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Ricardo Giusti, hoy: “Los pibes van a una velocidad que no comparto, quieren plata, quieren el autito..., te piden todo”
La visión del campeón mundial del ‘86, desde su trabajo como representante: las urgencias de los jóvenes futbolistas por el dinero y la actitud de algunos colegas
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Se acercó la directora de la escuela primaria N°87 de Albarellos y le preguntó tomándolo de las mejillas: “¿Te acordás qué querías ser cuando fueras grande?” Ricardo Giusti repitió de memoria, como si hubiese estudiado para una lección: Jugador de fútbol y salir campeón con la selección nacional. Eso había escrito a los 8 años en un cuadernito de segundo grado y, con casi 30, iba en andas de un pueblo tras el Mundial de México. Ahora está más flaco que entonces: a los 65 años pesa dos kilos menos. Se cuida sin privarse. Si alguien lo busca lo puede encontrar en las mismas calles de tierra, las de Albarellos, a 32 kilómetros de Rosario, un sitio que se apagó cuando el tren dejó de hacer temblar al caserío que rodea a la estación, muda desde entonces. “Hoy hay 200 habitantes…, bueno, no sé si llegamos a 200″, asume el presidente.
¿Presidente? Giusti es el presidente del Sportivo Albarellos Fútbol Club. Se sube al tractorcito y mantiene la cancha impecable. El presidente se encarga del césped, de cortar leña, de pintar, de las luces… y de asar. El ‘Gringo’ vive en las afueras de Rosario, es uno de los dueños de la agencia de representación de jugadores Visión Sport…, pero siempre se escapa. Le sobran motivos. El primero, en Albarellos está la ‘Chela’, su mamá que va para los 89…, y están los amigos de toda la vida. Los miércoles a la noche, ritual impostergable desde hace más de una década, se juega el partido con las formaciones de siempre. Él, de volante central. Jura que se pone picante.., hasta que la mesa los convoca y se llena de bromas y anécdotas.
El año pasado, cuando la pandemia ofreció algún claro, en Albarellos apareció una gigantografía del ‘Gringo’ en el Azteca. Y ahí se quedará. “Me engañaron… Siempre me decían que me querían hacer un homenaje y yo les contestaba: ‘Dejate de hinchar las pelotas, mirá que van a gastar guitar para eso. Si a mí me tienen todos los días acá, yo no necesito que me hagan homenajes, el homenaje es estar con ustedes…’ Pero un día se pusieron de acuerdo con mi mujer, ella me dijo que más o menos me empilche porque teníamos un bautismo y cuando estábamos llegando veo a una multitud; había mucha gente de los pueblos de los alrededores… lindo, me hicieron moquear”, acepta. No lo necesitaba, pero lo conmovieron.
-Sos el único campeón del ‘86 que no eligió ser director técnico. ¿Por qué?
-Nunca me atrajo el hecho de estar frente a 25 jugadores. Soy un tipo casero, familiero, y ser técnico te roba mucho tiempo. En aquel momento, tras el retiro, cuando tuve que elegir cómo seguir, todo lo que rodeaba no me gustaba: los barras y especialmente los dirigentes…, que siempre me parecieron de una calidad muy poco profesional en la Argentina. Y eso que me parecía entonces, hoy es mucho peor. Muchos de nuestros problemas se deben al bajo nivel dirigencial. Un día, un tipo al que le va bien empresarialmente, digamos, le gusta el fútbol y por eso se le ocurre meterse en un club. O, quizás, porque tal vez tiene otros intereses. Pero nadie se capacita, nadie se prepara.
