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Río 2016: "Tanta alegría seguida me va a hacer mal"
RIO DE JANEIRO.- "Tanta alegría seguida me va a hacer mal". Podría transformarse perfectamente en el hit de Río 2016 en el edificio de la delegación argentina en la Villa Olímpica. Todos cantando al ritmo de Los Auténticos Decadentes.
El oro de Paula Pareto de judo descomprimió lo que suele ser la olla a presión de ansiedades del deporte argentino en los Juegos Olímpicos. Son logros que tienen ese impacto, como lo fue aquel comienzo en Atenas 2004, con el bronce de Georgina Bardach, también el sábado de primer día fuerte de competencias, seguido el domingo por el inolvidable doble de Manu Ginóbili a Serbia en el segundo final, con la montonera de compañeros en el piso y la carrera alocada de Rubén Magnano alrededor de la cancha. Y se produce esa liberación porque, a pesar de no ser una potencia mundial y de estar lejos de los grandes en muchos sentidos, existe ese grado de exigencia en el inconsciente que lleva a creerse más de lo que se es. No está mal como ilusión, pero no debe exceder ese rango. El baño de realidad siempre es el mejor consejero en esta historia.
Lo cierto fue que la conquista de Pareto, emocional en todo sentido y premio a un ejemplo de deportista que persigue objetivos hasta alcanzarlos, no resultó un hecho aislado en los primeros movimientos de la Argentina en Río 2016. La victoria de Juan Martín del Potro frente al N° 1 del mundo, Novak Djokovic, resultó el eslabón perfecto para prolongar la euforia. Justificada ciento por ciento. En otra dimensión respecto de lo de la Peque: hablamos de un deporte profesional y de otro que está en las antípodas. Lo que no le resta valor, desde ya. Por los tormentos que vivió Del Potro y porque sacó del torneo a un rival que está reescribiendo la vida misma del tenis y que se fue destruido: los Juegos Olímpicos no son Grand Slams, ya que se disputan cada cuatro años. Una eternidad y el almanaque corre para todos. Para Del Potro, no sólo vale esa enorme victoria, sino redoblar la apuesta con su segundo éxito 16 horas después y mal descansado. Gigante.
Y si alguien esperaba entrar en un remanso luego de tanto vértigo emotivo, el voleibol masculino puso al deporte argentino nuevamente en órbita. Para generar revuelo del grande. El debut con Irán tenía la presión del primer partido, pero el choque en serio era ayer, frente al campeón olímpico de Londres 2012 y siempre entre los mejores. El equipo liderado por Luciano De Cecco y Facundo Conte había tenido un approach sensacional a los Juegos, con triunfos relevantes. Pero la cuestión era en Río. Y lo concretaron con un partido fenomenal. Intensamente vivido. ¡Qué orgullo para estos chicos! ¡Qué profundo sentir para un Hugo Conte, leyenda, al ver a Facundo en este nivel! ¡Qué privilegio para un sabio como Julio Velasco, que siempre anheló dirigir al seleccionado, volvió al país después de 34 años, lo concretó, y además le pasan cosas como éstas!
Tiene, la Argentina, muchas fichas puestas en los deportes de equipo. El hockey masculino y femenino, el voleibol y el básquetbol masculino, el fútbol, el yachting, más apuestas individuales, como lo es ahora Del Potro (que venía más enfocado en el dobles con Machi González), los boxeadores y los golfistas. Son competencias de larga duración; muchas de ellas se definen en los últimos tres días. Por eso, impactos como los del voleibol, los de Del Potro, son un aliciente para los que vienen atrás y la base de una actuación global que se va edificando con sustento, pero que hoy por hoy no se traduce en medallas. Que es la obsesión de cada alma que sigue los Juegos por TV o que ha venido a Río, favorecidos por la cercanía, para alentar (y recibir el abucheo brasileño, como ya se describió). Son, también, los Juegos de la paciencia. Nuestra realidad. Tantas veces se criticó la falta de espíritu de equipo en el deporte argentino, se lo acusó de individualista, que pareciera una paradoja tener fuerzas grupales tan importantes, positivas y que abren expectativas. Y no es de ahora.
Un gran comienzo en Río 2016 para el deporte argentino, sin soslayar que también hay muchos que, silenciosamente, van quedando en el camino. Es la realidad de la que hablábamos. Pero sin dejar de disfrutar de los logros. Alegría que no le hace mal a nadie.
cc/gm/av
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