argentinos Juniors, donde comenzó su carrera, sin llegar a primera. Vuelve a la Paternal a los 36 años con el profesionalismo que siempre pregonó, con hechos, no con palabras. Vuelve con grandeza, sin reparar en el mayor ingreso que le ofrecía Boca. Con la integridad que lo llevó a disimular el dolor de abandonar "el patio de su casa", en el que jugaba hasta hace dos meses. Allí donde se sentía amo y señor. Donde todo le era permitido. Todo.
"Mi mamá y mi papá me enseñaron a ser agradecido", sentenció. Fue la enésima referencia familiar a la que recurrió para fundamentar sus actitudes.
"De Bianchi no voy a opinar", aseguró el más grande futbolista xeneize de los últimos 30 años. No era el ámbito ni el momento. Mucho antes había dicho cuánto sentía. Ya tendrá tiempo para repasar sus palabras. Si la gratitud es la memoria del corazón, Riquelme la gambeteó en una baldosa.
La negación del lugar y las personas que enmarcaron su ascenso a la privilegiada condición de ídolo no fue espontánea. Eligió cada frase, cada silencio, cada gesto para explicar por qué pasó del patio al comedor.
"Lo estoy viendo sufrir, y si hay que sufrir, suframos juntos", se identificó con Carlos Bianchi el 3 de febrero de 2013. Abandonaba así el exilio autoimpuesto. Sin hacer la pretemporada, se reincorporaba al plantel. "Lo quiero un montón. Tenemos al mejor DT de la historia del club. Me enseñó a ganar todo. Me dio mucho, como mi mamá y mi papá", comparó en mayo del año pasado.
Riquelme supo desde siempre que el presidente Daniel Angelici nunca lo quiso. Pero el respaldo del Virrey, aun a riesgo de profundizar las grietas de un grupo fracturado, le abrió las puertas a concesiones insospechadas. "Es el más grande de todos. Tenemos la suerte de tenerlo nosotros. Debemos disfrutarlo", aconsejó en agosto de 2013. Hace 48 horas fue por más: "El mejor entrenador de la Argentina está acá". Ya no era Bianchi el ladero; Claudio Borghi ocupaba el trono al que un año atrás había elevado al DT más ganador de la historia de Boca.
Sólo Riquelme sabe si lo impulsó el enojo, la frustración, el desengaño, el resentimiento, la soberbia, la prepotencia, la arrogancia, el ego u otro motivo. Como fuere, "existe siempre una razón escondida en cada gesto. Del derecho y del revés -escribió Joan Manuel Serrat-, uno siempre es lo que es". En Barcelona, con Louis Van Gaal; en Villarreal, con Manuel Pellegrini; en la selección, con Alfio Basile y Diego Maradona; en Boca, con Julio Falcioni o Bianchi; ¿en la Paternal? Donde fuere, "no es prudente ir camuflado eternamente".
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