-Estás enojado…
-Mirá, yo tuve la suerte de tener en Independiente a dirigentes como Pedro Iso, como Jorge Bottaro, tipos que cuidaban la plata, principalmente, porque no era de ellos. Los dirigentes son los responsables centrales del derrumbe de nuestro fútbol. ¿Y sabés por qué? Porque descuidan la base: las inferiores. Hoy, hablo con un entrenador de sexta o de séptima y me dice: ‘Yo quiero jugar de esta manera, pero tenemos mucho riesgo de perder. Y si pierdo, los dirigentes me echan a la mierda’. Así se maneja el fútbol argentino. El sistema está intoxicado desde la cabeza, porque si el presidente le baja la línea al secretario técnico, y este al coordinador, y el coordinador a los entrenadores, de que sólo se ocupen de formar y definir un estilo, eso ya estaría muy bien. Sólo hay que definir una línea de trabajo y de conducta, los resultados no importan porque pibes van a salir igual porque hay muchos. Pero no, sólo quieren apurar procesos, o para emparchar la Primera división, o directamente para venderlos al exterior. Así los queman y los destrozan.
-¿Cómo son los pibes de hoy?
-Los pibes van a una velocidad que no comparto, y me cuesta mucho, pero muchísimo. Por eso nosotros [se refiere a sus socios en la empresa Visión Sport, el exfutbolista Daniel Sperandío y Daniel Luzi] contamos con mi hijo y el hijo de Sperandío, que andan en los 30 años, que pueden hablar en otros términos. Ellos están más cerca de los chicos. Obviamente nosotros también los vamos a ver y hablamos con ellos, pero… hay, ¿cómo decirlo? Peticiones, ahí está, peticiones que nos hacen, que no compartimos. Mi hermano un día me dijo: ‘Si no aceptás algunas cosas de esta generación, dedicate a otra cosa’. Tiene razón, y ya no tengo edad para arrancar de nuevo. A veces, cuando hablamos con los chicos, y le contamos de nuestra época, de nuestros botines, de nuestra ropa, de lo que nos costaba conseguir todo, lo que teníamos que luchar para llegar a Primera división… creo que se aburren. Hoy tienen todo en la palma de la mano, y quieren plata, quieren pilchas, quieren el autito, quieren todo, te piden todo. Me resulta intolerable, la verdad es que me cuesta.
-El mundo de los representantes es observado con desconfianza. ¿Se ganaron esa fama o es un prejuicio?
-A veces se han exagerado algunas cosas, pero como en todos lados, hay gente que no se porta bien. A nosotros nos cuesta entender algunas situaciones, y siempre aparece el dinero… Por ejemplo, vos tenés a un jugador y viene otro representante con plata y le dice: ‘Dejalos a estos que yo te doy tanta guita y te regalo un auto’. Y hoy los pibes, lamentablemente con tantas carencias y apuros, agarran viaje. Y ni saben con quién se van, pero se van porque les ponen plata. Vienen con guita y te sacan un jugador. Los chicos de hoy, por el contexto social que muchos están sufriendo, no hacen evaluaciones, no meditan… Y nosotros decidimos no competir con plata. Así, claro, se nos fueron varios jugadores. Lo asumimos. La plata lo único que genera es el deseo de más plata, y creemos que es contraproducente para el jugador. Nosotros perdemos por plata, pero moralmente dormimos tranquilos. Nosotros no necesitamos hacer una operación para salvarnos, y eso nos permite tomar decisiones empresarialmente ‘incorrectas’, pero insisto, dormimos en paz.
-¿Qué papel juegan los padres?
-A los padres siempre les digo, les repito: ‘Hacelo estudiar, hacelo estudiar’. El futbolista tiene tiempo para rascarse las bolas y todavía le sobran montones de horas. El futbolista nunca piensa que esto se te termina, y quiero advertírselos. ‘Estudiá, hacé cursos…’, todo el tiempo estoy con eso. Y necesito que los padres estén alineados conmigo, porque el pibe me puede mirar y decir: ‘¿Pero vos quién sos para decirme qué tengo que hacer?’
-¿Y te escuchan?
