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Río 2016: la explosión del rugby después de nueve décadas de ausencia
En su modalidad de seven, este deporte es un suceso, tras 92 años sin ser parte del olimpismo; “hay mucho en común”, celebra Pichot
RÍO DE JANEIRO.– Bill Beaumont estiraba sus piernas en la zona de palcos del estadio de Deodoro y dejaba la formalidad un poco al margen. Sonriente, relajado, el inglés tenía bordada en su chomba la alianza que quería ver cristalizada en la realidad: en el lado izquierdo de su torso, el logo de la World Rugby, la entidad que preside; en el derecho, el símbolo de Río 2016 , el dibujo dominante en esta ciudad. Esa mirada en paz del máximo dirigente de la pelota ovalada dejaba una certeza: el rugby seven es un suceso en los Juegos.
Transcurrieron 92 años para que este deporte regresara al programa olímpico. Pero con miras a este megaevento, lo prioritario fue descartar el formato convencional y adquirir un “producto”–como le gusta llamar a la plana mayor del rugby– en el que siete jugadores se batan a duelo durante dos tiempos de siete minutos. Había que asegurarse de un espectáculo atractivo para la televisión y en un país como Brasil, sin tradición alguna en esta disciplina. Además, resultaba imposible encajar en dos semanas el tradicional juego de 15, debido a los tiempos de recuperación de los rugbiers. Así, la apuesta resultó formidable aún en una sede como Deodoro, la más inhóspita y donde conviven también el hockey sobre césped, el tiro, el BMX y el básquetbol femenino.
Eduardo Silveira Mufaref, presidente del Consejo de la Confederación Brasileña de rugby, recorría encantado las tribunas. Miraba el entusiasmo de muchos torcedores, quizás no muy entendidos en la materia pero cautivados por una modalidad en la que todo puede cambiar en segundos, con jugadores buscando el hueco por donde filtrarse y que se lanzan con zancadas electrizantes. “Ahora podemos decir que el rugby está vivo entre nosotros”, confirmaba Mufaref, que se refería a los interrogantes previos: “Claro que teníamos dudas, pero en los últimos años aquí en Brasil hubo mucho apoyo de la prensa, que puso el rugby en la TV para explicarle a la gente las reglas. Hace cuatro meses jugamos frente a Uruguay en rugby 15 y tuvimos 7 millones de personas mirando el partido en vivo en la televisión pública. Eso demuestra la curiosidad que tiene la gente por este deporte, y que se traslada a esta experiencia olímpica”.
La Confederación local traccionó económicamente para que el rugby gozara de un suave aterrizaje en estos Juegos y no se convirtiera en el patito feo de la oferta olímpica. En los últimos cuatro años, la entidad invirtió 40 millones de reales, el equivalente a 15 millones de dólares, en materia de formación de jugadores (hoy hay 20.000 dentro del sistema nacional brasileño), árbitros, entrenadores y desarrollo de la infraestructura. “La situación de Brasil no ayudó con el tema del zika para que viniese más gente de afuera a ver el seven olímpico, pero es probable que la mitad sean brasileños”, dice Mufaref.
Agustín Pichot , vicepresidente de la World Rugby, iba y venía desde la carpa que cobija a dirigentes y jugadores hasta las tribunas para seguir los partidos. “El rugby seven ya me pareció increíble desde el día 1, cuando empezaron a jugar las mujeres. Aún estando lejos, el público se acercó igual a Deodoro y tuvimos a 12.000 personas en las finales de las chicas”, comenta uno de los símbolos históricos de los Pumas, que traza una comparación: “El rugby y los Juegos Olímpicos tienen un montón de cosas en común; este deporte es perfecto para el movimiento olímpico por la solidaridad y el respeto que se ve entre los atletas. A nosotros nos sirve un montón para difundirlo en países donde no está desarrollado”.
Hay otro rostro argentino involucrado de lleno en esta compulsa trepidante de los cinco anillos. Se trata de Santiago Ramallo, gerente de desarrollo de la World Rugby en América del Sur: “Cuando Brasil ganó la candidatura para los Juegos en 2009, el país estaba en un momento económico espectacular, yéndose para arriba. Pero tres años después sobrevino la crisis política y económica y el desafío fue muy grande. Hubo recorte de presupuesto en muchos aspectos, pero por suerte no tanto como en otros deportes”.
En medio del griterío de los tries y las conversiones, mientras que el estadio se convertía en una olla de pasión, a Ramallo le satisfacía el resultado final: “Hasta febrero, Deodoro era una cancha de polo; es increíble contemplar este estadio para 15.000 personas con cuatro tribunas”. Según su mirada, es difícil trazar una proyección para el rugby olímpico: “Por lo menos hay buenos indicadores. Estados Unidos nos decía ayer que el primer día tuvieron una audiencia de 9 millones de personas, un récord histórico para este deporte en aquel país”. Según Beaumont, se perfila para que el crecimiento sea todavía más significativo en Tokio 2020; unos Juegos que encajan con esta propuesta por la práctica activa en tierra nipona: “El rugby olímpico es una experiencia excitante, podemos ver a los fanáticos y cómo se divierten entre ellos”.
Mañana llegará el final de la competencia de varones y la entrega de medallas; una escena impensada para un deporte que hasta hace poco circulaba por carriles muy lejanos al olimpismo. Parece que el regreso después de nueve décadas valió la pena.
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