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Quién es el goleador uruguayo de la Superliga que alcanzó a Benedetto: viaje al mundo de Ribas, el artillero de los 15 equipos, 9 goles y 5 idiomas
Cinco idiomas, 15 equipos, 9 países, 9 goles y un termo, siempre, debajo del brazo. “Nuestra yerba es diferente, más intensa. Yo prefiero disfrutar el mate durante el día, porque se me hace difícil dormir si tomo al atardecer”, se presenta Sebastián Ribas, uruguayo, de 29 años, el goleador de la Superliga que pocos conocen. El Vikingo o El Tsunami del gol, que dio la vuelta al mundo, alcanzó a Darío Benedetto en la cúspide de los artilleros, poco más de tres meses después. De la lesión de Pipa, el 19 de noviembre pasado, en la derrota de Boca ante Racing por 2 a 1, a hoy, sólo lo pudo alcanzar un potente (mide 1,89m y pesa 86 kilos) atacante de Patronato, un personaje fuera de registro. No sólo convierte goles: su vida es una película. “Soy un trotamundos”, aclara, descontracturado y simpático, como se lo conoce fuera de la escena. “Hago goles, es mi trabajo. Para un delantero marcar goles es lo más importante. Vivimos de eso. Aunque esa tabla no la miro ahora; tal vez, más adelante…”, cuenta. Y no se toma tan en serio. “Soy un poco rústico”, sugiere.
Prefiere evitar los excesos, aunque entiende el juego: su nombre está arriba de todos. “Benedetto es un delantero del carajo. Desgraciadamente no puede defender su primer puesto. Yo soy mucho más feliz si logramos el objetivo –que es mantener la categoría–, que si salgo goleador del campeonato”, cuenta el artillero que cree que el número 9 ideal es una mezcla exacta entre Cavani y Falcao .
El prólogo lo construye en Bella Vista. Más tarde, asume en Juventud de las Piedras, en la segunda división, en Canelones. Cuenta la leyenda que una tarde, en la definición ante Juventus de un torneo Sub 20 en Viareggio, marcó un tanto decisivo (resultó el goleador, con cinco) y fue consagrado como la figura. Botija recurrente en las formaciones de los Sub 17 celestes, fue captado por un buscador de talentos de Inter. Tenía 17 años y se le caían las medias: compartió las prácticas con Zlatan Ibrahimovic, Javier Zanetti, Hernán Crespo, Adriano y tantos otros. No había caso: jugó apenas algunos minutos, cuando había un hueco.
“Fue dura la experiencia en Italia. Me fui muy joven, a los 17, llegué a debutar en Inter, que salió campeón de todo. Yo había salido campeón en la segunda división de Uruguay; el cambio fue grande. Fue una universidad del fútbol para mí, estuve rodeado de estrellas. Fueron tres años; si quería jugar, me tenía que ir”, recuerda.
Y se fue. Cedido, primero, en Spezia Calcio, en el subsuelo italiano. Apareció Dijon, de Francia: en tres temporadas, se sintió Napoleón. Anotó 55 goles en 114 partidos. Un millón de euros le quedó del pase al conjunto de Milán, que no podía creer lo que se había perdido. En la última temporada consiguió 25 conquistas en 40 encuentros y el ascenso a primera. La travesía, verdaderamente, empezó allí: cada capítulo escrito contenía un flamante idioma y una nueva ciudad. ¿Goles? Pocos. Así pasaron Genoa, Sporting de Lisboa, Monaco, Barcelona de Guayaquil, Racing de Estrasburgo, Cartagena, Fénix y River (Uruguay), Venados (México) y Karpaty Lviv (Ucrania), hasta aterrizar en Paraná. Aeropuertos, aviones y mareos: apenas en la segunda división azteca recuperó su estirpe, con 9 goles en 22 partidos. “Sé hablar varios idiomas gracias a los lugares donde jugué. Tengo facilidad, así que no tenía motivo para desaprovechar ese enriquecimiento cultural. Tuve la suerte de que gracias al fútbol conocí muchos lugares. Vivo de esto, así que es una bendición”, suele contar.
En Ucrania, las tensiones les ganaron a los botines: los conflictos políticos motivaron a Ribas a rubricar un contrato que no dejaba dudas. Si había una oferta conveniente, podía salir libremente. Se fue, con el pase en su poder, luego de unos pocos meses.
Vivió en el noroeste de Ucrania, matizado por la nostalgia soviética, una enorme soledad y una cultura bélica en estado de ebullición, con o sin armas. El uruguayo comprendió, ahí mismo, que debía volver al Río de la Plata: la melancolía pisoteaba las calles, en los días y las noches.
El gol de la camiseta 37 hoy, es una debilidad para muchos; Patronato lo sabe. Debe pagar solo 250.000 dólares antes del final del torneo para asegurar su pase. En Paraná (“me encanta, es muy parecida a Montevideo, la cercanía, el mate...”) fue amor a primera vista. En su debut, entró en el segundo tiempo contra Argentinos el 9 de septiembre pasado y, 12 minutos más tarde, convirtió el tanto de la victoria por 2 a 1. Había llegado un mes antes.
Cruzó el charco, motivado por un equipo de primera argentino. Patronato, ahora mismo (9 goles y 5 asistencias en 16 partidos), representa la mejor estación. “Considero que es el equipo más importante de mi carrera”, asegura. “La liga argentina la sigo desde chico. No conocía mucho del club, sabía que es humilde, que tiene un gran sentido de pertenencia. Todo lo consiguió con esfuerzo, como yo. En eso me siento identificado”, cuenta Sebastián, tatuado en buena parte de su cuerpo, tallado en largas horas de sudor en el gimnasio.
No se compara con nadie. Mucho menos, con Suárez o Cavani, los reyes del gol oriental. Siente que juega a otro deporte, cuando le citan a los cracks de Barcelona y Paris Saint Germain. Prefiere, como siempre, mirar al piso, preso de repentinas muestras de timidez. Vuelve, entonces, al río Paraná. “El club tiene una base de jugadores experimentados y sufridos; los nuevos sabemos de todo lo que pasaron. Hoy están disfrutando’’, dice. Es lógico: antiguo protagonista del barro del ascenso, ahora está a cuatro puntos de la clasificación a la Sudamericana.
Su novia lo acompaña en todas las aventuras. Su padre es Julio César Ribas, un reconocido entrenador, ex Peñarol, que hoy dirige Lincoln Red Imps, un club de la primera división de Gibraltar, una liga semiprofesional. Sebastián tiene a quien salir: tiempo atrás, hasta había dirigido al seleccionado de Omán. Otro trotamundos, siempre con Silvana Barbato, la madre del Vikingo, una ex nadadora olímpica que siempre le inculcó la pasión por los idiomas.
Ahora sí, su imagen empieza a ser reconocida. Sebastián Ribas se convirtió en el goleador del fútbol argentino. “Es un sueño, pero no pienso en mí: mi único objetivo es el de la permanencia”, comenta Sebagol, lejos de las portadas. “Sé que todo cambia constantemente, hay que estar tranquilo”, analiza. Lejos, también, de las tentaciones. “No me gustan las redes sociales, no tengo. Es muy importante la privacidad para mí, se degeneró un poco en los últimos tiempos. Los futbolistas deben aceptar la exposición, pero hay que cuidar la intimidad, que es sagrada”, suscribe Ribas. El apellido del gol, firmado en todos los idiomas.
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