-Hay de todo. Pero a los pibes hay que apurarlos, porque enseguida te dicen: ‘Para qué estudiar si yo voy a jugar al fútbol’. Una vez, mi profesora de geografía me preguntó a qué me iba dedicar. ‘Voy a ser futbolista’, le dije. ‘Sí, ¿pero después?’, me volvió a preguntar. ‘Usted tiene que hacer una carrera terciaria’, me sugirió. ‘Está loca’, pensé. Qué equivocado que yo estaba. Hoy, cuando viajo y salgo al mundo sin saber inglés, me muero de vergüenza. La vida del futbolista es muy corta y se acostumbra a que le resuelvan todo, ni los trámites en un aeropuerto sabés hacer. El ‘Cabezón’ Ruggeri siempre lo putea risueñamente a Moschela [Rubén, histórico administrativo de la AFA, hoy gerente del predio de Ezeiza] y le dice: ‘Vos tenés la culpa de que nosotros hayamos salido tan pelotudos’. El jugador de fútbol tiene todo a disposición, todos te miman, todos te sirven, no hacés colas y a veces ni tenés que pagar. Si no te avivás y te ocupás de vos, llegás a grande hecho un pelotudo.
-Te retiraste en 1992, con un descenso en Unión. ¿El día después es muy difícil?
-El jugador que empieza a tocar los 30 años tiene que comenzar a pensar en qué hará después de jugar. Cuando dejás, al principio no te das cuenta, es como unas vacaciones largas, pero después te sentís un inútil en tu casa. Antes puteabas las concentraciones, y ahora las extrañás. Mirás los partidos por la TV y vos ya no estás ahí. Tenés por delante muchísimos años de tu vida, y ya sabemos que por depresión hasta han muerto varios exjugadores, incluso se han suicidado. Cuando todavía estás jugando es cuando tenés que pensar qué vas a hacer cuando te sobre el tiempo. En realidad, cuando te sobre todavía más tiempo, porque el futbolista tiene mucho tiempo libre. Y a veces eso es peligroso.
Tragedia familiar: “Aprender a vivir sin culpas”
Le dice no menos de cinco veces ‘hijo de puta’ durante la charla. Habla de Maradona. Ese insulto lleno de admiración, gratitud, nostalgia y algo de enojo por tener que aceptar la realidad. Antes de la historia que construyeron en la selección, Giusti y Maradona jugaron juntos en Argentinos, entre 1979 y 1980. “Sin dudas, pero sin dudas, ese fue el mejor Diego de la historia. Sin menospreciar a nadie, por favor, creo que aquel Argentinos fue el peor equipo que integré, pero salimos subcampeones de River. ¿Por qué? Por ese crack, eran cosas maravillosas las que hacía…, nos llamaban de todos lados para ir a jugar, la gente de otros clubes venía a vernos. Por él claro, por Diego”, relata.
-Tendrás varias historias personales con él…
-Varias. Cuando falleció mi señora en el accidente, al día siguiente me llamó por teléfono: ‘Gringo, estoy para lo que necesites’. Él y Claudia. Y otra… que me emociona todavía… Tuvimos muchos problemas con mi hijo, con Franco, problemas graves de adicción, y Diego estando en Dubai me llamó y me dijo: ‘Gringo, venite acá, venite con el pibe, dejámeló acá, estoy para lo que quieras’. Ese lado de Diego se lo conoce poco y nosotros lo conocimos bien. Después la gente opina, pero nosotros conocimos su generosidad. Lo que sentía por nosotros. Hasta antes de morirse, el hijo de puta nos decía: ‘Yo soy el capitán de ustedes’. Cuando él estaba en el chat que tenemos los campeones del ‘86, cuando estaba más o menos bien y nos podía seguir, nos cagaba a pedos. A mí una vez me dijo: ‘Vos cerrá el orto, que te llevé a Argentinos y te enseñé a jugar porque le pegabas con los tobillos’. Diego tenía esas cosas que te hacían temblar. Siempre pensaba en los demás, él quería que no le faltara nada a nadie, estaba pendiente de Galíndez; de Molina, el otro masajista; de ‘Tito’ Benros el utilero de la selección, de las chicas del club América que nos atendían en el 86. Tenía un corazón grandísimo y eso la gente no lo sabe. Conoció al de la cancha y al otro, con las cosas que hacía afuera. Pero él mismo siempre decía: ‘Yo no soy ejemplo de nada’.
-¿Tenías contacto con él en los últimos años?
-Me pasaba exactamente lo mismo que al resto. Siempre la devolución del entorno era esperar un poquito más para poder verlo o hablar con él. Cuando estaba en Gimnasia, fundamentalmente, lo queríamos ir a visitar. Yo la última vez que lo vi fue en la cancha de Newell´s, el día que le hicieron el homenaje cuando vino como DT de Gimnasia. Después, nunca más. Los teléfonos cambiaban constantemente…, y yo no culpo a nadie, pero, honestamente, no creo que fuera Diego el que cambiaba todo el tiempo sus teléfonos. Hasta ahí puedo hablar.
-Vuelvo a tu hijo Franco y su problema. ¿Cómo está?
-Franco está excelente, gracias a Dios. Está trabajando con nosotros en la agencia de representación. Hace años que dejó, que ya no consume, está bárbaro, bárbaro con su hijo, mi nietito, está impresionante.
También tiene una hija el ‘Gringo’, Ornella. Vive en México porque está casada con Oscar Ustari, arquero de Pachuca. México, sí..., el Azteca. “La primera vez que entré, después de la final, casi me pongo a llorar. Se me vino todo encima. Fue una sensación de alegría, nostalgia… Fui varias veces más, y sé que cada vez que vuelva una especie de electricidad me seguirá recorriendo el cuerpo. Ahora, acá, en el país, algo extraño está sucediendo: antes la gente no nos consideraba tanto como ahora a los campeones del ‘86. No sé si será que la gente interpretó lo difícil que es salir campeón, ¿o qué?… Quizás la muerte de Diego también…, que nos atravesó a todos. Todavía hoy me llama gente para darme el pésame… a mí. Lo que generó ese tipo fue increíble. Después están los que te dicen: ‘Pero mirá todo lo que ganó Messi’, y sí, es verdad, pero este tipo tenía algo especial, no sé qué carajo era… Crack en la cancha, discutido afuera por algunas conductas, pero en definitiva, adorado en todo el mundo”.
Disfrutando cena de campeones pic.twitter.com/OCxdCZ5eDi
— Ricardo Giusti (@GiustiRicardo) May 29, 2015
En la charla, al pasar, Giusti citó un accidente. Ocurrió en 2000, cuando viajaba de Buenos Aires a su pueblo por la ruta 9 y, a la altura de San Pedro, un tractor que marchaba por la banquina se metió un metro en el carril. No lo vio el ‘Gringo’ y chocó. Su señora, Gabriela, dormía en el asiento del acompañante, sin cinturón, y Franco iba atrás. Vuelco y tragedia: Gabriela murió en el acto; ellos, casi ilesos.
“Fue un golpazo que me dio la vida. Muy difícil, muy. Muchos años de terapia. Cada vez que volvía a pasar por la ruta, por ahí, cerca de San Pedro, la cabeza se me volaba… Nunca había ido a una psicóloga, y Jorge Bombicino [kinesiólogo], que me estaba atendiendo porque yo me había lastimado el hombro en el accidente, me dio un teléfono y me dijo que llamara a esa mujer. Fui descreído y terminé visitándola hasta tres veces por semana. Salía liberado, tranquilo… pero me llevó mucho tiempo. Nunca me lo quitaré de encima, pero aprendí a convivir sin mortificarme. A vivir sin culpas”, describe.
-Y el año pasado, te volviste a casar.
-Sí, el año pasado me casé con Noraly, que es de mi pueblo, de Albarellos. Hace tiempo empecé a salir con esta chica, mucho más joven que yo. Un día nos vimos, un café, salimos… y yo soy malísimo para las fechas, pero debe hacer como 10 años que estamos juntos y nos llevamos de primera. E hicimos los papeles.
“No hay que esperar a Qatar para renovarle el contrato a Scaloni”
“Luchándola”, responde cuando escucha la pregunta sobre la salud de Carlos Bilardo y se reserva más detalles. Es de los campeones que lo visitan con cierta frecuencia. Ese hombre lo marcó para siempre. El ‘Gringo’ era uno de los cuatro jugadores que en México no podían festejar el gol con el autor. Los otros eran Pumpido, desde ya, Ruggeri y Brown. “Enseguida tenía que pararme en el punto de la mitad de la cancha para que el equipo contrario recién pudiera sacar con nuestro equipo en su debido lugar”, revela. Fueron 51 partidos en la selección, en la de Bilardo, del debut en 1983 a la final contra Alemania, que la vio desde el banco, sentado junto al Doc por pedido del DT, tras haber sido expulsado en la semifinal contra Italia.
“Carlos me enseñó cosas que no sabía. En Independiente, tácticamente, éramos a la carga, Barracas. ¿Quién le iba a decir a Marangoni ‘vos quedate que sos 5′? Bilardo me hizo entender que ante una pérdida en ataque, si no estábamos ordenados, ese contragolpe rival nos podía costar un gol. Una derrota. Una eliminación hasta de un Mundial. Me dio noción del equilibrio. Bilardo, desde su primer día en la selección, pensó en México ‘86. A mí me costó muchísimo adaptarme a él, pero aprendí. Fueron muchas, pero muchas horas de videos. Con ‘Checho’, solos, los dos, pasaban cuatro, seis horas de video. Pero lo entendí…” Y suelta una sonrisa antes de continuar: “De la cantidad de horas que compartíamos, se me llegaron a pegar tics y modos de él. Llegaba a mi casa y veían que yo subía los hombros, giraba la cabeza, repetía palabras, igual que Carlos. No me daba cuenta, era increíble. Ojo, ya me curé, jajaja, con el tiempo los perdí a esos tics”.
Recuerda que en el Mundial ‘78 –ya había debutado en la Primera de Newell´s– fue dos veces a la cancha, contra Brasil y Polonia, en Rosario. “Y contra Perú lo ví en la casa de un vecino, en el único televisor que había en Albarellos”. Después, escribió su historia: invicto en los 11 partidos que jugó en los mundiales (no estuvo contra Camerún ni Alemania en el ‘90). En México disputó los 630 minutos del torneo y compartió la habitación con Bochini. “Del ‘86 no me quedó casi nada, regalé todo. Ni la medalla conservo porque me la robaron de la caja de seguridad de un departamento en Buenos Aires. Sí tengo la azul que usé contra Inglaterra, esa vale oro”, detalla.
-Jugaste con Bielsa en la cuarta de Newell´s…
-Un tipo muy profesional…, digamos que tenía algunas dificultades técnicas, pero siempre bien posicionado… Era un elemento, se ponía no sé cuántas cosas en la panza para transpirar y adelgazar. A veces iba a los entrenamientos en bicicleta, un loco… Lo conocí bastante, después seguí teniendo alguna relación y ahora, muy de vez en cuando, le mando un mensaje y enseguida responde. Lo respeto mucho, es un crack en la dirección técnica, y un señor.
-¿Qué te genera la selección de Scaloni?
-El fútbol es así de raro, lo que confirma que nadie tiene la verdad. En fútbol, 2 más 2 no siempre es cuatro. A este chico, Scaloni, hay que felicitarlo porque ha hecho un trabajo espectacular. Yo soy de esos tipos que piensan que no hay que esperar al Mundial para renovarle el contrato a esta clase de entrenadores. Ya dio muestras de estar a la altura, y lo digo ahora, más allá de lo que pase en Qatar. Y tuvo el acierto, también, de encontrar un grupo, porque antes eran pequeñitas individualidades, cosas que andaban deambulando de un lado para el otro. Por lo menos, visto desde afuera. En cambio, ahora se ve un grupo de gente contenta, que se cargan por las redes, hablan con los periodistas, hablan con la gente, disfrutan y juegan bien. Cambió todo. Para que eso ocurra tiene que haber un cuerpo técnico claro, y además, cuatro, cinco o seis jugadores alineados con ese cuerpo técnico. Y ahí entran los De Paul, Paredes, Otamendi y Messi, claro, Messi, que me encanta verlo así… se ‘maradoneó' un poco.
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